OPINIÓN

Israel de la Rosa: «Ovnis y vacunas»

Israel de la Rosa: "Ovnis y vacunas"

Sentir temor y reticencia hacia lo desconocido, o una curiosidad y un entusiasmo insoportables, o todo ello a un mismo tiempo, es un rasgo que define muy bien al ser humano —en su mutación ibérica— y que lo diferencia, por ejemplo, de la angelical tortuga rusa. Pero dejarse arrastrar, como débiles ovejas cabizbajas, hacia el redil oscuro de los necios, dejarse empujar por la marea de los que niegan la mayor sin contrastar, sin conocer apenas, los datos que ofrece la ciencia, es delicada harina de otro costal. Harina peligrosa.

No hace demasiados años, era habitual convivir con la existencia de objetos voladores no identificados. Se hablaba de ello en la prensa, en la televisión y en la radio, en la salita de estar a la hora del almuerzo, entre acodados y asiduos parroquianos de taberna, en el tren y en el avión, entre cigarrillos de descanso laboral y en los interminables y sudorosos viajes a Benidorm. Se hablaba de ello en todas partes, pues se concebía este fenómeno como algo naturalmente inevitable, y la población se mostraba, con más o menos aspavientos, con justificado acaloramiento o sin él, como se muestra hoy ante el prodigio de las vacunas: con temor y con insoportable entusiasmo.

En aquellos años de continuos avistamientos —era fácil que en una misma semana se divisaran tres o cuatro platillos volantes de reluciente metal, preñados de lucecillas, como una feria de verano, sobrevolando un huerto o una playa—, los testigos de tan singulares advenimientos, lamentablemente, no tenían nunca a mano un instrumento con que registrar aquellos extraordinarios sucesos. Para colmo de males, estos testigos siempre estaban solos. Y, de hecho, llama muy poderosamente la atención que hoy, cuando todos portamos en el bolsillo o en el bolso un teléfono capaz de realizar fotografías, estos avistamientos de ovnis se hayan interrumpido, y que únicamente dispongamos de las confusas declaraciones de unos pocos ciudadanos afortunados y de los relatos, sospechosamente similares entre sí, de sus asombrosas e insólitas experiencias a bordo de esas naves portentosas. Una verdadera lástima.

Sarcasmos aparte, y con los datos contundentes que, muy por el contrario, la ciencia nos descubre día tras día, eludir enfrentarse a la realidad más pragmática, la del éxito arrollador de la vacunación, y, en su lugar, abrazarse al canto de sirena del negacionismo más pernicioso, es solo una testaruda decisión voluntaria. Mirar hacia otro lado, deliberadamente, como en una rebeldía pueril, es solo un acto voluntario e irresponsable. Igual que al melancólico avistador de ovnis, al pertinaz negacionista le basta su propia terquedad, además del estupor y de la fugaz fascinación que despierta en unos pocos, y que tanto le satisface, para mantener su ridícula y dañina ensoñación.

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