Victor Entrialgo De Castro: «Entrar en escuelas y residencias»

Victor Entrialgo De Castro: "Entrar en escuelas y residencias"

Esta plaga inesperada que ha puesto patas arriba nuestra vida ha dejado al descubierto las dos mayores insuficiencias de nuestra sociedad y de nuestro tiempo: las escuelas y las residencias.

Las escuelas son las armas para que los jóvenes alcancen el fin de la educación, que para Píndaro era y es “llegar a ser el que eres”, para ayudar a forjar su personalidad. Y las residencias, armas para que los mayores que no quieran o no puedan convivir con sus hijos o parientes, tengan la mejor calidad de vida posible.

La pandemia ha puesto de relieve, la importante ayuda de las nuevas tecnologías y el teletrabajo para superar este momento. Pero, al mismo tiempo, la necesidad imperiosa de implantar un nuevo orden del día que, junto a la conciliación de la vida laboral y familiar, supere el deslumbramiento tecnológico en que vivimos instalados y recupere la comunicación interpersonal e intergeneracional que está quedando por el camino.

No basta con limitarse a escribir con el metro en mano, en el Boletín oficial del Estado o en el de la provincia. Las autoridades, si es que hay alguna, aparte de emparanoiar a la gente a través de las televisiones, tienen una enorme labor pedagógica y educativa que inculcar en la sociedad.

O sea, que la confianza en que las tecnologías van a ayudar a salir de ésta pesadilla no puede suponer el olvido de aquellos que tenemos al lado, enfrente, o apartados, abducidos como estamos por esta nueva religión, esta nueva deshumanizada creencia o adoración tecnológica.

Esta confianza del ser humano en su superioridad, surge en periodos hipertécnicos de cualquier cultura. Es una idea helenística, que aparece en el renacimiento y tras Descartes, en “El hombre máquina” de La Metrie. Parte de una inmensa confianza en la inteligencia del ser vivo para comprender la complejidad del ser humano y coincide con malos tiempos para la filosofía, que volverá. Es una concepción materialista que niega en mayor o menor medida el espíritu y que supone, aunque pretendan negarlo, una determinada concepción del mundo.

Hay que entrar en las aulas para ver, después de innumerables reformas partidistas no pactadas, qué puede salir de ellas. Y en la residencias adonde, después de 30.000 muertes por la epidemia, aún no ha ido el encargado, el vicepresidente para lo social, al que ni está, ni se le espera, para intentar dé razón de lo que con acierto ha pedido el Dr. Cavada: auditar y averiguar por qué y quiénes son los responsables de que España sea el país donde el Covid ha causado más muertes.

Había que haber entrado hace tiempo, y ahora con mayor motivo, en las escuelas y residencias aparte de para salvar vidas, para ensanchar y enriquecer la mente y la vida de los niños mientras se hacen grandes y para rescatar, acompañar y enriquecer la vida de los mayores. Para que ni unos ni otros se achiquen, con ejercicios físicos y mentales, nuevas inquietudes, distracción y actividades.

El Estado es dinamismo, la voluntad de hacer algo en común, un programa de colaboración, como ahora demanda la legislatura de éste maldito virus. Como una flecha. O sube o baja, decía Saavedra Fajardo. Eso es el Estado. Un movimiento. Algo que viene de y va hacia. Después de un golpe separatista, de una traición al Estado y más tarde al Rey, debilitadas las defensas y la cohesión por unos cuantos gilipollas, llegó un golpe epidémico y estamos esperando nos digan hacia donde pretenden ir.

Y donde tiene que ir el Estado en primer lugar es a las aulas y residencias, para poner medios en favor de quienes no han sido iguales ante la ley, de quienes van a perder formación, si no perdieron la vida, por no traer a tiempo los PCR.

Y por último, a escuchar. Porque a diferencia de lo que piensa esta generación de dirigentes insolentes que desde hace unos años nos desgobiernan desde los ayuntamientos o el gobierno de la Nación, pretendiendo saberlo todo, sólo los mayores pueden ser sabios.

Entrar, dotar de equipos médicos y humanos y revisar permanentemente escuelas y residencias, es la tarea inmediata por delante, para reforzar los dos pilares más frágiles de cualquier sociedad que se precie, de eso que llevamos décadas llamando sociedad del bienestar.