Francisco J. Carrillo: «Agente 007 al servicio de Su Majestad»

Francisco J. Carrillo: "Agente 007 al servicio de Su Majestad"

Por casuales circunstancias, solamente había una mesa libre en el salón VIP de un aeropuerto del mundo. Allí me dirigí sin percibir al vecindario. Tenía ante mí una hora de escala. Y deseaba leer la prensa ya que en el avión que me esperaba -larga distancia- gustaba combinar unos capítulos de alguna novela que siempre me acompañaba, la cena de rigor con un Chablis o un Borgoña atractivos y alguna película de acción, antes de intentar dormir para despertarme con un desayuno cuya tortilla a la francesa -así lo creí- me hizo guardar cama durante un par de días a la llegada al aeropuerto de Santa Fe de Bogotá. Tuve la suerte de evitar los impersonales hoteles internacionales y me hospedé en la residencia del embajador de España cuya esposa norteamericana se desveló en cuidados. Son hechos difíciles de olvidar al igual que aquellas sobremesas serenas en la casa del embajador de España en Libia que me permitían estar en un espacio de libertad relativamente no vigilado.

Pero regresando a ese salón VIP de aeropuerto, una vez asentado en mi mesa con unos bocatas y un Sancerre (no había Chablis) soy consciente, de repente, que mi vecino de mesa era Sean Connery, nada más y nada menos que el Agente 007 al servicio de Su Majestad. Algunos pedantes, que suelen ser insoportables, se habrían petrificado en repetitivos elogios ante el personaje. Cierto es que por profesión y oficio uno se acostumbra a la frialdad ante hechos insólitos, sobre todo si están estrechamente vinculados al poder en su sentido lato. Tras un sorbo de Sancerre, osé saludarle. Yo era -y siempre lo fui- un descocido; él, no. Y me respondió con una amabilidad al tiempo que me interrogaba: por su acento (mi inglés era para andar por casa) debe ser español. Y atinó.

Le dije que sus películas me evadían del día a día. Y añadí, sin pretensión alguna, como a JFK (el Kennedy presidente), aunque no tenga, como él tenía, las narraciones de espías de Iam Fleming con James Bond como protagonista, en mi mesilla de noche. No comprendió que hiciera relación anecdótica a ese hecho tan íntimo de la Casa Blanca, pero se animó a la conversación. Le esperaba algo así como cuatro horas de vuelo hacia un país del Oriente Medio y algo así como una hora de espera en el Salón VIP. Esta vez voy de turismo sólo por tres días, me dijo. Lo que descartaba que viajara como el 007 al servicio de Su Majestad. Y se me ocurrió aludir a Lawrence de Arabia para dar contenido ocasional al agradable diálogo. Extraordinario actor, zanjó. Como usted, advertí. Y añadió, un excelente agente secreto arabizado. Y en este punto, me atreví a responderle: como usted, con una diferencia, él en la realidad y usted en la ficción. E introdujo un elemento conversatorio que me sedujo: Lawrence vivía en un mundo cuya constante fue la realidad y la ficción. Por ello triunfó al servicio de Su Majestad antes de que sus días fuesen segados por un urbano accidente de moto. Sin embargo -precisó- yo me muevo en la pura ficción que el público la convierte, la asume, como una realidad. En síntesis, -completé interrogándome-, la frágil frontera de la memoria y del imaginario colectivo entre realidad y ficción a pesar del peso de los hechos históricos. Lawrence abrió el camino a la creación de Estados sobre tribus del desierto; usted abrió el camino a la imaginación desbordante, incluso la de un presidente de los Estados Unidos.

Animado el encuentro (007 estaba sólo sin acompañante en el salón VIP al igual que yo), se me ocurrió saltar al Cuarteto de Alejandría. Una de las grandes novelas contemporáneas, exclamó. Y me adherí, porque así lo creo y no por llevarle la corriente. Le comenté que los entornos ciudadanos del Cuarteto siguen visitables. La relectura de “El callejón de los Milagros” del Nobel egipcio Naguib Mahfuz confirma el escenario y la puesta en escena de una realidad que sin ser ficción también puede serlo. Y 007 mordió en el anzuelo: ¿Siguen en palpable realidad personajes como Justine que tanto apasionó a Durrell? ¿Fue una ensoñación? Mi admirado 007, reaccioné ya en lenguaje casi familiar: existen, ya lo creo que existen. Lo he verificado sobre el terreno del mundo árabe. Pero las actuales Justine viven en un mundo de ilusiones, a la inversa que el narrado por Durrell. Mi afirmación no le sorprendió, pero quería más. Las Justine que he conocido son musulmanas (es un decir) europeizantes. Y no a la inversa. Se consideran libres pero saben que su libertad plena (es otro decir) llegará de la mano de un príncipe azul extranjero (y no de un rentista local) como la manumisión en tiempos de la esclavitud romana. Es un tema muy complejo y apasionante. Es materia que desencadena pasiones incluso crímenes pasionales. ¿Sabía, mi admirado actor 007, que la mujer musulmana no puede contraer matrimonio con un hombre no musulmán, aunque sí al contrario con excepción de Túnez? Mi Agente-ficción 007 no lo sabía, a pesar de ser macho Alfa.

Sean Connery, Agente 007 al servicio de Su Majestad, acaba de morir a los 90 años de edad. A muchos y a muchas les cautivó. A mí, también. Así es la vida.

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