Francisco J. Carrillo: » Entre el miedo y la histeria interminable»

Francisco J. Carrillo: " Entre el miedo y la histeria interminable"

Mi amigo, científico e investigador de primera línea en USA, también asíduo disciplinado a las humanidades tras dejar sus experimentos con ratones, conejos o monos, siempre sin duda también hoy en primera línea clínica, saca de su escaso tiempo un tiempo para enviarme un email, que titula «Histeria interminable». A mi modesto entender, es muy clarividente cuando afirma que «la mente humana, y más la de los científicos, es bastante miope para la problemática del indivíduo concreto y no entiende bien cómo aplicar los razonamientos estadísticos. ¿A quién le importa -continúa- si la probabiblidad de morir es del 1% en lugar del 2% o del 3% o del 10%? Son números incomprensibles para el indivíduo, que sólo ve que le toca o el 0% (sano) o el 100% (muerto)». Me recordaba muy certeramente que esta forma de razonar cuantitativamente ha sido siempre la justificación del comunismo con aquella frase lapidaria de Stalin: «Un muerto es una tragedia pero un gran número sólo una estadística». Este mecanismo es utilizado por los que planifican la economía y el acceso a los recursos, los cuales rara vez solucionan ningún problema con la mente en la persona humana. De ahí, la estructura de la histeria interminable ante el temor de la suma de indivíduos concretos. De ahí, toda una filosofía de la vida y ante la vida que es portadora ineluctable de la muerte. De ahí, muchos miedos injustificados.

Es probable, pero en manera alguna cierto, que la crisis de sociedad que ha sacudido al mundo con la ayuda de los mecanismos imparables (hasta ahora) del estilo de globalización laminar, llegue, tras su final, a recuperar en la menta humana la problemática del indivíduo concreto, de la persona humana igual ante la ley del nacimiento y dispar en los efectos nocivos de la competitividad. ¿Cómo podemos exigir que las estructuras que hemos creado se vuelvan de repente solidarias, y que la mente humana reaccione de inmediato en esa misma onda de solidaridad, esa mente que la globalización laminar y sus modelos «nacionales» solamente les educó para la competencia feroz, el consumo exponencial (los que pueden y si no pueden se endeudan), la codicia y el nuevo sol que alumbra el Planeta que podría ser la acumulación de riqueza en detrimento del otro o de poblaciones enteras marginadas en la pobreza y la desesperación.

Mi amigo, que es uno de los grandes especialistas del cerebro en el mundo, además de filósofo informado, pienso tiene razón en su razonamiento. La pandemia del COVID-19 nos ha cogido inmerso en unas estructuras insolidarias, porque así lo impone el modelo de economía que nos rige y, por consiguiente, el que se reproduce en la escuela y en las relaciones sociales. ¿Qué importa que cada día mueran 10.000 niños por desnutrición? Simple estadística que totaliza 3.5 millones de niños que mueren al año a causa de las condiciones en que han nacido. ¿Qué importan los dramas de personas concretas que son esos niños, sus padres y su entorno social en los que viven personas concretas? A la mente humana no se le está educando para evitar que esto ocurra.

Creo que hoy la mente solidaria está prioritariamente en las UCI, en los hospitales y en las organizaciones que durante todo el año ayudan a los otros a sobrevivir. Pero existen mentes que en pleno drama humano-sanitario, se están aprovechando del mal y estudiando cada minuto para sacar pingües beneficios de ese mal porque hay un estilo de economía que no admite la solidaridad como factor de producción. Existen también algunas mentes dislocadas (no todas) por la sociedad de la información y de las apariencias, que emergen para salir en la foto de la beneficencia. El toque de atención de estra pandemia, al menos para mí, es hacernos ver de repente el valor decreciente de la persona huamana en el mundo al que hemos contribuido a construir contra natura. Quizá la esperanza de un mundo mejor, esperanza en la que creo, llegue a ser una realidad al reconstruir el mundo tras el zarandeo vírico. Pero abrigo mis dudas de que hayamos aprendido la lección.

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