UNA DE LAS JOYAS DEL ROMÁNICO MÁS IMPORTANTES DE LA RUTA JACOBEA

Camino de Santiago: Frómista, la villa del milagro

Guía y consejos útiles para el peregrino

Camino de Santiago: Frómista, la villa del milagro

Después de tomar unas fresas, obsequio de un hortelano, salimos hacia Frómista. Teníamos ante nosotros las anchas llanuras ocres luciendo espigas doradas y amapolas rojas.

La monotonía se interrumpía de vez en cuando con la presencia de algún otero o altarium en la lejanía, o con elevaciones conocidas como motas. En las tierras rojizas de la parte superior de las lomas crece el astrágalo. En las blancas de abajo proliferan los tomillos, algunos líquenes y plantas de hojas crasas, como los chucarros.

Subidas y bajadas, lomas y colinas que hacían más penoso el caminar bajo el sol. Quedaba el gran consuelo de mirar el cielo cristalino y limpio, tan alejado de los humos que vomitan las fábricas.

La Cuesta de Mostelares nos hizo perder el aliento, pero una vez en el páramo tuvimos la recompensa de divisar la grandiosidad de la gran llanura que en un tiempo remoto fue agua. Hace años era terreno cultivado y aún son visibles los bancales donde crecen serbales, botoneras y zamarrillas. Y más girasoles que no dejan de mirarnos, aunque sea de reojo, porque ya no giran sus corolas como cuando eran pequeños y tenían miedo a que la luz se ocultase para siempre en el oeste. Un día, cuando se hicieron adultos descubrieron que el sol siempre vuelve, porque la vida es una rueda. Entonces sus almas girasoleras se tranquilizaron y se quedaron mirando al este, como lo hacen los templos orientados por la brújula de los sabios. Los peregrinos también íbamos hacia el escondite del sol, a veces, guiados por una fuerza oculta. Si algún día, como los girasoles, alcanzamos la sabiduría, también nos quedaremos estáticos mirando hacia el este, el Paraíso, el nirvana.

El descenso a la Collada del Camino es la otra cara de la cuesta. En Itero del Castillo nos esperaba la renombrada fuente del Piojo, de gran tradición jacobea, donde se despiojaban los peregrinos infestados.

En Castrillo Matajudíos vagan las almas errantes de los judíos que hallaban mal final, en castigo a sus prácticas de usura. Los vecinos dicen que es una leyenda inventada y no cejaron en el empeño de cambiarle el nombre por el de Motajudíos hasta que lo consiguieron. También rememoramos la leyenda de las once mil vírgenes mártires capitaneadas por Santa Úrsula, martirizada también porque se negó a entregarse a Atila. Sus restos se encuentran en un busto-relicario en la iglesia de San Nicolás.

Entre los girasoles revoltosos crecen los viñedos de racimos blancos y negros que exudan la materia prima que el atanor transformará en elixir mágico: el vino de la denominación de origen castellana Ribera del Duero. Las modernas bodegas conviven en armonía con la iglesia de San Cristóbal y la vieja fortaleza de ajimeces góticos.

Un poco más allá empezamos a despedirnos de la provincia burgalesa bajo la mirada de la ermita de los italianos y el hospital del protector San Nicolás, un centro que funcionaba ya en el año 1174. El recinto fue iglesia parroquial del desaparecido pueblo de Puente Fitero. En la actualidad funciona como albergue, y sus hospitaleros cumplen con las constituciones de antaño de ayuda y cuidado al peregrino. Allí se practica el ritual del lavado de pies.

A través del puente de la Mula sobre el fronterizo Pisuerga, de traza alomada y once arcos de luz, entramos en tierras palentinas. Continuamos en la Tierra de Campos. Hace dos días, antes de que las cosechadoras llegaran con sus cuchillas, los campos de cereales elevaban al cielo sus semillas en forma de plegaria, adornadas con amapolas moradas, pamplinas y neguillas.

Los álamos añosos que guardan la orilla del río no alcanzaban a cubrirnos con su sombra, pero agradecimos la intención. Caminamos en paralelo en la misma dirección de la corriente. Crecían los carrizos y los juncos que propician la vida de los carrizales. En Itero de la Vega hicimos una parada en el bar del albergue y visitamos la ermita de la Piedad, del siglo xiii, que aloja una talla del Apóstol.

Me sentía privilegiada por poder derrochar el tiempo deleitándome en los hitos del Camino. Andar no es nada si se pasa de largo por tantos monumentos que señalan los lugares energéticos que facilitan la trascendencia y que trazaron la historia de la Ruta de las Estrellas.

En Boadilla del Camino volvimos a encontrarnos con un «rollo» jurisdiccional que, a pesar de haberlo visto en otros pueblos, no logramos acostumbrarnos a esa manera cruel de impartir justicia.

El Canal de Castilla nos anuncia que estamos cerca de Frómista. La senda discurre entre hileras de chopos que se elevan al cielo y dan cobijo a las oropéndolas cantarinas, primas hermanas de las calandrias. Hay varias lagunas con zonas protegidas donde habita el halcón peregrino, el aguilucho lagunero, la alondra común y, en verano, la garza imperial.

Dimos rienda suelta a la imaginación y soñamos con el trasiego de barcazas transportando los cereales cosechados en los feraces campos, sobre todo, después de la canalización. Tras cruzar el canal por una esclusa entramos en Frómista, la Frumesta romana, cuyo nombre se debe a la abundancia de trigo (frumentum) que producían sus campos. También es conocida como la “villa del milagro”, y contó con varios hospitales en otro tiempo. Como muestra, pervive el albergue de Palmeros. Es también la cuna de Pedro Telmo, patrón de los navegantes. Pero la fama de Frómista se debe a su milagro.

En la Edad Media vivía una comunidad judía importante, gracias a las facilidades que el rey Fernando I les había otorgado para establecerse, por su fama de industriosos, y a los que huían de Al-Andalus perseguidos por los almorávides y los almohades.

Cuentan que allá por el siglo XV, un hombre muy cristiano llamado Pedro Fernández de Teresa pidió dinero prestado a un judío de nombre Matudiel Salomón. Muy a pesar suyo, el cristiano no pudo devolver el dinero en el plazo previsto, por lo cual fue denunciado a la autoridad eclesiástica, y excomulgado. Cuando su situación económica mejoró, el hombre saldó su deuda, pero se olvidó de confesar y de aclarar la situación de su pecado. Estando en el lecho de muerte, pidió que el sacerdote de San Martín le administrase los últimos sacramentos. Pero cuando Fernández de la Monja iba a darle la comunión, no podía despegar la sagrada forma de la patena. Entonces le preguntó si no tendría algún asunto pendiente que se le hubiese olvidado confesar. El moribundo hizo memoria y recordó que estaba excomulgado. Confesado el pecado, el sacerdote le dio la absolución y después la comunión. En la que fue la casa de Pedro Fernández se puede ver la llamada piedra del milagro. En la actualidad, la estola, la casulla y la patena se encuentran en el museo de la iglesia de San Pedro.

Tener ante mí la iglesia de Santa María, del antiguo Monasterio de San Martín de Tours era un viejo deseo que, por fin, se realizaba. Estábamos ante una de las joyas del románico más importantes de la Ruta Jacobea. Algunos peregrinos pasan de largo sin siquiera echar una mirada de soslayo. Es casi imposible no sentirse atrapado ante esta construcción de elegantes proporciones y una destacada riqueza escultórica. Dos torrecillas cilíndricas flanquean el hastial. La contemplación de los más de trescientos canecillos de variadas formas es una delicia.

Hacer el Camino de Santiago es sufrir un poco y llorar de alegría; es ir colocando los pies en las huellas invisibles de otros peregrinos, mimetizarse con la estela de los que llegaron y volvieron y de los que yacen bajo las lápidas de los pequeños cementerios de las ermitas a la vera de los hospitales.

El último trayecto desde Boadilla, a pesar de ser en línea recta, había agotado mis fuerzas. Me dirigí al bar del albergue donde me esperaban mis compañeros de viaje. Estaban en la terraza disfrutando de una ligera brisa que se había levantado. Los vi de lejos y me iba fijando en sus caras mientras me acercaba. Al llegar me aplaudieron y me dieron vítores. Eran unos burlones. Se veía que estaban descansados y tenían ganas de broma.

El sol se había ensañado conmigo y, a pesar del sombrero y la crema protectora, tenía la cara como una granada. Tomé a Galleta en brazos y en un momento me dio mil besos acompañados de suspiritos. Los perros nunca preguntan ni piden nada. Siempre se alegran cuando llega su dueño, y su amor es incondicional. Deberíamos aprender de ellos. Sergio también acudió enseguida a servirme. Me pidió una botellita de agua del tiempo en envase de cristal, medio limón y un café americano. Era como si quisiera demostrarle a George que conocía mis gustos y preferencias.

Sobre la mesa había varios periódicos muy manoseados. Saltaba a la vista que habían sido leídos y releídos. El de tirada nacional llevaba en portada la foto de Dani, la de Catalina y otra de un miembro de la mafia rusa que había sido detenido. El texto confirmaba que nuestra amiga pertenecía al crimen organizado. Se le habían descubierto dos cuentas en las islas Caimán y la estaban investigando por evasión de capital y fraude fiscal. Tras declarar por segunda vez, el juez había mantenido el decreto de prisión incondicional. El otro detenido era un exmiembro de la KGB radicado en Estados Unidos que, a su vez, pertenecía a la mafia.

—¿Pero cómo se sabe todo esto? —protesté, sin dirigirme a nadie—. ¿Acaso se ha levantado el secreto de sumario? —insistí mostrando disgusto.
—Lee —dijo Virginia—. La cosa está que arde.

Teresa me pasó un papel con el esquema de todos los personajes que iban apareciendo en la “Operación Camino” y las relaciones entre ellos. Iba a ser la única manera de enterarme. Entre unos y otros, muertos y vivos, la mafia, la KGB, la Interpol, el confidente, las islas Caimán y nuestros amigos implicados en todo esto, mi cabeza no daba para más. Necesitaba un sueño reparador de diez horas, para recargarme y seguir rodando la película de mi vida.

Tras hacer veinte minutos de yoga y rezar, me cogí de la mano de mi ángel custodio y me despedí del mundo. El sueño es casi una muerte reversible que se repite cada noche, donde rigen las leyes del mundo intangible. (De la novela El Códice de Clara Rosenberg, Magdalena del amo, La Regla de Oro Ediciones, Madrid, 2016)

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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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