F. A. Juan Mata Hernández: «Los pactos de la Moncloa. No, la cigarra y la hormiga»

F. A. Juan Mata Hernández: "Los pactos de la Moncloa. No, la cigarra y la hormiga"

«La verdadera comunidad nace de comunión espiritual, verbal, y esta de entendimiento común, de verdadero sentido común nacional.»
(Don Miguel de Unamuno y Jugo. Inauguración del curso universitario de Salamanca.1934-35)

A lo largo de la historia, los grandes hombres de España, como don Miguel de Unamuno, han difundido y animado hacia una idea de conciliación de nuestra sociedad, siempre apoyada en la unidad nacional. Sirva de referencia la cita que entrecomillo en el párrafo anterior. Los pactos de la Moncloa de 1977, promovidos por don Adolfo Suárez, hallaron una respuesta favorable en la mayor parte de los partidos políticos y en las organizaciones patronal y sindical, con la excepción de la CNT. El antecedente a la nueva carta de prestidigitador del Presidente del Gobierno, parece claro, y la situación, que en 1977 tenía a nuestra economía hundida en crisis, y con una inflación galopante del 26,40%, encuentra ahora un argumento notablemente más grave porque la pandemia y sus consecuencias afectan a todo el mundo; tenemos un gobierno frágil, sometido a otros, y notablemente incompetente; y, además, como estamos viendo en la UE, cada país desconfía de los otros para atender antes a los suyos. Así suelen ser desgraciadamente, las reacciones humanas multitudinarias, que no las individuales, cuando se trata de supervivencia.
Sin embargo, al proponer unos nuevos pactos de la Moncloa, el señor Sánchez —que aún mantiene a la nobleza de Galapagar en su gobierno— estaba delirando. Porque dudo que, además de los comunistas, tampoco apoyen sus interesadas quimeras ni los pro etarras de Bildu, ni los independentistas vascos y catalanes. Se ve muy lejana la sabia lectura que de la vida había aprendido Santiago Carrillo, la nobleza de un español y catalán como don Miguel Roca, o la inteligencia de un buen político como Felipe González. Así que, este presidente, desde el buenismo que predica en su improvisado púlpito cada semana, está tratando de engañar una vez más a todos los españoles, con un proyecto en el que dudo que, con los mimbres que hasta ahora avanza, crea nadie.

Pero eso no quita para que un Pacto Nacional, como fue el de 1977, sea más necesario que nunca.

¿Y qué haría falta para forjarlo? Una sola palabra describe la respuesta:

Generosidad

A ver si logramos que este sustantivo nos resuelva la situación. Lo enfocaré desde una perspectiva bastante distinta a la que parece pretenderse desde la Moncloa. Y ya les anticipo que no resultará fácil cuando se conocen las implicaciones que conlleva un Pacto Nacional.

Está francamente deteriorado el término «generosidad» porque se asimila a «estupidez» cuando alguien la ejercita en aras del bien común. Pero señores, esto no debería ser así, porque la profesión política no tiene sentido si quienes la van a ejercer, como ocurre actualmente, carecen en absoluto de esa virtud. Pues bien, si alguien quiere reeditar aquel singular acuerdo de 1977 con unos Pactos Nacionales contra el Covid-19, tal como se impone contemplarlo en la España de hoy, requiere, en primer lugar, la constitución de un gobierno de integración. Y eso, señor Sánchez, exige que usted se dirija ante todo al primer partido de la oposición para conocer su disposición hacia semejante Pacto. Tiene que intentar relacionarse, como decía Unamuno, hablando con sentido común nacional. Es muy probable que así pueda formar también, en el camino, un gobierno de concentración que ilusione y una al país. Luego vendría la apertura del acuerdo hacia quienes muestren esa ilusión unitaria y solidaria: resto de partidos políticos, comunidades territoriales, organizaciones sindicales y asociaciones patronales.
Sentido de Estado

Ya, de antemano, les puedo decir que no tiene ningún sentido pretender hacer un Pacto Nacional desde los extremos que apoyan hoy a su gobierno, porque es evidente que ni reconocen a la Nación, ni se mueven conducidos bajo una premisa del bien común. Así pues, si su propuesta es esta vez algo más que una pompa de jabón, demuéstrelo siendo generoso y permitiendo incluso que gobierne la coalición un hombre de bien, independiente y sabio, que pueda ganarse la confianza de todos los españoles, como lo supo hacer en su momento don Adolfo Suárez. Y no quiero con esto negar que usted pudiera serlo, pero, al menos hasta ahora, no nos ha dado ocasión de constatar que así lo fuera.

Contribución solidaria para quienes ganen más de 50.000 euros, y del 1% de los ingresos por ventas netas en nuestro país, de cualquier entidad con facturación superior a 100 millones de euros, tengan o no aquí su domicilio social.

Hablar de grandeza de vida implica interpelar al conjunto de la sociedad. Por eso, al margen de ese movimiento político, por supuesto imprescindible, ya contamos para lograr un resultado satisfactorio, con la generosidad de todos los españoles. Pero resulta que, según el dicho: “el que da todo lo que puede, no está obligado a más”, se nos presenta la dignidad de una manera muy distinta para cada cual, algunos han dado su libertad permaneciendo en sus casas para no contagiar a nadie; otros han arriesgado sus vidas al frente de trabajos sanitarios, de vigilancia, reparto, distribución, fabricación, y otros muchos sectores productivos; queda pendiente la solidaridad de los más favorecidos hacia los que más han sufrido la crisis.

Por ejemplo, el importe que supere esa cifra tentativa de 50.000 euros anuales después de impuestos, podría constituir la base de una contribución general obligatoria. Sobre ese saldo neto se aplicaría un porcentaje razonable. Del mismo modo, y al margen de donde tuvieran radicadas sus sedes sociales, se devengaría una cuota solidaria del 1% sobre el importe de las ventas realizadas en nuestro país por cualquier entidad que superara una facturación de 100 millones de euros. La cifra resultante se destinaría exclusivamente a los afectados por la pandemia del Covid-19. Quizá de este modo ya no se despreciarían los donativos, en este caso obligatorios, con ese concepto de “limosna” que tanto parece enfurecer a algunos oligarcas de la izquierda radical.

Para no enredar la fábula bastante más, sí quiero insistir en que cualquier solución que se aporte debe primar la laboriosidad y el interés de quienes fuesen a percibir las ayudas. No sería de recibo para la inmensa mayoría de quienes buscan su realización en el trabajo, que otros pudieran lograr una similar compensación sin ningún esfuerzo.

Por eso, si ustedes bucean mínimamente en la fábula de la cigarra y la hormiga, verán que las cosas, para que no se deterioren por el abandono de unos a la espera de la limosna de otros, no podrán ser indefinidamente así, como lo ha demostrado reiteradamente el fracaso de los diferentes regímenes comunistas.

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