¡Cómo lloraba la cursi y sensiblera ministra! Solo le faltaban los mocos. Ella, que es incapaz de sentir compasión por las víctimas del terrorismo o por los torturados y asesinados del comunismo, solloza y se emociona al leer la chuleta feminista preparada para lo ocasión. Ella, que apoya el cortar en trozos a los bebés en el útero materno y luego triturarlos en tanques inmundos, llora a lágrima viva, por las mujeres, seres inferiores a los que hay que proteger incluso con un ministerio aparte y muchos chiringuitos para que sus amigas de género puedan despendolarse con ocurrencias múltiples, que a las mujeres de verdad, a esas que sí sabemos que lo somos, a tiempo completo, nos hacen sentir vergüenza. No sé cómo podíamos vivir antes de que ella le arrebatara el puesto a unas cuantas aspirantas –no es el corrector, he escrito aspirantas—y que de su sustancia gris tirando a morado saliera ese trabalenguas de “sí siempre es no o no siempre es sí o…”, ya me he perdido. Me pasa como con los “tes trigues del plato que comen tigro”. Defiende Montero a las de su secta, pero veta a las feministas clásicas que no entran por el aro de las excentricidades foucaultianas del movimiento queer, ni por esa imbecilidad de ser mujer o no, depende, porque es algo relativo y difícil de definir. Las tonterías al por mayor están garantizadas cada vez que abre la boca, y si se pone con la biología, entonces ya es clase Premiun.
Digo lo de cortar niños en el vientre materno porque en eso consiste el aborto que la izquierda defiende y aplaude –y la derecha admite— o, dicho de manera eufemística como les gusta a los ideólogos de la Cultura de la Muerte, “interrupción voluntaria del embarazo”, es decir, poner punto final a una vida en gestación, con todo su programa genético y espiritual. Final traumático para estos bebés, privados del derecho a la vida en virtud de la ley del más fuerte, que ni siquiera merecen una inyección como los condenados a muerte, sino que los cortan, a lo vivo, en pedazos, para poder aspirarlos. ¿Recuerdan las trituradoras del doctor Morín, donde trituraban bebés a punto de nacer? Esas cosas, o no se olvidan nunca, porque marcan, o se olvidan pronto. Depende del grado de conciencia. ¿Quién llora por esos bebés de vida truncada? ¿Quién hace duelo por ellos si incluso a sus madres las han convencido de su derecho a decidir sobre sus vidas y muertes? Es puro nazismo lo de nuestros días, disfrazado eso sí, de avance del Estado del bienestar, con su derecho alternativo y relativista al servicio de la muerte. Por eso la sociedad está tan embotada y encanallada, sin capacidad para pensar y discernir. Si hemos admitido estos crímenes legales y hemos podido dormir tranquilos, el diagnóstico es que la sociedad está muy enferma y preparada para tragar cualquier veneno físico o emocional que nos ordenen ingerir. Por eso los estados modernos con sus democracias buenistas e hipócritas agonizan su suicidio colectivo inducido. Pensaba hacer un artículo en clave sarcástica, pero acabé metiéndome en profundidades que me tocan el alma.
Continuando con la llorona Montero, que posa a lo Presley en las revistas del corazón, sin bigote, con zapatito de tacón, camisita y canesú, diciendo tantas bobadas, es posible que tuviera algún deseo inconsciente de ser mujer objeto a la manera clásica o quizá algún programa sin resolver de su árbol genealógico. Lo que sí puedo afirmar es que este tipo de mujeres que sienten aversión hacia los hombres hasta el punto de proponer castrarlos es un tema conocido y estudiado, del que existe abundante bibliografía, incluso testimonios de mujeres que han sanado esa anomalía y han encontrado el equilibrio.
“Ley de libertad sexual” se llama a ese esperpento que rige lo de las violaciones de los maridos. Urgente medida mientras sacan de la cárcel a los violadores con diploma. Pero esto no es casual, sino que responde a los objetivos de un programa de control. La familia es la célula de la sociedad y de ellas depende la salud del conjunto. A los regímenes totalitarios no les interesa un tejido social sano formado por familias tradicionales, sino una base social enferma, constituida por hogares desestructurados por pobreza, adicciones, familias monoparentales y uniones extrañas, es decir, gente a la que el Estado tiene que proteger porque por sí misma no puede subsistir, muchas veces, víctimas de las propias leyes protectoras. Y si se depende del Estado, se pierde la libertad en todos los aspectos, incluso de pensamiento e ideología. Por eso lo fomentan.
Al ver llorar a la marquesa de Galapagar, recordé a la Fiscal General, Dolores Delgado, el día de la toma de posesión como ministra, que también echó una lagrimita ante las cámaras recordando a sus padres. Me refiero a aquel día fatídico en el que los medios de comunicación babeaban viendo el equipazo de Sánchez, con Duque, el astronauta lunático, con esposa embajadora del PP, y empresas interpuestas para evitar impuestos, o la acartonada y pija Celaá, pasando por Marlaska, el del Faisán, bendecido por Rubalcaba, Dios lo tenga en el purgatorio. ¡No voy a decir en la gloria! Los nuevos ministros no se privaban de nada. Y de aquellos polvos y algunos más, vienen estos lodos.
Viendo el discurrir de todo esto, no me queda otra que evocar a Rajoy y preguntarme, una vez más, qué pistola le apuntaba para hacer lo que hizo y dejarnos en manos de toda esta gente. Creo que Rajoy no es ningún vago, ni loco, ni mala persona como muchos piensan. Le he dado leña dabondo en mis artículos, pero en el fondo siempre sospeché que estaba siendo chantajeado, como los jueces e incluso el rey Felipe VI. Estos días me he preguntado si Rajoy sabía que se estaba preparando el reseteo mundial desde las alturas con el pretexto de una falsa pandemia, y que los estados estarían maniatados, teniendo que someterse a la dictadura global. ¿No hubiera sido posible oponerse? ¿Prefirió traicionarnos entonces a traicionarnos ahora? Es una pregunta que dejo en el aire para la que, de momento, no tengo respuesta.
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