Un país inmensamente rico en recursos y talento humano que tiene a más de un tercio de su población en la pobreza, lleva décadas sumido en una profunda crisis y este año incumplió el pago de su deuda por novena vez.
Difícilmente un ejemplo a seguir, pero Argentina, y el peronismo que la gobernó casi 25 de los últimos 37 años, tiene sus fans en las altas esferas del poder en España.
El matrimonio formado por el vicepresidente Pablo Iglesias y la ministra de Igualdad Irene Montero, ambos de Unidas Podemos, encuentra en el movimiento fundado por el general Juan Domingo Perón recetas para los problemas de España.
Es difícil imaginar qué beneficios ven en la importación de populismos latinoamericanos fallidos. Sobre todo porque hay una alternativa, más próxima y de éxito contrastado: el merkelismo.
Alemania, con Angela Merkel al frente, superó la Gran Recesión de 2008 mejor que casi ningún país del mundo, y vuelve a situarse entre los privilegiados en la respuesta a la pandemia en los frentes sanitario y económico. España ha salido mal parada en ambos y se encuentra ante la encrucijada de fijar una visión que evite su decadencia prolongada. Nuestros gobernantes harían bien en emular a Berlín y su apuesta por la educación, la ciencia, la modernización industrial, la revolución ecológica, la innovación y la gestión responsable de los impuestos de sus ciudadanos.
Si el merkelismo tuviera un manual, en su preámbulo diría que la protección social y el impulso económico son compatibles cuando van acompañados de una gestión eficiente de los recursos y una agenda de reformas regeneradoras. “Todas las ayudas no sirven si no están conectadas a reformas, cambios y una orientación hacia el futuro”, decía Merkel el pasado mes de julio.
Como escribe en The New York Times el periodista David Jiménez, antiguo director de ‘El Mundo’, ex reportero de guerra y corresponsal durante mucho tiempo en Asia, la idea de que los españoles nos convertiremos de la noche a la mañana en frugales y eficientes alemanes es tan utópica como imaginar a nuestros vecinos del norte adoptando el estilo de vida latino. Estereotipos aparte, lo que sí está en nuestras manos es evitar los errores cometidos por países que en momentos de dificultad tomaron el rumbo equivocado. Y, como en el caso de Argentina, terminaron cayéndose por el precipicio.
Es difícil situar el origen exacto del declive argentino en el calendario o atribuirlo a un solo momento histórico, líder político o gobierno. El país, que en 1914 superaba el Producto Interior Bruto (PIB) de Alemania, y que hasta bien entrado el siglo fue la nación más próspera de América Latina, padece una crisis económica crónica. Las razones son variadas, desde las dictaduras a la persistente debilidad de sus instituciones, sin olvidar el personalismo de sus líderes, la corrupción y el saqueo sistemático de los recursos nacionales.
El peronismo contribuyó a la tragedia con su populismo errático, el egoísmo caudillista de sus dirigentes y su incapacidad para establecer una estrategia coherente para el país. Es una inconsistencia que Angela Merkel resaltó, quizá de forma inocente, cuando en febrero preguntó al presidente argentino Alberto Fernández qué era el peronismo, sin que este supiera aclarárselo. Fernández optó por decir lo que no era, negando su naturaleza populista.
El movimiento político dominante en Argentina ha sufrido mutaciones constantes, desde el neoliberalismo cleptocrático de Carlos Menem al socialismo demagógico de los Kirchner, y en todas sus variantes ha resultado frustrante en su ineptitud. Unidas Podemos, que desde principios de año forma gobierno de coalición con el presidente Pedro Sánchez, se muestra orgulloso de sus “rasgos peronistas”, sin admitir que uno de los más evidentes es el culto a la personalidad del líder.
Pablo Iglesias ha construido un partido a su medida tras purgar la disidencia interna, con resultados que confirman las contradicciones del político que más adhesiones y odios viscerales provoca en España: Unidas Podemos vive el momento más bajo desde su irrupción en la escena española —ha perdido dos millones de votos y la mitad de sus parlamentarios desde 2015— y sin embargo disfruta de la mayor cota de poder de su breve historia.
El “peronismo español” controla cinco ministerios en un Gobierno donde conviven dos almas, la más activista liderada por Iglesias y una más pragmática y europeísta con la ministra de Economía Nadia Calviño como referente. Ambas se disputan estos días la definición de los presupuestos más importantes de una generación, donde se determinará el rumbo a tomar en mitad de la tormenta.
Las propuestas de Podemos combinan aciertos como el impulso del Ingreso Mínimo Vital, que podría mitigar el daño de la población más vulnerable si supera los obstáculos de su implementación, con otras propuestas de corte peronista que ignoran el estado de las cuentas públicas. Las subidas de impuestos propuestas para empresas y particulares —las grandes fortunas ya se han adelantado para proteger su dinero o sacarlo del país— no cubren los gastos que se pretenden añadir y amenazan con deprimir aún más la economía.
España vive al límite de sus posibilidades financieras con una deuda creciente que roza el 110 por ciento de su PIB, un 40 por ciento de su población dependiente del Estado y un colapso de sectores vitales, incluidos los servicios y el turismo, que hacen inviable su sostenimiento sin el soporte de Europa. Pero la ayuda de Bruselas no será suficiente.
El país necesita abrir su economía, despejar la maraña burocrática que merma el emprendimiento, reformar su sistema educativo, apostar por la innovación y apoyar a las empresas que sostienen el empleo. Esas políticas son incompatibles con el nacionalismo económico, el proteccionismo y la irresponsabilidad presupuestaria que suelen acompañar al peronismo.
Angela Merkel se retirará de la política el próximo año dejando un legado que se resume en su gestión la pandemia. Frente a los rumores, desde el principio decidió en función de los datos y la ciencia; frente al populismo, trató a sus ciudadanos como adultos. Y mientras dirigentes desde Estados Unidos a España naufragaban, reaccionando tarde, presentó un perfil profesional de la política que prioriza la resolución de problemas sobre la ideología. Por eso, viendo la gravedad de la situación, defendió la creación de un fondo europeo de reconstrucción que aportará a España 140.000 millones de euros.
La idea de que esa ayuda nos será entregada sin contraprestación, como miembros del gobierno dieron a entender en sus mensajes triunfalistas, es absurda. El merkelismo impregna la letra pequeña del acuerdo. El Gobierno español deberá presentar proyectos que reflejen una estrategia de país, más allá de la necesaria asistencia a quienes están pasando por graves dificultades. La crisis todavía podría convertirse en una oportunidad si España toma como ejemplo el modelo adecuado. Argentina nos ofrece alguna pista: no es el peronismo.