ESPAÑA Y EL RESTO DE LAS NACIONES AMERICANAS, SOBRE TODO ARGENTINA, ESTÁN SIENDO TORTURADAS FÍSICA Y PSÍQUICAMENTE HASTA EL LÍMITE

Tenemos miedo, pero no al virus, sino a la falsa realidad que se nos muestra

Hay que vacunarse contra el miedo

Tenemos miedo, pero no al virus, sino a la falsa realidad que se nos muestra

Esta sociedad de aparentes seres pensantes vive sumida en un sueño de terror, del que es incapaz de despertarse por más que le toquen la alarma. No saben que están siendo cobayas de un experimento colectivo.  Hace años, siglos mejor dicho, que los “amos del mundo” tienen fijada su vista en España y en sus provincias de Ultramar, léase Hispanoamérica, un conglomerado de países hermanos, con una misma lengua y una misma religión, que integraron el imperio más poderoso de todos los tiempos. Cerca de cuatrocientos millones, que se dice pronto. Por esta razón, España y el resto de las naciones americanas, sobre todo Argentina, están siendo torturadas física y psíquicamente hasta el límite. Nos humillan hasta cotas impensables para comprobar nuestro aguante, nuestro grado de sumisión y servilismo, nuestras tragaderas y capacidad de adaptación para aceptar lo inaceptable. No es la primera vez. Con el pueblo español, por referirme a algo muy reciente y grave, ya se experimentó implementando la ingeniería verbal y social con los diferentes flecos del género, los trans, los queer, y la salud reproductiva, incluido el matrimonio homosexual. Y de aquí cruzó el charco volando y germinó al poco tiempo en los países hispanos y después en el resto del mundo. Son temas muy distintos, sin aparente conexión, originados en los think tanks de las mismas mentes maquiavélicas que sueltan virus y mosquitos. Pero hay que profundizar para ver el enlace.

Estamos viviendo una auténtica vergüenza, que algunos ya abiertamente denominamos “plandemia” o “coronacirco”. Con la diferencia de que el circo es un espectáculo de diversión, y esto es más bien para salir huyendo y darse de baja en el sistema. La sociedad, más que dormir, ronca. Pegada a la televisión apesebrada y bien aleccionada, no tiene escapatoria y acaba viendo el bello traje del emperador desnudo. Ignora que los intervinientes juegan su papel, bien remunerado, por cierto. Son prestidigitadores de la información, y en esto sí hay una similitud con el circo.

Al hilo de lo que hablamos, acabo de recibir un vídeo de una entrevista que los “perrodistas” del programa La mañana, de TVE, le hacen al doctor Luis Miguel Benito, del Hospital de El Escorial. Los presentadores, muy crecidos en su mentira mediática, se atrevieron a discutir de tú a tú, pero el doctor les dio sopas con honda, y en un momento les desmontó la pandemia aclarando sobre los contagiados, el repunte, los test PCR o el número de ingresados. “No está aumentando la patología Covid”, dijo. Referente a la vacuna, se mostró muy reacio, manifestando que primero había que ver si era segura, si era eficaz y si era necesaria, cosa que duda, a juzgar por su libro de reciente aparición Coronavirus. Tras la vacuna. No tuvo pelos en la lengua al afirmar que eso suponía mucho dinero para las farmacéuticas y que había que venderla, por eso antes se vendió el miedo. “Hay que vacunarse contra el miedo. […] La alarma social generada, a los médicos nos deja perplejos. […] Está habiendo una maniobra para confinar a la gente, porque hemos sido muy irresponsables en el verano. Estratégicamente es muy interesante, pero desde el punto de vista médico, hay poca chicha”. Estas fueron algunas de las perlas de uno de los médicos mejor valorados de España. Su intervención fue un ejemplo, que esperamos sigan otros médicos y enfermeras, a los que han prohibido hablar. Mi consejo es que sigan su conciencia y no tengan miedo. Me quedo con la frase: “Hay que vacunarse contra el miedo”. El miedo es el auténtico virus y está haciendo estragos. Es el rey de esta epidemia y nos está cambiando a todos, incluso a los más fuertes.

No tenemos miedo al virus, pero sí nos mantenemos en vilo ante todo el ritual covidiano que lo rodea. No se puede negar cierto malestar, que nos obliga a hacer grandes esfuerzos de racionalidad para evitar los pensamientos fatalistas y que la tristeza se apodere de nosotros. Pendientes también de la ocurrencia de turno de los políticos, lo cual es terrible porque, poco a poco, nos van estrechando el cerco y si por ellos fuera, no pararían hasta colocarnos la cadena. Caigamos en la cuenta de que los políticos son seres sin alma. No sé si de nacimiento o la han perdido a fuerza de ignorarla.

Tenemos miedo a los rastreadores que nos persiguen para someternos a sus experimentos de PCR, cuarentena  y demás parafernalia covidiana de control, sobre todo, si hemos estado en contacto con algún positivo, que seguro que ni está enfermo ni nada, pero hace bulto y estadística, que es lo que cuenta. Tenemos miedo a la Policía que, en cualquier momento, puede ponernos una multa y llevarnos detenidos si argumentamos nuestro derecho a no usar mascarilla o nos atrevemos a decirle que todo es una farsa, puro atrezo para fingir un peligro que no existe. Tenemos miedo al Gobierno, por sus decretos genocidas y leyes contra la sociedad, hechas con secreto y premeditación. Tenemos miedo a todos los políticos en general, de izquierdas y de derechas, porque ninguno se interesa en conocer la verdad y si la conocen la callan, porque,  en el fondo, todos son la misma basura asquienta y maloliente que busca el poder para ver realizada su ambición. Tenemos miedo a los médicos que siguen alimentando el miedo al virus letal y apoyando las consignas internacionales y locales para dominarnos y, más en concreto, a los colegios médicos, que cobran de las farmacéuticas y se pasan el Juramento Hipocrático por el forro. Tenemos miedo a los sanitarios, que no dicen lo que saben y son, en definitiva, los que nos inocularán la vacuna millonaria y devastadora, a la vez que innecesaria. Tenemos miedo a nuestros vecinos que vigilan nuestro comportamiento, por si nos saltamos la norma o tosemos más de la cuenta, no vaya a ser que los contagiemos. Tenemos miedo a los transeúntes que, tras la máscara, nos miran con ojos inquisitoriales si osamos pasear sin ella o nos acercamos demasiado. Tenemos miedo a los medios de comunicación, de la izquierda y de la derecha, de la Iglesia o comunistas, porque son los serviles y bien pagados  alguaciles del poder para orquestar el gran teatro, a la vez que culpables del miedo y la incertidumbre que están enfermando a la sociedad e incrementando el número de suicidios. Tenemos miedo, sobre todo, a quienes dirigen esta epidemia desde la sombra, esos seres extraños, parapáticos, carentes de empatía, sin el menor respeto por el ser humano, con ansias patológicas de poder y dominio, sociópatas con diploma, que bajo un manto de filantropía llevan décadas, si no siglos, parasitando la raza humana, avisando de que hay que reducir la población porque somos una lacra para el planeta. Nuestro mayor desprecio hacia ellos y a todas las marionetas que, sabiéndolo o no, actúan de ejecutores de sus planes macabros. Y tenemos miedo a que el número de despiertos que conforma la Resistencia no sea suficiente para formar la masa crítica necesaria para derrotar la gran mentira global en la que está instalada la mayoría –unos por intereses, otros por ignorancia y el resto por la inercia del rebaño—. ¡Despierta, hermano! Hay que conseguir la libertad y liberarse de estas entidades oscuras que son nuestros parásitos desde la noche de los tiempos. Hay que encerrar a todos los culpables en un penal de máxima seguridad, de donde no puedan salir jamás. Y como siempre digo al final de mis artículos, tengo la firme esperanza de que así sea. ¡Venceremos!

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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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