LAS EMPRESAS FARMACÉUTICAS PIDEN INMUNIDAD LEGAL ANTE LOS POSIBLES EFECTOS ADVERSOS DE LA NUEVA VACUNA CONTRA LA COVID-19

La esperada vacuna es más para ponerse de luto que para bailar

La esperada vacuna es más para ponerse de luto que para bailar

El entusiasmo con el que se espera la vacuna que, a marchas forzadas, se desarrolla en estos momentos por parte de varias farmacéuticas, y que gracias a ella nos permitirán prescindir del tapabocas e incluso dar abrazos a diestro y siniestro, en definitiva, volver a ser ciudadanos libres, no deja de demostrar una cierta dosis de fe y, en cierta manera, de ignorancia, a la vez que una confianza excesiva, no solo en la vacuna en sí, sino en todo el entramado de intereses ocultos que se cierne, sobre las vacunas, y sobre los parámetros fármaco-sanitarios en el ámbito mundial. No se me ofendan los aludidos, pero inocularse una vacuna es algo muy serio, máxime si conocemos la información de los grandes profesionales expertos, que no son precisamente los asesores oficiales. Los bienes sociales, sobre todo en lo que a salud se refiere, el dinero no puede entrar ni formar parte de la ecuación. Desarrollar una vacuna no es un tema baladí, aprobarla requiere todo un recorrido de obstáculos, e inocularla es hablar de palabras mayores. Y si hablamos de vacunación obligatoria es atentar contra lo más íntimo de la persona. Es una especie de ruleta rusa a la que muchos no están dispuestos a jugar.

En primer lugar, el proceso de desarrollo de una vacuna es largo, entre cinco y diez años. Estos periodos están subdivididos en etapas, durante las cuales se van supervisando una serie de pasos estandarizados. La primera etapa es de exploración, es decir, investigación básica de laboratorio donde se identifican los antígenos naturales o sintéticos –incluidas partículas similares a virus o bacterias debilitadas y otras toxinas— que pueden ayudar a prevenir o a tratar una enfermedad. Esta fase suele durar entre dos y cuatro años. Después viene la etapa preclínica en la que se evalúa la seguridad de la vacuna candidata y su capacidad inmunógena, utilizando cultivos de células o tejidos en animales. También se ensayan las dosis e incluso se infecta a las cobayas y se les vacuna para comprobar su eficacia. El resultado es una referencia de la respuesta que puede tener la vacuna en humanos. Muchos ensayos no pasan de esta fase porque no alcanzan la respuesta inmunitaria requerida. Si la vacuna candidata va adelante, tras unos permisos protocolarios, tiene que pasar por tres fases más que incluyen la prueba en humanos, primero con un número reducido de personas, y de resultar exitosa se amplía en la siguiente fase a un mayor número de sujetos, en los que se controla la dosis propuesta, la seguridad, capacidad inmunógena, el programa de vacunación y el método de aplicación. La fase tres implica ensayos con mayor número de personas, donde se analizan los efectos adversos porcentuales. Hasta el total visto bueno de la vacuna transcurren entre cinco y diez años, aunque en algunos protocolos se habla incluso de un periodo mayor.

Lo expuesto es solo una pincelada del largo camino de investigación de una vacuna. Aun así, existen vacunas en el mercado cuyos efectos adversos no se habían descubierto en los ensayos o bien aparecieron pasados varios años. Hay que decir también que algunas se lanzaron y fueron muy criticadas en su día por no haber transcurrido el tiempo reglamentario. Me refiero, en concreto, a la polémica (VPH), contra el papiloma humano, que tantos efectos secundarios adversos causa en las adolescentes, incluida la muerte. De hecho, existen denuncias y querellas en una buena parte de los juzgados del mundo, debido a estos efectos adversos en adolescentes y preadolescentes. Lo mismo ocurre con la triple vírica (SPR), relacionada con el autismo, patología que  engloba una serie de trastornos neurológicos, que provocan déficits de desarrollo en los niños y dificulta su socialización y comunicación con el entorno, al no ser capaces de exteriorizar sus emociones. La opinión oficial es que aún se ignora la causa del autismo, que afecta en la actualidad a 1 niño de cada 150. El incremento de este padecimiento es alarmante, pues hace treinta años solo afectaba a 1 de cada 10.000. Coincidentemente, los casos de autismo se incrementaron cuando el uso de algunas vacunas se hizo obligatorio. ¡Oigan esto, señores responsables! No se escondan en el entramado oficialista al servicio de los grandes emporios farmacéuticos. ¡Un niño autista es un enfermo de por vida y una cruz para la familia! No se puede solucionar el problema suspendiendo las licencias a los pediatras que se atreven a relacionarlo con la triple vírica, tal como hicieron con Wakefield y, posteriormente, con otros médicos, Isabel Bellostas entre ellos.

Todo esto nos lleva al maratón que realizan unas cuantas farmacéuticas para sacar una vacuna deprisa y corriendo. Las élites globalistas quieren salvar a toda costa nuestras vidas, lo cual no se entiende, dado que, por otro lado, pretenden reducir la población en varios millones, declarado por MacNamara, Rockefeller, Gates, Taro Aso o la inefable Lagarde, entre otros. Todos sin excepción se lamentan de la avanzada edad que alcanzan los viejos y del número de nacimientos. Conociendo el plan que tienen para la humanidad, de reducir la población, no nos encaja el propósito de la vacuna salvadora. Nos parece muy contradictorio que quienes desean eliminar a los viejos y a los discapacitados y quienes imponen la eugenesia, el aborto, las vacunas antiembarazo, la píldora del día después, la RU-486, el suicidio asistido y la eutanasia quieran, de repente, salvarnos la vida.

Hacer una crítica racional a las vacunas, con los datos sobre la mesa, no quiere decir que se milite en un clan antivacunas o negacionista, sambenito que enseguida cuelgan quienes no admiten réplica o debate. Ahora  bien, si para otras cuestiones pedimos luz y taquígrafos, léase transparencia, cómo no vamos a exigirla con algo tan delicado como nuestra salud. Y aquí entramos de lleno en una cuestión difícil de entender. Si cuando compramos un producto cualquiera de supermercado leemos los ingredientes y aditivos especificados con su nomenclatura correspondiente, y lo mismo hacemos con cualquier medicamento, así como sus efectos secundarios, ¿cómo es posible que sobre las vacunas haya una total ignorancia por parte del usuario? Los mayores acuden a su centro de salud tras ser bombardeados por la campaña estacional –este año creo que van a vacunar por teléfono, porque así es la nueva dinámica de la atención primaria—, ponen el brazo y listo. Luego casi todos tienen un catarrillo prematuro –algunos, gripe de verdad— y otros síntomas leves, pero ya están acostumbrados, y tragan. Aunque, cada vez, menos. Hay que concienciar al ciudadano de que deje de ser sumiso y haga valer sus derechos. Es normal confiar en nuestro médico –siempre y cuando no sea de los que reciben regalos a cambio de recetar tal o cual medicina—, pero hay que conocer el entramado de intereses por encima de él, a los que es ajeno. Pero, en estos tiempos de moral a la baja, no podemos permitirnos tener médicos que viven en su burbuja, sin enterarse de quién mueve los hilos. ¿Cuántos mayores sabrán que muchos de los que dieron positivo en la PCR fue a causa de la vacuna de la gripe? ¿Cuántos mayores estarán pendientes de que no les pongan una vacuna que contenga el adyuvante polisorbato 80? [1]

Las vacunas están mitificadas. Desde hace dos siglos y medio se viene asegurando que las vacunas salvan vidas, tiempo suficiente para que ya vengamos al mundo con la creencia insertada en el subconsciente, formando parte de otros programas de nuestro árbol transgeneracional y del inconsciente colectivo, teniendo en cuenta también que el “médico” y la “magia” que lo rodea es un símbolo ancestral, un arquetipo con poder sobre la muerte. Por eso cuando se nos dice que las vacunas son eficaces y seguras lo creemos sin más. Sin embargo, muchos profesionales y expertos en vacunas opinan que ni una cosa ni otra, pero no voy a extenderme ahora en las razones.

El Ministerio de Sanidad y la Organización Médica Colegial (OMC) así lo manifiestan, pero hay que creerlo por fe, puesto que nunca se han presentado las pruebas de su seguridad y eficacia. Y no porque no hayan sido solicitadas. José Antonio Campoy, en el último editorial de Discovery Salud manifiesta que el abogado Luis de Miguel Ortega en su calidad de representante de la Asociación de Consumidores, ACUS, solicitó las pruebas al ministerio a través del Consejo de Transparencia y Buen Gobierno. Se pedía información sobre las vacunas que se dispensan en España bajo 250 marcas comerciales: “estudios de seguridad, epidemiológicos, cifras de fallecimientos, política de fijación de precios, etcétera”. La información debería haber sido enviada, según dispone la ley. Pero, ni caso. Se pregunta  el director de la publicación, y con razón, si esta información que debe ser de dominio público no la entregan porque no existe –como el equipo de expertos del Gobierno— o porque de conocerse su contenido se armaría un escándalo monumental.

El silencio administrativo por parte del ministerio se denunció en el Juzgado de lo Contencioso Administrativo de la Audiencia Nacional, y ¡oigan bien y pásmense!, el ministerio no solo no accedió al cumplimento de lo exigido por el Consejo de Transparencia, sino que contrademandó pidiendo la suspensión cautelar de la resolución del Consejo, alegando que “puede perjudicar los intereses de terceros”. ¿Estos terceros son las farmacéuticas? ¿O hay alguien más por ahí? ¡En qué manos estamos!

El extremo que acabamos de analizar nos lleva de lleno a una noticia publicada hace unos días en todos los medios de comunicación. El titular de La razón es para echarse a temblar: “Los fabricantes de la vacuna piden inmunidad legal ante posibles efectos adversos”. En el cuerpo del redactado se amplía que las farmacéuticas negocian que Sanidad cubra la responsabilidad subsidiaria en caso de posibles fallos de seguridad que se deriven de la rapidez de la investigación. Evidente, como tienen que ir a toda prisa, se curan en salud de los posibles efectos adversos alegando que los plazos para desarrollar una vacuna son extensos –como expresamos al principio—, lo cual permite detectar los posibles fallos y afinar el porcentaje de eficacia y de seguridad del producto antes de introducirlo en el mercado. Pero en el caso de la Covid-19 no hay tiempo porque nos estamos contagiando y muriendo todos –perdón por la ironía— con el asesino Sars-Cov-2 y hay que empezar a vacunar ya. Pero a ver quién se responsabiliza, porque el problema no son muertos, sino quién paga. Esto casi suaviza las palabras escandalosas de Gates cuando aseguró que la vacuna iba a eliminar muchas vidas.

Lo cierto es que las farmacéuticas del maratón –Johnson &Johnson, Astra-Zeneca, la Moderna, que trabaja con la española Rovi, o la china CanSino Biologist—están preocupadas, y quieren cubrirse las espaldas. Este blindaje o inmunidad legal frente a los efectos adversos de las vacunas ya existe en Estados Unidos, aunque no nos extrañaría que si Trump consigue revalidar su mandato, esta patente de corso de las farmacéuticas podría ser revocada. Hemos llegado a unos procedimientos tan antiéticos que produce escalofríos pensarlo.

Moderna declaró llevar muy adelantados sus estudios experimentales de la mRNA-1273 contra la Covid-19. La han probado en cobayas y en algunos voluntarios humanos. Aun así, según mis cómputos, faltan varios años para cerciorarse de su eficacia y, sobre todo, de su seguridad. Tengo la duda de que todo esto no sea más que otra puesta en escena, una pantomima más, y que la vacuna esté ya fabricada desde mucho antes de soltar el virus. Si utilizamos la lógica y recordamos las palabras de Gates cuando hace años anunció una pandemia y advertía a los gobiernos que tenían que estar preparados, ¿cómo el dueño del virus va a soltarlo sin tener la vacuna, siendo él uno de los fabricantes o accionista de varios laboratorios farmacéuticos, lo mismo que Soros? Demasiadas incógnitas. Aclarar que los laboratorios Rovi de Madrid solo participan en el “rellenado de viales” y sellado, pero no en la investigación del contenido. Nada más salir en prensa, subieron las acciones de ambas empresas. Así funcionan las cosas en este mundo nuestro. Pero otro mejor es posible. Estoy segura.

NOTA
[1] El polisorbato 80 es un producto sintético con propiedades emulsionantes y estabilizandtes que se usa en alimentación como aditivo E-433, cosmética y en la producción de diversos medicamentos, entre ellos, algunas vacunas antigripales. Un estudio del Hospital de Barbastro, no concluyente, relaciona este componente con la Covid-19 y las pruebas PCR.

 

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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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