Cuando salieron de la cueva les deslumbró la luz que había al final del túnel y tuvieron que poner la mano de sombrilla.
Ni el mundo era igual ni ellos eran los mismos. Ni por fuera ni, sobre todo, por dentro. Aunque escondidos en sus cavernas habían hecho cosas, lo difícil había sido, sobre todo al principio, centrarse en una sóla. La mayoría habían comido de más, porque no bebían agua suficiente. Aunque al salir, en el exterior seguía habiendo, como antes de que llegara el monstruo, seres insustanciales o salvajes, la mayor parte de los congéneres parecía a simple vista más homínida, más amable, menos petulante.
Muchos habían reparado en que los mayores de su clan, habían sido los creadores de las facilidades de su mundo y los ayudaron en su aislamiento, en la medida que los chamanes de la tribu se lo permitieron. Era fundamental que en en sus grutas tuvieran el aliciente de moverse y comunicarse, tener algun congénere con quien hablar a través de ruidos de cacerolas o del medio que fuera.
Aquellos seres se miraban de reojo para ver si los demás eran los mismos, con ganas de acercarse, aunque durante un tiempo guardaran las distancias, que antes rompían a la menor oportunidad.
Tenían el pelo largo y vestían en taparrabos. Algunos conservaban su cristianismo. Otros se habían entregado al chandalismo. Se miraban de reojo sintiendo de nuevo las piernas y encontrando un placer al caminar, aún con dificultad, que antes desconocían.
Tomaban cafés interminables, compraban flores, y buscaban nuevos medios de vida revolviendo entre basuras de antiguos papeles oficiales para representar su papel. Algunos volvieron a oír su propia voz después de aquellas semanas de silencio anacoreta, que sólo unos pocos habían aprovechado para pensar o meditar. Por fin, trascendieron su condición de homínidos gracias a los demás y reorganizaron sus vidas.
Luego, cuando recobraron sus personas, reconocieron a otros su ser ejemplar, su condición de héroe o de Señor, honor que reservaban a unos pocos algunos de sus ancestros. Como las víctimas que murieron en aquella guerra invisible, sin un simple respirador después de no haber haber hecho otra cosa en su vida que trabajar por su familia y su comunidad. Morir siendo un señor es lo más a lo que aspirarían desde entonces aquellos seres fantásticos que se asomaron temerosos a la luz que vieron la final del túnel aquel día en que abandonaron su cueva. Aunque cuando despertaron, aquel par de dinosaurios impresentables todavía seguía allí.
Cuando por fin pudieron salir de la cueva, aquellos seres que habían aprendido tantas cosas sin darse cuenta, siguieron lavándose las manos bien y aplaudiendo a su héroes. A veces se gana, a veces se aprende.