Francisco J. Carrillo: «Misión cumplida, pero en guardia»

Francisco J. Carrillo: "Misión cumplida, pero en guardia"

Seguimos envueltos en un estado de emergencia sanitaria a nivel mundial. Y cada ciudadano, tras un trimestre de confinamiento -que fue decisión aplicada en casi todos los países- debe continuar en alerta preventiva: mascarilla, lavado frecuente de manos y otras normas de higiene, además de respetar una distancia entre personas para evitar contagiar y contagiarse. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la COVID-19 sigue expandiéndose por el planeta y reputados virólogos no descartan segundos oleajes que, según Margarita del Val, destacada investigadora del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, los cree cercanos. Otros afirman que ya estamos en el inicio de la segunda ola.

Razón de calidad para que el ciudadano, que ya está en las calles, deba cumplir estrictamente las medidas preventivas que es la condición fundamental de lo que se ha venido en llamar desescalada. Estas medidas son normas de convivencia de obligado cumplimiento. Con la desescalada, al abrir fronteras y al permitir la circulación de personas, el actual coronavirus se estima está más presente que en el pasado febrero. Se conoce hoy algo mejor, y la ciencia y la tecnología ayudarán a paliar sus efectos y a localizar los focos y las cadenas de contagio. No hay otra solución hasta que llegue la vacuna universal. El riesgo está presente; sería otra verdadera catástrofe volver a encerrar a la mayor parte de la población mundial. Creo que, llegado a este punto, no hay que descartar futuros confinamientos locales o nacionales según la importancia del número de nuevos infectados. Esto no debe ser obstáculo, sino todo lo contrario, para activar la compasión por las víctimas que está ocasionando la pandemia y para con miles de familias próximas.

Durante los momentos más complicados, hay que reconocer que han funcionado las instituciones del Estado reaccionando día a día a un mal que nunca se había vivido. Este día a día ha sido igual para todos los países sin excepción. La ciencia y la técnica se han ido adaptando a una situación excepcional y desconocida. Por poner un ejemplo cercano, me decía un catedrático de cardiología que, en clínica, nunca había visto (ni aprendido en manuales o en investigación) incidencias específicas de este coronavirus en el sistema cardiovascular. El mundo entero se ha convertido en un laboratorio de aprendizaje y en una inmensa Facultad de Medicina. Los médicos, enfermeras, y todo el personal sanitario de apoyo, con desconocimiento de las causas nuevas y con desigualdad de equipos de protección individual (todos los países han pasado por esta experiencia) han descubierto, a través de la práctica clínica, cómo paliar el dolor e, incluso, como salvar vidas a costa de infectarse ellos mismos. (Al ser nieto, hijo, hermano y padre político de médicos, no me cabía la menor duda de que no se rendirían ante lo que aún parece imposible). Para un país, es un honor cívico tener a estos profesionales sanitarios entregados a una dificilísima tarea. Misión cumplida, que sigue en guardia. El gobierno, a la luz de esta dramática experiencia, debe dar alta prioridad a la sanidad, a la investigación científica y a la prevención, penalizando a los irresponsables.

La opinión pública ha constatado otras actividades de apoyo sanitario fundamental realizadas por las Fuerzas Armadas, en particular la Unidad Militar de Emergencia (UME), con más de veinte mil intervenciones, (desinfectar aeropuertos, puertos, residencias de mayores, lugares públicos, algunos pueblos, montaje de hospitales de apoyo con solicitud expresa de la Generalitat de Cataluña, conducción de cadáveres, etc.). Unas unidades de La Legión operaron en algunas localidades de Andalucía. Y se puso a pleno rendimiento la Farmacia Militar. Estas acciones fueron secundadas o paralelas a las llevadas a cabo por la Guardia Civil, la Policía Nacional y las autonómicas, con presencia activa de las policías municipales. Una labor de intervención rápida, disciplinada, eficaz, al servicio de la sociedad civil (que hoy los conoce mejor en tiempos de paz), con un número de infectados que guardan en el silencio sin pretensión de réditos mediáticos. Para un país, es un honor cívico tener a estos profesionales del Ejército, Guardia Civil, Policías nacionales y autonómicos, Guardia Urbana, entregados a una compleja y arriesgada tarea. Misión cumplida y que sigue en estado de alerta interna para hacer frente, llegado el momento, a otras contingencias similares con reacción calculada de veinticuatro horas. El gobierno tendrá que compensar presupuestariamente a las FAS en la necesaria modernización y equipamiento, cuya acción en tiempos de paz se nos ha presentado imprescindible.

Es un honor solidario tener presente un buen número de onegés, en particular Cruz Roja y CÁRITAS, que hacen frente a la precariedad y el hambre de miles de personas víctimas de los efectos inducidos de la COVID-19.

La pedagogía de estas misiones cumplidas, que sin duda sustentan a la necesaria serenidad del país, es la mejor referencia y el más denso capítulo de educación moral y cívica de todos los españoles, en particular de una juventud a la que se le ha oscurecido un futuro de bonanza. Quizás esta pandemia despertará un particular espíritu de solidaridad y de compasión en la sociedad que nos espera, más austera y no por ello menos feliz. A España le quedan dos asignaturas pendientes de alta prioridad: la modernización y calidad de la educación, así como la industrialización y las tecnológicas, para dejar de ser dependiente del casi monocultivo del sector servicio. El momento es muy oportuno, ya que los efectos de la COVID-19 incidirán directamente en la estructura económica del país. Nos esperan tiempos de reformas estructurales y de recortes de gastos y subvenciones a entidades endogámicas y a corporaciones diversas que nada aportan ni al PIB ni al desarrollo de un pensamiento crítico. Ni al bien común.

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