OPINIÓN

F. A. Juan Mata Hernández: «La camisa de lágrimas del Temple aún gotea. Siglo XI»

F. A. Juan Mata Hernández: "La camisa de lágrimas del Temple aún gotea. Siglo XI"

Hace más de veinte años que publiqué mi primera novela, “La camisa de lágrimas del Temple”. Fue con ocasión de uno de aquellos pioneros caminos a Santiago que impulsó el ministro Manuel Fraga Iribarne. Dicen que no hay forma de parar la historia y en la ermita de Eunate, cerca de Obanos, chorreaban las piedras de un misterio entre historia y leyenda. Durante la visita tuve la oportunidad de compartir detalles de la Orden con un peregrino singular, uno de esos tipos que pelea por aquello en lo que cree, y fue su fe o mi hambre por conocer más del Temple lo que me sumergió en su estudio con interés, ambición y respeto. Lo que más me perturbó fue después, el contacto con quien se convertiría en amigo y padrino en la ceremonia de mi investidura, Luis Gómez San Martín, a la sazón Prior templario en España. Él parecía convencido que mi novela no podía responder más que al recuerdo de alguien que hubiera vivido aquellos hechos en una existencia anterior y me invitó a completar el análisis de la Orden desde dentro.

Mi vida era, por aquel entonces y lo es aún ahora, una batalla diaria para encontrar un hueco libre entre mis múltiples aficiones. Necesito saber todo de todo lo que me gusta y la Orden medieval del Temple se convirtió en una obsesión. Así que, apadrinado por el Prior, velé las armas y me convertí un 31 de julio de 2004 en la catedral de Tui en nuevo Caballero de la O.S.M.T.H (Ordo Supremus Militaris Templi Hierosolymitani). Allí, el Gran Maestre, Fernando Pinto de Sousa Fontes, presidió la ceremonia, acompañado de José Diéguez Reboredo, obispo de Tui-Vigo y del alcalde de la ciudad, Feliciano Fernández Rocha. Podrán observar por el contexto (catedral y obispo), que este Temple renacido seguía muy vinculado a la Iglesia.

Si vuelvo mi recuerdo a aquel instante, me invade entre la niebla de clámides blancas, el espíritu de la catedral, y mientras el rumor del coro se apaga, la gran espada se cierne sobre mi cabeza, golpea suavemente mis hombros y un halo imaginario me refresca; es entonces cuando pienso en el templario que quizá fui y en el que pretendo ser, luego sonrío convencido. Al fin, antes de los vítores, don Fernando nos anima, como nuevos caballeros, a defender con la palabra el espíritu de la Orden medieval. Pues sí, y es así como trato de cumplir aquel mandato porque, si algún día analizan mi obra, verán en ella ese mensaje tácito en la exaltación de los valores espirituales templarios y cátaros, a menudo tan mal interpretados.

Fernando Pinto de Sousa, natural de Oporto era, como ya he indicado, el máximo representante del Temple en el mundo y había recibido el cargo de su padre Antonio Campello de Sousa, que fue príncipe regente también desde 1945 hasta su muerte en 1960. Una estirpe familiar que tuvo como origen la ocupación alemana de Bélgica, al propiciar que “la carta de Larmenius”, una especie de testamento templario que da título a la sucesión en el mando, cruzara las fronteras europeas y se asentara en Portugal en 1945 y desde entonces no ha salido del país hermano.

De todas formas, ya habrán observado que entre estos hechos y el siglo XI que reflejo en el título, median nada menos que X siglos, y es que en realidad esta historia comenzó tras la conquista de Jerusalén en 1099, cuando Godofredo de Bouillón, custodio de los Santos Lugares, fundó una orden poco conocida, en la abadía de Notre Dame du Mont Sion. Cada rey, cada hombre diría mejor, tiene sus secretos recónditos y los motivos por los que obra se pierden con él. Es posible interpretar, ahora, con lo que relató alguno y especularon muchos, que lo que pretendía con la que se llamó después Priorato de Sión fuera realmente la fundación del Temple como baluarte del nuevo reino, aunque ambas instituciones y según las ilumine el sol o las protejan las sombras, tienen acciones y paréntesis de glorias y yerros entre su leyenda. Así que vamos a creer que fue así y que Hugo de Payens y sus ocho compañeros, al fundar la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, como se denominó el Temple en sus orígenes de 1118, no hicieron sino seguir las instrucciones y contar con la protección de la ya poderosa Orden de Sión, para proteger a los peregrinos que visitaban Tierra Santa.
Es muy probable que el mayor de aquellos errores templarios, fuera el nombramiento como Maestre a Gerard de Ridefort, pues “los priorés” le acusaron de traidor al propiciar en 1187, con la derrota ante Saladino en los Cuernos de Hattin, la caída de Jerusalén. El camino que estas instituciones, Priorato de Sión y Temple, habían llevado en conjunto durante siete decenios, se separó para siempre. Un siglo más tarde, ambas entran en un sopor profundo, y descansan siglos en el anonimato; pero esa historia la contaremos en otra ocasión.

En un momento posterior, al devenir de otro suceso, me formulé la pregunta: «¿Qué puede hacer el Temple hoy y qué puedo hacer por el Temple yo?», quise pensar. No me refería en concreto a ensalzar su leyenda que seguirá siendo inescrutable, sino a la belleza de su mensaje. Así que, para interesarles por él y para que un día conozcan esa visión libre, fraternal e igualitaria del mundo por la que el Temple peleó, he escrito hoy estas líneas.

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