EN EL CAMINO DE SANTIAGO, CADA IGLESIA, POSADA O PUENTE TIENE SU RAZÓN DE SER

El Camino de Santiago entre Carrión de los Condes y Sahagún

Entre románico y mudéjar

El Camino de Santiago entre Carrión de los Condes y Sahagún

El cerro donde está ubicada la iglesia de Belén es la antigua ciudad romana “Lacóbriga”, bastión cristiano y la más importante población medieval de la Tierra de Campos, donde se celebraron cortes y concilios. Supe de la existencia de esta villa en la adolescencia por El Cantar del Mío Cid, en el que aparecen los Condes de Carrión, protagonistas de la desafortunada escena “la afrenta de Corpes” a las hijas de don Rodrigo.

Hicimos una visita a los monumentos, rápida pero provechosa. Virginia me pidió que les explicase. Me había convertido en la contadora de historias oficial y lo hacía con gusto. Empezamos por la iglesia románica de Santiago, uno de los edificios más representativos de la villa que, a pesar de los bombardeos de la Guerra de la Independencia, conserva la portada y el friso en el que están representados el Pantocrátor, Jesucristo en Majestad acompañado de los evangelistas y los apóstoles.

La leyenda se sustancia en Carrión de los Condes en forma de arte. La iglesia románica de Santa María del Camino escenifica escultóricamente el milagro de las cien doncellas. La villa se vio libre de este tributo cuando en el momento en que las jóvenes iban a ser entregadas a los moros, una manada de toros irrumpió de manera providencial e hizo huir a los musulmanes. En los capiteles de las arquivoltas de la portada sur están representadas las doncellas del tributo, y soportando el arco de medio punto, la mocheta con doble cabeza de toro.

Antes de continuar ruta aún nos quedaba la visita al Monasterio de San Zoilo, del siglo xi, convertido hoy en hospedería para bolsillos pudientes. Marta y Juan llevaban varios años haciendo el recorrido por monasterios y paradores, y aprovecharon para pernoctar allí. Hay que destacar su claustro plateresco y los sepulcros románicos de los Condes de Carrión.

Pasamos buena parte de la mañana capturando imágenes y saboreando las piedras mudas guardianas de secretos. Pero me hubiese gustado quedarme más tiempo. Desde que iniciamos el Camino me había ido enamorando de cada lugar: primero los de Europa, luego Navarra, después Logroño, a continuación Burgos, ahora Palencia, y dentro de poco dejaríamos la Tierra de Campos para adentrarnos en la provincia de León.

El viaje nos hacía recapacitar sobre nuestro pasado y suscitaba conversaciones creativas. Íbamos atravesando la franja geográfica que había fraguado nuestra idiosincrasia, donde España se había configurado a través de guerras, tratados y batallas. Cada iglesia, posada o puente tenía su razón de ser, y nosotros dejábamos nuestra humilde huella al pasar, llevándonos «algo» a su vez que, aunque no sabíamos bien qué era, hacía florecer los corazones.

Sabíamos de la dureza de la etapa, pero no creímos que fuera para tanto. Ante nuestros ojos se extendía un andadero de suelo pedregoso interminable con escasos árboles, alineado con la carretera. Caminábamos entre campos segados, salpicados de pequeños montones de rastrojo y girasoles todavía en pie. A la orilla, algunos piornos y genistas conservaban el verde parduzco estival.

Solo Virginia y yo nos atrevimos a desafiar el intenso calor de ese día de verano, cuando los rayos caían verticales sobre nuestras cabezas. Los demás, mucho más razonables, habían optado por el coche.

Dejamos atrás las ruinas de Santa María de Benevívere, que fue una poderosa abadía en el pasado, y avanzamos por la vía romana a Calzadilla de la Cueza. Esta zona es abundante en vestigios romanos. En Quintanilla merece la pena desviarse unos metros para ver el yacimiento arqueológico del Pago de Tejada, una villa romana del siglo II en la que destacan los restos de un hipocausto, un sistema de calefacción que consistía en una especie de horno que calentaba el piso superior, precedente de las “glorias” de las casas de campo castellanas. Hay una colección de mosaicos muy bien conservados que reproducen motivos geométricos, esvásticas y la representación alegórica de Leda y el cisne.

En este tramo apenas hay fuentes y lugares donde parar a refrescarse. Por momentos nos arrepentíamos de nuestra hazaña. Éramos muy valientes, pero no eran las mejores horas para atravesar las llanuras rasas palentinas. Para colmo, mi agua estaba como sopa y mi cara reclamaba continuamente crema protectora. Pero al menos no teníamos ampollas como otros pobres caminantes que iban con los pies agujereados.

El lugar de Lédigos llama la atención por su etimología: laetificus, que significa lugar placentero. No pudimos descubrir por qué fue merecedor de tal gracia, aunque dedujimos que el nombre fue puesto por los monjes. Después de Terradillos de los Templarios llegamos a Moratinos, un precioso pueblo mudéjar, y después a San Nicolás del Real Camino que tuvo un hospital para leprosos. Uno de los rincones más bellos de la Ruta es el conformado por el puente medieval sobre el río Valderaduey, mandado construir por Alfonso VI, y la ermita de la Virgen del Puente en la otra orilla, en tierras leonesas.

Estábamos sentadas en el pretil del puente de piedra contemplando el agua que fluía sin prisa mientras tomábamos unas frutas. Nos sentíamos cansadas pero disfrutábamos del momento cercano a la caída del sol. Tras pasar el puente nos detuvimos en el dextro del pequeño templo mudéjar, de una sola nave y cabecera con ábside en semihexágono, frisos de esquina y arquerías ciegas.

—Aquí había un hospital, y a la salida del pueblo otro. Entre los dos atendían a los peregrinos que llegaban enfermos

—¿Por qué había tantos hospitales? —preguntó Virginia con cara de extrañeza—. Me llama la atención que tantos peregrinos se pusieran malos.

—Algunos enfermaban durante el viaje, pero la mayoría venían ya infectados y buscaban un milagro.

—Y al llegar aquí se ponían más graves…

—Eran leprosos —puntualicé—. Tener la lepra era lo peor del mundo. Además era contagiosa. Por eso, cuando llegaban a España los apresaban y los confinaban en estos centros.

—¿Entonces no estaban por voluntad propia? —preguntó escandalizada.

—La mayoría, no —respondí—. Algunos historiadores sostienen que las leproserías fueron las precursoras de los campos de concentración. Seguro que exageran, pero dicen que los tenían confinados de por vida.

En efecto, aparte de los éxitos en las batallas de Oriente, a principios del siglo xii los cruzados trajeron la lepra a Europa, y esta lacra no tardó en extenderse a través del Camino de Santiago. Fue necesario construir leproserías para acotar a los enfermos, y evitar el contagio de la población. Según algunos historiadores, nada más entrar en España, los apresaban y los recluían hasta que morían. A muchos, al entrar, ya les cantaban la misa de réquiem. Había peregrinos que, a pesar de la vigilancia, conseguían escapar e incluso llegar a Santiago. Otros se apostaban en los caminos, solicitando la caridad de otros peregrinos. Esta es la parte menos romántica del Camino.

Era casi de noche. Seguro que ya nos estaban echando de menos. Aún estábamos a tres kilómetros de Sahagún de Campos, una villa cargada de historia y leyendas.

El Domus Viatoris era un modesto hostal que admitía mascotas, y muy confortable a pesar de sus dos estrellas. Cuando los pies llevan pisando guijarros durante horas cualquier cama parece el mejor invento. Aunque de construcción moderna, el edificio reproduce elementos del mudéjar, empezando por el color marrón de su exterior y la combinación de ladrillo con arquitos. Sahagún es una sinfonía de mudéjar.

Nos alojamos todos juntos, pero no había habitaciones libres suficientes y, como en alguna ocasión anterior, tuvimos que improvisar arreglos para dormir. La situación dio lugar a algunas bromas que festejamos. (De la novela El Códice de Clara Rosenberg. De Roncesvalles a Compostela, Magdalena del Amo, La Regla de Oro Ediciones, Madrid, 2016).

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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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