El supuesto afán de igualdad y proporcionalidad de los tiempos conduce a un modelo de debate político televisivo ridículo que recuerda a “Cesta y puntos”.
Si hubiesen puesto a Rociíto, que estaba en otro plató, al lado del Coletas habría salido la radiografía de un país al que unas cuantas sectas impiden avanzar, repitiendo errores seculares.
Gente que presume de profesión sanitaria y lo único que está buscando es dejar de profesar y pasar a vivir del Estado y del cuento, imponiendo de paso a los demás cuatro dogmas y un par de ideas mal construídas y peor expresadas.
Vosotros y vosotras, hijos e hijas. Gente que dice que les quiere dejar más Madrid a sus hijos, los suyos propios. Gentes y gentos.
Un debate no es un concurso. Ni una función de fin de curso. Ni siquiera una pelea de inteligencias sino una contraposición de propuestas y argumentos donde se trata de transmitir, en éste caso a los madrileños, confianza y credibilidad.
Por eso lo que peor da en un debate de la tele, nada fácil por cierto, es la farsa. El tono impostado y el cinismo que revela la propia entonación. Alguien capaz de lanzar a la cara de otros los muertos de los que es responsable. O los hospitales y las residencias a donde no acudió ni en una sola ocasión. Gente que quiere a los pobres para hacerse ricos.
Gente que habla de la cultura sin decir de qué está hablando.
Gente que no sabe quien es Ortega, Machado o Unamuno o tantos otros españoles egregios y olvidados cuyo legado debiera servir de ayuda para atravesar el presente.
Unamuno, un hombre de razón y de debates que después de vivir toda su vida en la búsqueda de la misma acabó diciendo:
“No es a través de la razón sino del amor como llegarán a comunicarse las criaturas”.
