EL DOCTOR MILITAR SÁNCHEZ MONGE MONTERO, CONOCÍA LOS ORGANOFOSFORADOS PORQUE ES UN PRODUCTO UTILIZADO COMO AGENTE AGRESIVO DE GUERRA QUÍMICA

El síndrome tóxico y la Covid-19, una misma dinámica política y mediática

El síndrome tóxico y la Covid-19, una misma dinámica política y mediática

Hace unos días, leyendo sobre la versión no oficial de la Covid-19 y su naturaleza inflamatoria a través de la sangre y no de las vías respiratorias como reza la versión oficial, una suerte de inspiración llevó mi pensamiento a la epidemia de “neumonía atípica” sufrida en España en 1981. Los muy jóvenes tendrán que acudir a la hemeroteca, pero el resto seguro que recuerda aquella enfermedad “rara” y misteriosa, aparecida de la noche a la mañana que, finalmente, fue bautizada como “síndrome tóxico”, producido, según la versión oficial, por el consumo de aceite de colza adulterado. Nada más lejos de la verdad. Se trata de una de las grandes maniobras de las élites de aquellos días y de la traición de los gobernantes que siguieron las órdenes.

No fueron las anilinas y anilidas del aceite de colza desnaturalizado importado de Francia las causantes de la neumonía o síndrome tóxico, sino los organofosforados de unos pesticidas de la Bayer, concretamente, el Nemacur-10 y otros dos combinados, utilizados en una finca de Roquetas de Mar (Almería). ¿Y por qué no se reconoció entonces? Porque, posiblemente, estemos hablando de un experimento de guerra química, de la que los ciudadanos no solo no fueron informados, sino que se les engañó creando un origen distinto, con un relato paralelo sobre el aceite de uso industrial que unos pillos vendían en los mercadillos de los barrios humildes para uso doméstico. Así se desvió la atención del foco y se manipularon los hechos. Los medios de comunicación de entonces cumplieron a la perfección con su labor de encubrimiento en beneficio de los poderosos en la sombra. Lo mismo que está ocurriendo hoy con la Covid-19. ¿Y no hicieron nada los políticos de la recién estrenada democracia?, se preguntará algún ingenuo doctor. Pues, igual que los de ahora. Todos a cumplir órdenes. Desde el presidente Adolfo Suárez a Manuel Fraga, pasando por Santiago Carrillo, todos estuvieron de acuerdo en callar y sellaron un pacto de silencio, aceptando la versión oficial que se les daba desde las alturas. Como ahora con la Covid. El paralelo es muy grande, sobre todo, la dinámica de la manipulación del relato y la tergiversación de los hechos. Aclaro que sí hubo un medio de comunicación que se salió de la norma: fue la revista Cambio-16, que llevó a portada en el número de marzo de 1984 el titular: “Escándalo colza. Según nuevas investigaciones, un producto Bayer envenenó a España”. Su director de entonces, el peculiar José Oneto fue fulminado y a los escasos dos meses firmaba su dimisión, por razones personales. ¡Son muy elegantes! Conviene recordar que en esta fecha ya no gobernaba la UCD, y que el inquilino del Palacio de la Moncloa era Felipe González. Pero ciertas cuestiones son intocables y a las pequeñas marionetas políticas no les queda otra que hincarse ante las élites.

La investigación de esta mentira de consecuencias criminales es concienzuda y muy documentada con cientos de pruebas, análisis, entrevistas y opiniones. Son miles de folios desde el 2 de mayo de 1981 al 30 de marzo de 1987, fecha del comienzo del juicio, más  lo que continúa después. Es, por tanto, difícil de sintetizar en un artículo, y ni lo pretendo. Vamos a dar solo unas pinceladas relevantes del caso, pero antes es necesario anclar el inicio de la historia.

Cuando el doctor Antonio Muro y Fernández-Cavada, director en funciones del Hospital del Rey, de Madrid, llega al hospital el 2 de mayo y ve en el registro de entrada del día anterior el ingreso de cuatro hermanos de Torrejón de Ardoz, menores de veinte años, y todos con diagnóstico de neumonía, pensó que eso era absolutamente imposible. Al día siguiente, en contacto con el hospital La Paz comprueba que hay ingresada una adolescente, hermana de los anteriores y un niño, también hermano, que había  llegado sin vida. En las siguientes horas fueron ingresando más enfermos con la misma sintomatología.

Unos días después, mientras las autoridades sanitarias hablaban de un posible brote de legionella, o de cualquier otra enfermedad causada por un “bichito” que entraba por las vías respiratorias, el doctor Muro, ya había descartado la hipótesis de la radiación o de un foco biológico, y aseguraba que el causante era un agente químico, que no entraba por vía respiratoria, porque no toda la familia estaba afectada, sino por vía digestiva, es decir, a través de la comida. Los afectados tenían en común que habían consumido ensalada. Por eliminación de componentes –aceite, vinagre, cebolla, tomate y otras verduras— señaló enseguida que el agente estaba en el tomate. Le llamaba la atención, no obstante, que algún tóxico pudiera penetrar en la fruta, debido a su piel cérea. Eso lo llevó a pensar que podía tratarse de un producto sistémico, cosa que descubriría cuando, un poco después, visitó la finca donde habían sido cultivados los tomates y encontró el Nemacur-10, un pesticida organofosforado fabricado por la Bayer. Tan pronto localizó la finca, el doctor Muro hizo el seguimiento de las partidas de tomates y pudo predecir dónde iban a parecer los siguientes intoxicados. Y así fue.

El gobierno y los organismos de salud atribuían la intoxicación al aceite adulterado de colza, que también habían consumido los enfermos ingresados. A pesar de que nunca se demostró que el agente causante estaba en el aceite, esta iba a ser la tesis oficial y no se tuvo en cuenta ninguna opinión discrepante. No había interés en conocer la verdad sobre los organofosforados y la prensa empezó a cebarse con los aceiteros bribones. Sin embargo, las irregularidades se sucedían una tras otra. El CSID de entonces, actual CNI, andaba muy interesado en el cultivo de tomates, y personajes un tanto enigmáticos relacionados con la OTAN, visitaban los hospitales para obtener información de primera mano, hacían preguntas un tanto extrañas y desaparecían sin dejar rastro [1]. No deja de ser curioso que sobre el síndrome tóxico español no existan artículos en revistas médicas y sí aparezca en publicaciones de la OTAN.

Por mantener su criterio sobre los organofosforados, el doctor Muro fue cesado de su cargo de director en funciones del Hospital del Rey. Esto nos suena. ¿No está ocurriendo ahora con los médicos y demás profesionales que se atreven a contradecir la opinión oficial sobre la Cobid-19? La historia se repite y en aquella ocasión, y en esta, hay muertes que podrían haberse evitado de haberse aplicado los protocolos correctos. Esto nos hace perder la esperanza de que los médicos den el paso al frente que les estamos pidiendo. Aparte de que haya facultativos comprados, al servicio del sistema, o de que estén manipulados por la OMS y padezcan disonancia cognitiva cuando se encuentran con la evidencia, la mayoría tienen miedo a perder su puesto e incluso su licencia. ¿Se puede vivir con un cargo de conciencia así? Adolfo Suárez no pudo con los recuerdos y unos años después su cuerpo lo pagó somatizando la enfermedad del olvido. Esto nos dice la biodescodificación, una herramienta que cada vez se utiliza más en psicología y en medicina integrativa.

Algunos de los síntomas que presentaban los afectados en las dos primeras semanas eran: fiebre alta, resistente a los antitérmicos; cefalea; prurito intenso; exantema (erupción); astenia (cansancio) intensa, creciente, invalidante, que se acompaña de mialgias (dolores musculares) y artralgias (dolor en las articulaciones); edema pulmonar (encharcamiento de los pulmones); insomnio y anorexia pertinaz. En la segunda semana, pueden aparecer náuseas, vómitos, dolor abdominal, diarreas, hepatomegalia (aumento del tamaño del hígado); esplenomegalia (aumento del tamaño del bazo) y adenopatías (inflamación de los ganglios linfáticos) generalizadas; odinofagia (dolor de garganta) con disfagia (dolor al tragar); síndrome seco (boca seca y conjuntivitis); edemas maleolares (hinchazón de tobillos). En la fase crónica, los síntomas son abundantes e incapacitantes: trastornos sexuales, vasculares, patología cutánea, disminución de oído y visión, insomnio, depresión, tromboflefitis, hipertensión pulmonar y aumento en la incidencia de cánceres. Sin embargo, los responsables políticos y la comunidad científica habían dicho que se trataba de una enfermedad benigna.

Aparte del doctor Muro, tuvo especial relevancia en la investigación, el doctor Ángel Peralta Serrano, jefe de Endocrinología en La Paz, quien aseguró que los síntomas del síndrome tóxico se explican mejor por acción de insecticidas organofosforados que por una infección pulmonar. Recordemos que estas sustancias, en su origen, están diseñadas para la guerra química.

El médico militar, teniente coronel doctor Luis Sánchez Monge Montero, conocía los organofosforados porque es un producto utilizado como agente agresivo de guerra química y sabía cómo tratar la enfermedad. Por eso, ocho meses después de aparecer los primeros afectados, envió al Gobierno y al Insalud –con la intención de que lo leyese el doctor Luis Valenciano, a la sazón, Director General de Salud Pública—, un informe en el que indicaba que el origen de la grave enfermedad radicaba en un veneno –se refería a los organofosforados— que bloqueaba la colinesterasa, y explicaba el protocolo para curar a los enfermos, como él estaba haciendo con óptimos resultados. Silencio total por parte de los responsables de la nación. Dos meses después, el doctor Sánchez Monge envió otro informe sobre sus evaluaciones y curaciones a la publicación especializada Tribuna Médica que lo reprodujo en marzo de 1982 con el título: “Síndrome tóxico. Tratamiento con fosfato disódico y acetato de betametasona (Mi experiencia personal)”. Nadie contestó. Silencio total por parte del gobierno, los organismos de Salud y los Colegios de médicos. Para más inri, dos meses después, el responsable de Sanidad, decía en una entrevista en el diario Ya: “posiblemente, jamás se encuentre el antídoto”. ¿No sienten rabia al leer esto? ¿No es la misma dinámica de los sanitarios de hoy cuando nos dicen que el coronavirus llegó para quedarse? ¿Pero de qué pasta está hecha esta gente? ¡Estamos hablando de salvar vidas! Está visto que la empatía no forma parte de las cualidades de la clase política. ¡Y eso que España estaba estrenando democracia!

Por si queremos sacar conclusiones, posteriormente, el doctor Luis Valenciano fue nombrado director médico de los laboratorios Glaxo Wellcome y director general de la Fundación Wellcome España, el imperio farmacéutico de Rockefeller, financiador de la OMS y de los CDC [2]. En cambio, todos los médicos que ayudaron al doctor Muro en sus investigaciones o se posicionaron de parte de la tesis de los organofosforados, fueron represaliados. El doctor Muro tuvo una muerte extraña. Él sospechaba que podía ser envenenado y dejó dicho que si fallecía se le hiciese la autopsia. Su petición, no sabemos por qué, no fue cumplida.

Prácticamente, la totalidad de las personas a las que se les administró el tratamiento contra los organofosforados se curaron, mientras las tratadas siguiendo el protocolo oficial quedaron con las secuelas descritas. ¿Había orden de seguir paso a paso la enfermedad sin aplicar el antídoto? ¿Formaba parte del experimento comprobar el paso a paso de las secuelas? He puesto las interrogaciones para suavizar el hecho.

Con el fin de borrar las huellas del aceite, la Administración organizó un canje. Los usuarios entregaban las garrafas de aceite adulterado a cambio de aceite de oliva. Esto lo hicieron deprisa y corriendo en plan chapuza, sin pedir nombres ni seguir orden alguno. En algunos barrios se corrió la voz del nulo control y algunos “listillos” entregaban garrafas de agua con Coca-Cola para darle color y se llevaban a cambio el aceite de oliva. Todo valía con tal de acabar cuanto antes.

Lo del censo de afectados fue una jugada maestra aunque chapucera también. Solo podían formar parte del censo para recibir la indemnización quienes hubiesen consumido aceite. A los afectados por los tomates se les negaba el derecho, por lo cual todos acabaron diciendo que habían consumido aceite.

La OMS se posicionó, como siempre, del lado de los poderosos y refrendó la mentira del aceite, lo mismo que el Centro para el  Control de Enfermedades (CDC). El juicio fue otra gran mentira de Estado, donde se condenó a unos pillos que adulteraban aceite, para los que se pedían cien mil años, a condenas entre doce y cuatro años de cárcel, al tiempo que se lavaba la cara de un experimento criminal con humanos, que arrojaba un saldo de 5.000 muertos y 20.000 afectados que podrían haberse salvado se hubiera aplicado el protocolo del doctor militar Sánchez Monge.

Sobre el caso, se publicaron dos excelentes libros: El montaje del síndrome tóxico, de Gudrun Greunke y Pacto de silencio, de Andreas Faber-Kaiser. El libro y su promesa de mantener viva esta denuncia le causaron la muerte. Gracias, Andreas, por todo lo que has hecho en favor de la humanidad en tu paso por este planeta gobernado por insensatos y mala gente. Tu “muñeco humano” sigue más vigente que nunca.

NOTAS

[1] La investigadora alemana Gudrun Greunke y el propio Andreas Faber-Kaiser sostienen que existe un documento de ocho páginas, del CSID, donde se confirma que se trata de un  experimento de guerra química. No tenemos el documento ni lo hemos visto.

 

[2] Andreas Faber-Kaiser, Pacto de silencio, Compañía general de las letras, Barcelona, 1978.

 

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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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