F. A. Juan Mata Hernández: «El universo es de los fuertes»

F. A. Juan Mata Hernández: "El universo es de los fuertes"

«El error en política es perdonable, lo que no es perdonable es la estupidez» (Felipe González Márquez)

Hace apenas dos meses las calles de toda España bullían de gente. Los bares, las terrazas, los grandes almacenes y los pequeños comercios, todo se movía al compás de una celebración sin fin, como si la sociedad tuviera necesidad de expresar ruidosamente su efímera felicidad. Se podría decir que el bienestar social necesitaba del movimiento desenfrenado y compulsivo de la actividad comercial. Hoy, sin embargo, reina el silencio en casi todo el mundo.

Es un silencio tenebroso. Y nos preocupa. Nos preocupa tanto más cuando vemos los efectos inmediatos del miedo. Cuando nos presentan esos escritos acusadores e intimidatorios de unos vecinos con otros a quienes debieran estar agradecidos, pues afrontan en primera línea el apoyo y la atención a los más débiles. Claro que cabría preguntar en estos casos ¿quién es el fuerte y quién el cobarde? Y no sólo porque se oculte en la pintada anónima del: «rata contagiosa», sobre el coche de una sanitaria, sino por lo que cada cual aporta de positivo a su comunidad.

Afortunadamente sucesos como estos no pasan de ser una anécdota frente a la actitud mayoritaria de ciudadanos que ofrecen cada día su agradecimiento público con incansables aplausos. Pero es que la honestidad es una fortaleza, mientras que el egoísmo y la cobardía son notorias debilidades.

¿Somos responsables de ese egoísmo y esa cobardía?

Nuestro mundo occidental vive actualmente protegido por múltiples redes de seguridad y se teje una nueva a medida que atisbamos cualquier grieta por la que alguien se pudiera caer. Y no digo yo que estén mal las leyes antitabaco u otras drogas, ni la instalación de cinturones de seguridad en los vehículos, los airbag, el límite de velocidad, las sillas para bebés; no quiero decir eso, porque parece una consecuencia necesaria de estudios técnicos que así lo aconsejan, aunque a veces la realidad obligue, como con la Ley Seca, a dar marcha atrás. Me refiero a que, tratando de reducir siniestros de mayor o menor grado, quizá nos estábamos olvidando de construir un mundo más justo, equilibrado y sostenible, donde la humanidad pudiera trabajar unida para tejer una verdadera red que nos proteja como especie. Y esa sí que sería una auténtica fortaleza universal tan necesaria como para prevenir, por ejemplo, que dentro de 9 años, el 13 de abril de 2029, tendremos muy cerca el asteroide Apophis, una roca de 325 metros que se estima pasará a unos 30.000 km. Con una probabilidad de impacto con la Tierra de 1 entre 45.000 (el doble de factible que el Gordo de Navidad), y no quiero asustarlos si recuerdo que el efecto de su impacto, en el improbable caso que ocurriera, sería equivalente al de 15.000 bombas como la de Hiroshima.

Qué decirles, por otro lado, de la iniciativa por una sanidad universal que evitara los tremendos daños que nos va a causar la actual pandemia. Es significativo que ante semejante amenaza los esfuerzos se difuminen en múltiples proyectos nacionales competitivos, que anteponen intereses económicos y de imagen.

¿Estamos educando adecuadamente a nuestra prole?

Hemos pecado con un exceso de protección para nuestros hijos. La mejor coraza frente al riesgo que acompaña la vida se la tiene que ir forjando uno mismo superando las dificultades que se presentarán cuando no esté al lado la mano del tutor. Muchos hoy se escandalizarían si un padre intenta en vano hacer que su hijo coma algo que no le gusta, o que no mantenga una conducta inadecuada al lugar en que se encuentra. Así que, tratar de aplicar aquello de «…esto son lentejas, si las quieres las comes y si no las dejas», es posible que terminara con el progenitor en la cárcel por maltrato o algo similar. Esta es la mentalidad con que estamos elaborando el futuro y, es un error que puede costar muy caro, precisamente para aquellos a los que pretendemos proteger.

—¿Qué necesitas? —ofrecemos solícitos cuando observamos que el niño está triste o ansioso—. ¿Quieres un juguete más para tu colección? Si es eso, tenemos la oportunidad de regalártelo para Navidad, Fin de año, Reyes, tu cumpleaños, o cuando te den las notas del colegio, que a buen seguro serán excelentes. Pero no te disgustes, hermoso, tendrás todo lo que desees, aunque para pagarlo debamos pedir un crédito.

Mientras tanto, reclamamos a sus profesores mejor disposición a valorar los méritos que estimamos tienen nuestros infantes, o exigimos que mejoren sus calificaciones para que no afecten a su autoestima. Sin embargo, esta corriente les deja al albur de los verdaderos problemas que todos nos tenemos que encontrar en la vida y, bien pudieran ser más tarde la causa de la depresión o el fracaso.

El valor de la fortaleza

Imaginen por un momento a estos jóvenes, ya con su título de medicina, enfrentados mañana a una pandemia como la que nos abruma. Alguno es posible que reviviera aquellos miedos insuperables, ocultos tras su bata de médico, mascarilla y guantes, porque temiera contagiarse al no poder contar con los medios de protección, como está siendo el caso. Y ese sentimiento no debiera existir en ninguna de las personas que transitan por un hospital. La misión de estos centros es precisamente la de evitar esa sensación, aún cuando todos supieran que hay circunstancias en las que el final está muy determinado. Aquel que ha sido sobreprotegido durante toda su vida, difícilmente podrá moverse con la entereza necesaria cuando esa exigencia suponga un riesgo para sí mismo. Si realmente buscamos lo mejor para ellos, no les neguemos la oportunidad de equivocarse.

El riesgo del miedo

Pero el miedo es muy peligroso. Lo es para cualquier persona y así lo reconoce la legislación, como se deduce del artículo 20.6 de nuestro Código Penal que dice nada más y menos que “… Está exento de responsabilidad criminal el que obra impulsado por el miedo insuperable…”, ahí queda. Pero imaginen ahora el que pudiera tener un gobernante y, para no citar al nuestro, pensemos en el Emperador del Mundo, el señor Trump. Imaginen que su miedo al ridículo por una cuestionable gestión de esta pandemia le lleva a provocar un incidente político del mayor nivel con otra potencia atómica como es China. Ríanse entonces de los daños del Covid-19, porque estaríamos todos listos para hacer cola frente a los confesionarios.

¿Tendrían razón los gobernantes al tratar de exculparse buscando cabezas de turco en otros? Hay quien opinará que sí, sobre todo una gran parte de esa pléyade de adeptos incondicionales que siguen a los gurús políticos como si fueran iluminados, y otros, probablemente, discreparán. Claro que, aunque todos tengamos derecho a llegar a conclusiones propias y a tratar de compartirlas con quienes nos parezca oportuno, no quita para que la razón nos asista de igual modo. Cuando el virus de la ideología contamina una parte del mundo, su control se hace más complejo que el de esta pandemia del Covid-19, por mucho que se intenten acallar las voces críticas, bien con amenazas, más o menos veladas, o con el helicóptero de la publicidad institucional. Pero ellos no son nunca los fuertes, aunque lo parezcan.

El universo es hermoso pero cruel, da continuamente muestras de ello y elimina periódicamente a quienes no tienen en cuenta esas leyes.

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