LOS JESUITAS Y LOS FRANCISCANOS ERRADICARON EN POCO TIEMPO LA PRÁCTICA DE SACRIFICIOS HUMANOS Y EL CANIBALISMO

El derecho a la vida en la América precolombina

El derecho a la vida en la América precolombina

La teocracia de los aztecas estaba basada en el sacrificio y la antropofagia como medio de calmar a sus múltiples dioses ansiosos de sangre. Había ciertas fiestas en las que se inmolaban niños, doncellas o jóvenes. La víctima era colocada en la piedra sacrificial; después, el sacerdote hundía en el pecho un cuchillo de obsidiana y le extraía el corazón para ofrecérselo al dios Huitzilopochtli o a otros del panteón precolombino. En el juego de pelota se sacrificaban esclavos. Éstos morían también en los combates a muerte a los que eran obligados los prisioneros de otras tribus. Estas matanzas rituales se realizaban durante todo el año. Sólo había un periodo de cinco días, durante el Nemontemi, entre el 28 de enero y el 1 de febrero, en los que no corría la sangre. Los aztecas eran temidos y odiados por el resto de las etnias. Este descontento propició que los tlascaltecas se pusieran del lado de los conquistadores y los ayudaran en la toma de Tenochtitlan. La conquista española del continente americano acabó con estas prácticas, y ahí están los códices y las referencias de los evangelizadores.

El jesuita canario P. Anchieta, que dedicó su vida a evangelizar a los indios de Brasil, narra una espantosa anécdota. Un día fue a visitar a una de sus feligresas, una viejecita india que estaba medio moribunda a causa de una larga enfermedad: —¿Cómo está, cómo se encuentra? —Mal, muy mal, contestó la india, no tengo apetito. —¿Quiere que le hagamos un caldito, algo que la reanime?, preguntó el buen Jesuita. —Ah, señor Padre, si pudiera comerme un bracito de niño, me repondría enseguida, estoy segura, respondió la india. Sin más comentarios.

Jean de Lery habla en sus crónicas de los tupinambás de Brasil y dice a este respecto que a los prisioneros que capturaban los trataban muy bien y “tras haberles engordado como cerdos en chiquero, los matan finalmente a mazazos y se los comen con gran ceremonial”.

Los relatos de Pedro Cieza de León son aún más crudos. Habla el cronista de las costumbres de los indios de Arma, un pueblo que los incas tenían bajo su dominio. “Son tan amigos de comer carne humana estos indios que se ha visto haber tomado indias tan preñadas que querían parir y con ser de sus mismos vecinos, arremeter a ellas y con gran presteza abrirles el vientre con sus cuchillos de pedernal o caña y sacar la criatura; y habiendo hecho gran fuego, en un pedazo de olla tostarlo y comérselo con tanta prisa, que era cosa de espanto” [1].

Entre los grandes logros de los jesuitas y los franciscanos hay que destacar el haber erradicado en poco tiempo la práctica de sacrificios humanos y el canibalismo. Relata el antropólogo Bordier que los otomíes vendían carne humana en las plazas, y que en los mercados comanches siempre había una buena provisión de carne humana cocida o hecha tasajo.

Los indios de Chile también comían el corazón de sus enemigos. Los crees y los siux de Norteamérica, los dayaks de Borneo, los tolakis de las islas Célebes, los bambaras de África, los bantúes de Gabón, los italones filipinos o los nativos de las islas Salomón también practicaron la inmolación y el canibalismo.

Los hechos que acabamos de referir muestran la crueldad natural del hombre primitivo, dependiente de dioses y númenes que condicionaban su existencia. Mataban o inmolaban a sus semejantes sin que eso implicara una maldad per se. Diferente consideración merecen las propuestas platónicas y aristotélicas de purificación de sociedades eliminando a los imperfectos.

Si después de la lectura de este capítulo seguimos considerando que dictaminar sobre la muerte de otros es algo progresista, y reivindicar la eliminación de los débiles y la opción de elegir la muerte a voluntad es un avance y un derecho digno de las sociedades del bienestar, mucho me temo que la metástasis ya se ha extendido en el tejido social, sin remedio. Aun así, seguiremos adelante y ayudaremos en la medida que podamos a que la sociedad tome conciencia de la falta de humanidad de determinados aspectos de la cultura que domina hoy el mundo, que impiden la visión y el acceso a los auténticos valores. (Del libro libro LA DIGNIDAD DE LA VIDA HUMANA. Eugenesia y eutanasia, un análisis político y social, Magdalena del Amo, La Regla de Oro Ediciones, Madrid, 2012).
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NOTAS:

[1] Cieza de León, P., Primera parte de la Crónica del Perú. 1550. Cronistas de las culturas precolombinas, F.C.E., México, 1963.

 

 

 

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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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