Algunos estamos perplejos del circo, y con frecuencia, del abuso de poder que estamos presenciando. Por lo menos en las dictaduras sabemos a lo que nos enfrentamos, sin embargo, cuando ciertas medidas y gestos dictatoriales se dan en sociedades que creemos abiertamente democráticas, puede resultar más peligroso. La aplicación de cada vez más restricciones en nuestras libertades de forma solapada aprovechando una situación de crisis como la presente, puede que el ciudadano acabe por aceptarlas, porque como vivimos en una Democracia… parece que todo estuviera enfocado hacia el bien común.
Hay muchas formas de dictadura, hay una forma más velada y sibilina, es la Dictadura del Miedo (puede ser el comienzo), no lo acepto, me resisto a dejar de compartir mis reflexiones por esa expresión tan de moda por la nueva izquierda, me refiero a la llamada “corrección política”. Una parte de la sociedad, progresista en otros tiempos abierta y tolerante, se ha convertido hoy en los nuevos censores. No me importa, prefiero que no acallen mi voz, ni nos tomen por tontos, inútiles o desinformados.
Corrección política que se acaba ejerciendo de forma autoritaria, es la policía del lenguaje. La que define al comportamiento del actual Ministro de Consumo y del Vicepresidente en respuesta a las palabras del Rey Felipe VI “me hubiese gustado estar presente en la entrega de despachos (jueces)”, ¡menuda piel fina la del ministro Garzón!, al parecer sólo se les permite a algunos decir lo que piensan. Me parece que es un buen ejemplo de “policía del lenguaje”. No sólo se coarta la libertad de expresión, todo lo que se aleje del bienpensante buenismo enfrenta a los ciudadanos en torno a cuestiones (vg. Feminismo) que, aunque se van superando o se encuentran en el cauce de lograse, parece que a determinados grupos políticos y colectivos no les interesa reconocer por obtener rédito de ello.
En Occidente se están imponiendo diferentes formas de totalitarismo, como el que tienen perfectamente diseñados los poderes fácticos y empresas encargadas en dirigir nuestros gustos y afecciones, o una vigilancia policial que poco a poco viola nuestra capacidad de expresión y de alguna manera nuestra intimidad al ejercer una labor de control estrecho al diferente, al que opina distinto, al disidente. Poco menos que les gustaría imponernos lo que debemos, y lo que no debemos pensar. En estas circunstancias recuerdo al escritor y economista José Luis Sampedro; el intelectual humanista nos explicó que para ejercer la Libertad de Expresión, antes era imprescindible disfrutar de la libertad de Pensamiento, la libertad de pensar (“el derecho del pueblo soberano a pensar y a expresarse”). El resultado de esta premisa nos alejaría de convertirnos en un pueblo domesticado.
Este papel debe ser el modus operandi de las Universidades, pero antes, esta “sana costumbre”, debe ser incentivada en el marco familiar y en la Escuela.
La Libertad de Expresión en Occidente no es del todo real, los principales medios están dominados por fondos de inversión con intereses particulares o subvencionados por el Estado. “No es oro todo lo que reluce”, ni mucho menos, pero aun así el control no es tan férreo como en otros modelos totalitarios. La geopolítica de un mundo globalizado es compleja y atiende a demasiados elementos e intereses.
Considero que estas políticas promueven homogeneizar la sociedad, que el ejercicio de pensar y seguidamente opinar no sea un acto normalizado y espontáneo anulando así el espíritu crítico que debe desarrollar cualquier ser humano. De esta (mala) suerte, el individuo pierde parte de sus derechos individuales y empieza a formar parte de una masa, en lugar de mantener su identidad, y como tal se defiende cuando entienden que son agredidos por discursos diferentes. Este individuo, carente de un proyecto personal y en ocasiones de una mínima espiritualidad (no necesariamente religión), protagonizaría al hombre- masa y el triunfo de la vulgaridad, en sentido orteguiano. Y el colectivo al cual pertenece acapararía todas las posibles estigmatizaciones. Sería una forma más de amputar la libertad individual, con frecuencia desde el cartel del discurso del odio.
A este paso será difícil que Europa recupere lo que fue en otro tiempo, las Universidades van dejando de ser centros de debate de las ideas, y en su defecto pasan a ser lugares de promoción de un modo de pensamiento, y de marginación del que opina diferente, bajo la autoridad que concede la institución universitaria. Realidad que se viene denunciando por parte de los alumnos que sufren este rechazo. De esta forma no se facilita que los estudiantes pasen por la Universidad para aprender a pensar, sino para radicalizar en un sentido su discurso. Esta situación junto a nuestro letargo a un nivel personal y familiar -que ya critiqué en otro momento- puede acabar por destruir nuestras sociedades. No me gustaría que el futuro de éstas culminase en un pueblo domesticado.
Si a esta situación añadimos la ausencia de consensos en cuestiones capitales –nos referimos a la Educación-, ahí tenemos los ocho Planes Educativos “sufridos” en nuestra corta Democracia, con unos resultados que dejan mucho que desear.
En la era de la digitalización estos peligros pueden ser cibermanipulados hasta tal punto que la sociedad no responda o tarde demasiado en responder, al estar influenciada por informaciones falsas o imprecisas. Amén de la nefasta gestión de demasiados líderes políticos – mientras se les llena la boca hablando y promoviendo la paz y el diálogo como medio para regular los conflictos, simultáneamente se enriquecen con el negocio de las armas-. Esto desgraciadamente es así, parece un mal endémico, y nuestros Presidentes recientes tampoco son, ni han sido una excepción. Por otro lado, tenemos la sensación de que algunos líderes de potencias mundiales parecen empeñados en erosionar las infraestructuras y controles políticos internacionales, cuya misión es evitar los conflictos diplomáticos. No voy a mencionar nombres, no es necesario.
En nuestros días se habla de la Guerra Fría que libran China y EEUU, ambos son conscientes de que su hegemonía en el marco mundial y en la complicada geopolítica actual pasa por lograr una supremacía en campos como la digitalización y la Inteligencia Artificial. En la actualidad los chinos parecen los más conscientes de la importancia de la transformación digital, y cómo ésta es esencial para el desarrollo de las naciones. Pero no todo avance ocasionado por la digitalización será positivo. Uno de nuestros capitales más preciados, nuestra DEMOCRACIA, puede peligrar dado las informaciones falsas (fake news) que en estos días se difunden con mucho mayor facilidad. La sociedad puede caer en otro tipo de tiranía, la tiranía de la digitalización, y será necesario un férreo control democrático. También debemos evitar que la transformación digital conduzca a mayores desigualdades dentro de la sociedad y entre sociedades. Es necesario ser consciente de este peligro para evitar caer en una maltrecha Democracia por no haber sabido cuidarla; y no olvidar que esta Revolución –similar en alcance a la Revolución del Neolítico- debe estar centrada en los ciudadanos, las personas, para no realizarla al margen de éstas.
En este contexto, el viejo continente será un importante mercado para chinos y norteamericanos (por su mayor capacidad adquisitiva y renta per cápita, o su nivel tecnológico). Europa se encuentra entonces en medio de este conflicto ahora virtual. La hábil y disciplinada República de China ha realizado los cambios políticos necesarios para lograr su objetivo, un acercamiento a estos mercados, pero sin renunciar a su fuerte cultura e ideología, no nos engañemos. Europa, la historia se repite, será “el campo de batalla” donde se librará esta nueva contienda, una vez más.
La Democracia puede ser el mejor sistema político dentro de sus fallos y limitaciones, sin embargo, no debemos olvidar que a la vez es débil, y los gobernantes responsables tienen la obligación de velar por ella prevaleciendo el interés común sobre los intereses personales y/o de partido. Hoy más que nunca es necesario recordar que la Democracia como sistema nos protege y resuelve muchos de los problemas al ciudadano, pero también nos exige mucho, y más aún se espera de los responsables públicos.
Boris Cyrulnik de 82 años, Decano de la Universidad francesa de Toulon y asesor de Emmanuel Macron en política educativa en estos días, ha profundizado en la creatividad humana para superar la crisis. Superviviente del Holocausto nazi, logró escapar a la edad de 6 años, por lo tanto, un experto en resiliencia (capacidad de superar la adversidad) insiste en “la importancia de confiar en sí mismo y en tener un mundo interior rico. Estar acostumbrado a meditar, a leer, a escribir, disfrutar con la música. La espiritualidad también ayuda. Incluso cocinar”.
En su lugar, una sociedad robotizada que actúa y produce sin potenciar su individualidad, su proyecto personal fuera de la comodidad de un sistema sobreprotector, es menos conflictiva. Y si es necesario, “mano dura” para aquellos disidentes que piensen y se expresen en disonancia.
Si olvidamos nuestra historia, la de unos pueblos envenenados por el odio que se enfrentaron en el pasado reciente de Europa, estaremos condenados a repetirla. Pongamos todo nuestro ahínco y empeño en no convertirnos en una sociedad domesticada, aborregada y servil a los totalitarismos, fascismos o nacionalismos. Dejando a un lado las dos principales contiendas mundiales cuyo epicentro fue Europa, la historia se repite. Basta recordar otras pesadillas más recientes, por no decir, actuales: La Guerra de los Balcanes, y fuera de nuestras fronteras, la llamada Segunda guerra del Congo o del Coltán (antiguo Zaire), Siria, Ucrania (La Guerra del Donbás).
Hemos asistido en estas semanas pasadas como se ha utilizado el estado de alarma para gobernar sin el control necesario en cualquier Democracia, y parece que este “Gobierno bicéfalo” ha tomado carrerilla y sigue en sus trece tomando decisiones de gran repercusión y calado –sin el consenso necesario-, en contra de las Instituciones que confieren estabilidad al Estado y de la misma Carta Magna. Una Constitución elaborada durante un periodo que hasta hoy había sido considerado como ejemplar, y un modelo a seguir para aquellos países que aspiraban a salir de regímenes totalitarios. Un texto que firmaron conjuntamente desde los comunistas hasta los últimos franquistas, y que sería inimaginable en el actual panorama político español.
Hay un interés más que evidente por parte del poder gubernamental en callar las voces discrepantes en general, y particularmente de periodistas e intelectuales. Se están sobrepasando ciertos límites según una parte considerable de la población –incluidos un sector de la socialdemocracia y del socialismo moderado a la que Europa debe tanto-. En Democracia la Libertad, y dentro de ésta la Libertad de Expresión debería ser la norma, no la excepción.
El relato y el pensamiento (ideología) que se nos quieren imponer es propio de otro tipo de Estados, y no es el que los españoles eligieron libremente, aunque descaradamente engañados. Seguro que ustedes saben a que me estoy refiriendo. No debemos ser leales al Gobierno, sino al país.
Percibo que la Democracia está en peligro, y que “un día nos despertaremos y la Democracia ya no estaba allí” (viñeta de El Roto). Un guiño al microrrelato más breve jamás escrito por el guatemalteco Augusto Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”; pero en el caso de nuestra Democracia, puede que no se cumpla. Esta forma de gobierno nacida en la Grecia ateniense de Pericles (IV aC), como todo lo que merece la pena y no está sustentada a los lazos de sangre, o a la amistad, debe ser cuidada y alimentada día a día, y hoy se encuentra amenazada en España.
Paralelamente a este debilitamiento de la Democracia en Europa y especialmente en España, asistimos al resurgimiento de posturas más radicales y totalitarias en ambos polos del espectro político y además en nuestro Estado, al desmoronamiento de la Socialdemocracia que tantos servicios prestó para garantizar el Estado del Bienestar en nuestra Vieja Europa. O se produce una reacción de todos los ciudadanos responsables de cualquier ideología, y nos retiramos la venda de los ojos, o las orejeras (anteojeras o tapaojos), o cuando queramos poner solución será demasiado tarde.
Romper la sociedad es muy fácil, lo que no lo es tanto es recomponerla, suturar o coser las heridas y que tenga lugar el lento proceso de cicatrización. Algunos sectores políticos se han empeñado en los últimos años en reavivar el ánimo de la venganza y la llama del odio; ese odio que supieron apagar muchos de los que nos han dejado, también algunos de nosotros. Y tengo el honor de incluirme.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha llamado la atención de que una de las facetas peores que a las que conducirá esta crisis del Covid-19 será el aumento de las desigualdades, y mucho peor para los colectivos más desfavorecidos, algo nefasto para la sociedad y sobre todo para los que más lo necesitan. La Secretaria del FMI ha pronosticado una crisis similar a la que padecimos durante la Gran Recesión de 2008, e insta los países más poderosos, de manera colectiva, que apoyen a la economía mundial. A nivel de Europa, todos juntos solidariamente soportaremos mucho mejor la crisis que se avecina. La UE tiene una ocasión excepcional para demostrar si realmente merece la pena el proyecto de una Europa unida. Este será también un test que superaremos juntos o lo suspenderemos. Al menos la música suena bien, veremos.
Tal y como señalaba arriba y nos ha recordado hace unas semanas Felipe Fernández-Armesto, catedrático de Historia Mundial y Ambiental en Londres: “la única lección de la Historia es que no se aprenden las lecciones de la Historia”, especialmente aquellos dirigentes que no se enfrentan a los retos con humildad. Es necesario reconocer los errores, no es fácil, pero no se equivoquen, actuar así es un signo de grandeza, que sólo practican las personas grandes. En la gestión de esta crisis Boris Johnson ha sabido rectificar, “rectificar es de sabios”.
Es un momento en el que las ideologías y los dogmas deben quedar relegados al bien común, debemos dejar a un lado esas posturas ambiciosas y arrogantes que siempre hundieron a las civilizaciones, incluso cuando se creían más invencibles e intocables.
El hartazgo se está apoderando y el Estado español que no es otro que el que este pueblo y la callada ciudadanía, tiene que soportar (mantener) con su trabajo, sacrificio y esfuerzo a la Administración más hipertrofiada y cara de la U.E. Se ha estimado que es aproximadamente la que sumarían las (administraciones) del estado alemán y francés juntos. Sí, he dicho bien. ¿No les parece un despropósito que no debemos consentir?
Es cierto que “La Democracia también es tolerante en aceptar una dosis de injusticia para evitar nuevas injusticias” (Umberto Eco); puede valer como ejemplo una “mastodóntica” Administración como la española, pero aquí se están superando los límites admisibles. Como dice Mario Vargas Llosa: “… la diversidad de opiniones, la libertad de expresión y el espíritu crítico de sus diversos medios de comunicación son necesarios para medir y garantizar la salud democrática de un país”. Sin poder evitarlo me vienen a la cabeza determinadas imágenes bien recientes de nuestros hermanos bolivarianos donde por manifestar sus discrepancias, en ocasiones son asesinados en la vía pública o arrestados, con privación absoluta de libertad.
Exigimos “ser persona”, y así define María Zambrano a una sociedad democrática. Es decir, “aquella sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona”. Y continúo parafraseando: “Como la Democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” (Abraham Lincoln), “Cuando seamos todos culpables, tendremos la democracia” (Albert Camus).
Entonces acariciaremos la Democracia…
Afortunadamente empiezan a oírse voces autorizadas, y a la sociedad hasta ahora expectante, hay que recordar que no es mera espectadora de un show, al que los ciudadanos de este país estamos invitados sí o sí. Una verdadera Democracia espera de nosotros un mayor compromiso, “ser persona”, nunca una pieza o elemento dentro de un sistema productivo.
Velemos por la SALUD y por la DEMOCRACIA, con sus errores, el mejor sistema político hoy por hoy, ya lo apuntó Churchill; otras experiencias fracasaron. Esta pandemia ha puesto en evidencia que es insensato menospreciar el vínculo entre la salud humana y la salud ambiental. Debemos entender al ser humano integrado con la naturaleza y tener claro que los factores que generan muchas de estas pandemias son los mismos que causan la crisis medioambiental y climática. Por tanto, deberíamos hablar de UNA SOLA SALUD (One Health), o “medicina única”.
En este sentido, es prioritario que debemos abandonar el capitalismo deshumanizado y caprichoso que nos ha llevado a la actual maltrato y destrucción medioambiental, así como a grandes desigualdades. Aunque otras recetas no demostraron ser más ventajosas para la sociedad. Si echamos la vista atrás, bien pocos alemanes de la Alemania Occidental cruzaron hacia la hermana Democrática del Este en 1998-1999, tras ser derribado el muro de Berlín. A la misma conclusión llegamos si analizamos en la actualidad el estado de precariedad y pobreza de determinados países de América Latina.
Por tanto, reaccionemos, no callemos, no nos confundamos con campañas de ruido y humo que a menudo ponen en marcha los especialistas en el manejo del marketing, y que en estos tiempos es mucho más ágil y fácil gracias a las redes, periódicos y/o digitales afines.
Algunos expertos vienen anunciando que, tras la emergencia ecológica a la que debemos sumar la actual y futuras pandemias (Stephen Hawking), quizás sean el origen de una transformación social. Es necesario inventar un Nuevo Mundo, un nuevo compromiso de la sociedad y también una nueva forma de hacer política.
Debemos implementar medidas para lograr una mejor redistribución de la riqueza, solidaridad y justicia social, bajo el paraguas de la Educación y la Cultura (“la cultura nos dará alas”, Unamuno y Goethe). Pero no es suficiente, la opinión pública, los intelectuales y políticos no deben ser ajenos a los abusos que determinados regímenes políticos cometen. Es necesario reponer el Portal de Trasparencia fulminado aprovechando la situación de crisis que nos asola, para que exista un control férreo sobre nuestros políticos. La MENTIRA, y la CORRUPCIÓN no son compatibles con una sociedad democrática sana, ni las debemos admitir.
SALUD y DEMOCRACIA deben ser dos objetivos prioritarios en estos delicados momentos (crisis pandemia Covid-19) y para ello no debemos tener duda de que nosotros somos la mejor vacuna con nuestra responsabilidad, sensatez y el sentido crítico.
Creo en la capacidad del individuo (no tanto en la de sus líderes políticos), y aunque en ocasiones sus acciones puedan parecer un tanto lunáticas rozando la locura, no es así, somos extraordinarios y no debemos perder de vista esta máxima, las injusticias y los problemas nunca se solucionan solos.
La Democracia nos protege, pero también nos impone unas exigencias para con ella, que es lo mismo que decir para con nuestra sociedad.