OPINIÓN

Anián Berto: «El chollo de ser político en España, con el beneplácito de los ciudadanos»

Anián Berto: "El chollo de ser político en España, con el beneplácito de los ciudadanos"

En la peor crisis económica desde la Guerra Civil, el Gobierno dispone de más de 1, 200 mentores y 65 millones de euros en nóminas

En España falta cultura política y sobran politólogos avezados en el dominio de rebaño. La sociedad adulta española es víctima propicia de su propio sistema político. Parece qué quién vota no es el que lee los periódicos, sino los que se limpian el trasero con el. Ser demócrata no es desentenderse de los acontecimientos, ni ser pasivos e indiferentes ante la gestión del cuerpo gobernante corporativo. Y de esto se aprovechan algunos espabilados con verborrea fácil y frágiles de espaldas. Al político español no se le exige preparación académica, ni capacidad de gestión alguna, si acaso tesis indemostrables o fruto de la propia imaginación. La experiencia laboral campa por su ausencia y ‘el valor se les supone’. Un chollo en los tiempos que corren, de destrucción de empleo, emigración de talentos y economía en una brutal recesión. Una bicoca nada desdeñable si consiguen el poder, para propios y allegados. No me extraña que desapareciera la Formación Profesional (F. P.), y en su lugar brotara un colectivo en España que puede superar alrededor de 400.000 profesionales, aunque el INE no aporta dato concreto. En la peor crisis económica desde la Guerra Civil, aparecen cómo setas, germinan y se multiplican.

La democracia representativa es un modo de decidir del pueblo, y no debe ser protagonista solo en las urnas, sino durante toda la legislatura. El papel del ciudadano no acaba con el voto. Las elecciones se tienen que entender como una primera intención, siempre rectificable acorde a la necesidad y decisión pública. El ciudadano indirectamente confiere legitimidad a nuestros representantes, pero no puede servir de cautiverio atemporal  por una decisión puntual, tomada por falta de reflexión, ser objeto de tretas engañosas o ‘mentiras piadosas’ propias en el juego democrático de hábiles trileros. Es precisamente la ciudadanía quién debe seguir las pautas y hacerlas cumplir a los representantes democráticamente elegidos. La voz pública es obligada e imprescindible constantemente a través de sus diversas modalidades y manifestaciones avaladas por la Constitución. Por qué aunque los asesores y políticos sean demasiados, España cuenta con 47 millones de ciudadanos.

Es importante no permitir y, de ninguna manera, dejarse arrastrar por ideologías totalitarias, intereses personales o proyectos globalistas del poder. La decidía, indiferencia y aborregamiento de la gente hacen desapercibidos; los 22 ministerios, cuatro vicepresidencias, 30 Secretarias de Estado ó 1.200 asesores contratados a dedo, que cuestan al Estado 65 millones de euros anuales. Un plantel de 422 asesores son de Pedro Sánchez, pertenecientes al Ministerio de la Presidencia, mientras la vicepresidencia de Pablo Iglesias es asesorada por 25 funcionarios, con un coste de más de un millón de euros. Estos ejemplos hacen suponer que cuando esta ‘maquinaria’ se pone en marcha no hay ciudadano que lo siga, idea que no trillen ni oposición que frene tales tropelías. Además queda claro que no discurren por sí solos, ni actúan por iniciativa propia y tampoco son capaces de gestionar el cargo que ostentan. Esto en el sector privado sería imposible de soportar. No se entiende un director que no dirija, tampoco un gestor que no gestione ni un operario que no opere. Y menos en un país debilitado, con depresiones críticas y casi cuatro millones de parados. Y suma y sigue.

El país se cae a pedazos y vuelve a sus orígenes de las dos España’s, de donde quizá nunca salió. Cada día son más los ciudadanos que se sorprenden y alarman ante la sarta de mentiras de todos y cada uno de los miembros del Gobierno, acaudillado por Sánchez. Sin duda, la ciudadanía se ha quedado ensimismada en los aplausos de los balcones, en las promesas de los Erte’s, en las desescaladas restrictivas y la ‘todopoderosa’ vacuna. La idea de un país unido se desvanece cada vez más. Pero la población está atada de pie, manos y conciencia. No dejan margen de tiempo para la reflexión, ni permiten maniobras públicas que no sea el martilleo cerebral de ‘el virus te acecha’, ‘no salgas, no visites a los tuyos ni beses a tu familia’. Son consignas que machacan peligrosamente el estado anímico de la gente, que consigue lo que ninguna hecatombe social en España logró: Hacer perder la ilusión. Nunca fue tan rentabilizado el embuste, la trampa y el tocomocho multitudinario. El miedo unido al poder consiguen la más potente aleación para doblegar la inquietud y las actitudes más contestararías del ciudadano. Retahíla con hechos truculentos, contradicciones, e incluso, declaraciones directas que anuncian la ruptura del país. El vicepresidente, Pablo Iglesias no miente, sentencia.

Sucesos análogos soterrados de acontecimientos que nada tienen que ver con una Monarquía Parlamentaria de Libertad y Derecho. Actitudes que no responden a las necesidades del ciudadano, ni a las expectativas de una nación con aspiraciones de superación, progreso y bienestar.

Todo ocurre sigilosamente, con nocturnidad y alevosía, y si transciende la verdad a la opinión pública, se pone en marcha ese engranaje de despachos e ingeniería, con depurada técnica de alto marketing, para maquillar y aplicar campañas de publicidad a modo de masaje periodístico. Se aplica el neuromarketing más férreo y se tira de ocurrentes campañas propagandísticas. Un concienzudo plan de asesores y politólogos que trazan una túpida red de actuaciones que revierten la opinión pública, o en su defecto, consiguen desorientar y solapar las verdaderas intenciones. Ejemplo de ello es la reciente aparición de Pedro Sánchez en Telecinco, donde el periodista Piqueras leyó el guión perfecto para la interpretación a la carta del Presidente. Está claro, hubo que pensar en la creación del ‘Ministerio de la Verdad’ o ‘El Comité de la Verdad’, por qué este desmadre no es para callarse ni ‘bailarles el agua’. El elector siempre tiene razones, pero este despiporre de juerga política desenfrenada no responde a ninguna de ellas.

Tenemos menos salud, somos más pobres y nos quitan la libertad. ¿Qué más puede ocurrir?.

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