Pedro Rizo: «Luces de la Navidad»

Pedro Rizo: "Luces de la Navidad"

Es digno de elogio el esfuerzo que el Ayuntamiento de Madrid ha dedicado al esplendor de estas fiestas de Fin de Año, dando además a la Navidad el justo esplendor que le negaron anteriores ediles. Uno se pregunta por cuál filosofía, o venal obediencia, nuestra capital, una de las más grandes referencias del mundo, haya de pagar a regidores tan ajenos a sus orígenes. Me gustaría decir algo más, y aquí les va.

En la Navidad se conmemora que Jesús de Nazaret, el Cristo, a dos mil años de su nacimiento en Belén, siguen siendo la única referencia seria de nuestra eterna durabilidad. (¿Queda mejor decirlo así?) Digo “la única” y con ello no desprecio a nadie que fuera capaz de superarle. Su incomparable autoridad hace a los Evangelios – esos escritos que le presentaron en la antigua Roma – la mejor fórmula para unir este mundo de siete mil millones de humanos sorprendidos de estar en él.

El cristianismo nos dio a San Zenón, s. IV, primer obispo negro de la Iglesia; por la fe en el hombre que fue ese Niño nacido en Belén se redimían en su fuero interno los esclavos, algo ya entonces asombroso; a través de sus santas conversas se educaban en la fe cristiana hijos, esposos y césares.

El Niño de Belén nos dio una religión verdaderamente excelsa –“salida del cielo”- por su capacidad para bautizar el pensamiento de Sócrates y perfeccionar la filosofía de Aristóteles… Que no fue al contrario como pretenden los ateos de premio y sueldo. Con la fe cristiana, de Belén llegó a Occidente una civilización incomparable, única, de la que los otros mundos, incluso los opuestos, siguen instrumentando referencia y beneficio.

Seguir la presencia de Cristo es descubrirle como el civilizador universal. Pensemos en esta nuestra ‘occidentalidad’. Cuando decimos Occidente entendemos el horizonte por donde se escapa el sol, pero también esa geografía localizada más allá del fin de la tierra que conocía la Antigüedad. Y ya no es solo un lugar alejado sino una presencia cultural que circunvala el mundo entero.
Para hablar de Cristo a quienes no le reciben quizás sea necesario acudir a las culturas o el pensamiento que le esperaba, que le deseaba. Porque el Occidente es algo más que lugares y pueblos. Es sobre todo cultura –ojo, ‘cultura’ se deriva de ‘culto’- y herencia del pensamiento griego y el Derecho Romano; de la polis de Pericles o del empuje civilizador de los césares. Para los que ahora vivimos todavía es lo que tras siglos de civilización y trascendencia nos dio la fe en el Hijo del Hombre, nacido en Belén.

“Sin mí nada podéis hacer.” (Jn 15, 5)
Contraste de luz y tiniebla es el de esas luminarias en las calles de Madrid y de miles de ciudades del llamado Occidente –si sumamos desde Vladivostok a Anchorage con los hemisferios norte y sur- provocando el recuerdo de un fantástico acontecimiento que se difumina entre la fe guardada y la superficie sensual. La dicotomía evidente de esas luces y el Papá Noel de la Coca-Cola está en no recordar al Niño-Dios que nació para descubrirnos el sentido de nuestra existencia. Quitándole de en medio, tapado en luces y regalos, la fiesta pierde mucho de sus valores en favor de sus contrarios. Se diluye la institución “familia”; las nuevas generaciones se engañan con libertades que no tienen buena digestión. ¡Qué eficaz timo fue tomar por progreso un Renacimiento del arte y pensamiento materialistas con que volvimos a divorciarnos de Dios!

Pensemos qué sería de nosotros sin la influencia de ese personaje histórico cuyo nacimiento celebramos estos días. Por Él, de entre las ruinas de Roma aún se civilizaban los godos. El cristianismo pacientemente –y con mucha sangre derramada- convirtió sus cenizas en nuevas ascuas civilizadoras. La Cristiandad, el alma de Occidente, se salvó por el esfuerzo educador de obispos y doctores, por el trabajo de los monasterios, la enseñanza de sacerdotes y ensayos de unidad política como, por ejemplo, el de Carlomagno y el Sacro Imperio. Fue todo un recorrido desde lo que San Pablo había llamado, a la Navidad, la Plenitud de los Tiempos. Y no olvidemos, como Ortega nos lo expresó, que la flecha de la hispanidad tensado el arco en la reconquista llegó a América y hasta la redondez de la Tierra. La unidad religiosa –y por tanto política- sentó lo que hoy es “el Occidente” bajo el pesebre de Belén.

La Navidad y la unificación del calendario
Esta noche, Nochebuena, noche hermosa de ángeles y tamborileros, de besos y aguinaldos es noche universal mal que pese a los separados o descreídos pues que ya en ninguna parte del mapamundi falta un hogar, al menos uno, que cante al Hijo de Dios hecho hombre. La de su nacimiento, el advenimiento divino, es fecha universal por poco que pensemos. Pongamos la muestra del calendario gregoriano que perfeccionó el romano y por el cual se cuenta el pasar del tiempo desde aquella Navidad. Hasta casi ayer – ¿no es un milagro?- muchas naciones se negaban a computar sus días con el recuerdo de Cristo, pero al empezar este tercer milenio China se adhirió al nuestro. Nadie se da cuenta, pero ya el mundo todo vive un pasar del tiempo ajustado a aquella noche de Belén.

Son tantas las cosas que se pueden ver con ojos que vean (Mt 13, 22 y Mc 4, 19) que es muestra de gran inconsciencia no curiosear sobre Alguien cuya aparición influyó tanto en la Historia. Huellas suyas se encuentran de improviso donde menos las supondríamos. Por ejemplo, la muy laica y masónica Unión Europea diseñó su bandera con un círculo de doce estrellas sobre fondo azul, diseño que plagia, adrede o no, a San Juan, en el Apocalipsis (Ap 12, 1). Su autor Arsene Heitz se inspiró en “la iconografía católica de la Inmaculada Concepción”. Pero no sólo es eso, tenemos además que para su himno oficial se seleccionó una composición de J. A. Carpenter que procede del Santo Sacrificio de la Misa, rito anterior al CV2º. Conviene conocer estas cosas.

Novedosos belenes de concurso
Están de moda los realismos, más aún el choque de originalidad. Vemos en algunos belenes de visita obligada que se coloca a la Virgen María acostada con el Niño a su lado, recién terminado el parto y con gesto de fatiga. Una novedad que debilita el dogma de su inmaculada concepción. Se sugiere que dio a luz con los mismos dolores de cualquier hija de Eva y no “como rayo de sol que atraviesa el cristal sin romperlo ni mancharlo”. Conclusión natural: Jesús es un hombre como otro de nosotros. Y algunos obispos, episkopos significa mirar en derredor, no se enteran.
Otro mensaje de la Navidad es que en aquella encrucijada de países, religiones y culturas que ya era Palestina y todo el Próximo Oriente, el que se proclamó Dios mismo hecho hombre, subrayó a los filósofos que Él era el camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6). Único caso en la historia de las religiones. Algo que hoy se da de bofetadas con las extravagantes declaraciones de un usurpador de sedes ordenando a los católicos no evangelizar, dejar a cada cual con su conciencia religiosa.

“He venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en tinieblas”. (Jn 12, 46).”

“El que crea se salvará, el que no crea se condenará” (Mc 16, 1-20).

De donde se concluye que quienes hacen de la Navidad un símbolo de tolerancia ecuménica, mejor decir de reniego, no son otra cosa que cambistas de un mercado… Aunque se vistan de blanco.

Cantemos, pues, ante esta efeméride maravillosa:

“¡Gloria a Dios en las alturas
y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad! “

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