La sucesión de movimientos de protesta en distintos países iberoamericanos no son el síntoma de una «primavera» continental.
Es fácil deducir que detrás de estas turbulencias hay una voluntad concreta y determinada a dañar gobiernos donde la situación no es la más desesperada para gran parte de la población.
No hay levantamientos acosando a los gobiernos de Venezuela, donde la crisis ha arrastrado a millones de personas al exilio huyendo de la miseria; ni en Cuba, una economía colapsada desde hace seis décadas; ni, por supuesto, en Nicaragua, donde la perversa pareja presidencial asesina y persigue a cualquier asomo de oposición.
Como por ensalmo, las protestas han estallados en países perfectamente democráticos como Chile o Colombia, que gozaban de cierta ventaja en el desarrollo económico.
Tampoco es casualidad que se hayan detectado diferentes reuniones en Caracas de representantes de grupos subversivos de esos y otros países donde se están produciendo movimientos violentos de protesta.
En realidad, desde sus primeros orígenes, el chavismo bolivariano tenía ambiciones de expandir su propagación ideológica a todo el continente y a España.
Dado que ya no es posible por la vía electoral -hasta en Bolivia su acólito Evo Morales no puede ganar ni con trampas-, la táctica ha evolucionado hasta llegar al fomento de la insurrección destructiva, aprovechando el eco de las redes sociales y la intoxicación informativa.
El chavismo carga ya con una pesada responsabilidad por haber llevado a la ruina más absoluta a Venezuela, a ello debe sumarse esta actividad conspirativa que está causando daños graves a otros países.