OPINIÓN

Francisco Tomás González Cabañas: «Edipo Presidente»

Edipo

De la peste de Tebas a la pandemia actual.

Nuestros cuerpos condenados al goce, lo deben hacer mediante la noción fálica que construye la relación de sentido o el universo de los significantes. La estructura del sujeto se organiza mediante el falo, que puede temer perder (en el caso de que lo haga, traducir la pérdida en falta) o ambicionar tener (reconocer que el deseo está en la otredad), en definitiva se constituye, en estas oscilaciones, ambivalencias y contradicciones tal sujeto estructurado en un sujeto deseante. La letra como litoral entre saber y goce, no hace más que dar la posibilidad de la existencia del otro, al menos en el reconocimiento de lo inconsciente. Alegóricamente el sujeto en su condición política nunca puede reconocer al otro en noción democrática, sino en su condición de amo o de súbdito. Edipo se convirtió en rey luego de deponer a su antecesor que era nada más ni nada menos que su padre. En verdad le hubiera correspondido por herencia el trono, pero lo tomó ante la tragedia de su propia historia, desconociéndola incluso o pese a desconocerla. Este acto fundante del psicoanálisis, puede fungir también de punto cero para explicar las razones de la imposibilidad de lo democrático (en lo real) o que siempre se constituya en ese deseo de lo colectivo, de lo común, de lo inconmensurable e irrealizable.

Sí recordamos la tragedia de Edipo, éste ocupa el trono de su predecesor al responder el enigma de la esfinge. El acto violento de la muerte de Layo (asesinado), su padre el rey a quien sucede, es en definitiva la última, en este caso la primera, ratio o razón que es un acto de violencia fundante. La legitimidad la consigue, mediante el saber, que es el punto intermedio entre la estructura y el sujeto, entre el cuerpo y el inconsciente. El saber es el sentido de los significantes. Resuelve el interrogante de la esfinge (una criatura mítica) y se queda, legítimamente con el trono. Al pretender terminar con una peste que asolaba su reino manda a consultar al oráculo de Delfos (una suerte de soberano simbolizado y no uno con voz como lo es el coro) las razones de tal desgracia. Le informan que sucede la misma, dado que el asesino del rey depuesto, continúa libre y sin castigo por el magnicidio.
La persecución de ese deseo, de que la peste acabe, de darle sentido a su función de rey, terminara por constituir el alumbramiento del saber que es ni más ni menos que la fuente de su desgracia, y la introducción del significante democracia en nuestras nociones de la política.

Edipo no plantea un cambio de régimen, forma o sistema de gobierno, apenas si suple al rey depuesto. Ejerce incluso su reinado, desoyendo los consejos que buscaban que cejara en su determinación por ir detrás de esa verdad que lo llevará al fin de su reinado, al destierro y a su desgracia.

De haber planteado Edipo, en su ejercicio del poder, una relación más directa o democrática en los términos que podríamos adaptar en aquel entonces, seguramente hubiera sido comprendido, exonerado de responsabilidad, perdonado por un pueblo siempre hambriento y sediento de tener amos castrados.

La democracia es la representación más exacta y fidedigna de la gran histeria colectiva. En nuestro deseo de autoridad, de falo, instituimos a un amo eunuco, al que lo incentivamos a que nos mienta (promesas electorales), a que transgreda (corrupción), para que nos convenza de lo que sabemos (en nuestro registro inconsciente) de que es y será imposible.

Nuestro cuerpo social destinado a vivir en armonía con y en las condiciones existentes (de habitabilidad en la tierra desde el vamos) elabora el deseo, traduciendo la pérdida (de inmortalidad de felicidad absoluta) en falta y para ello, lo pone a consideración cada cierto tiempo, en los ritos electorales, para no ser cómplice de las imposibilidades de los gobiernos o de los gobernantes.

Nuestro sujeto politizado actual es el concepto de un Edipo que de rey, devino en Presidente. Eunuco, castrado, mutilado y mientras no podamos develar (es decir resolver la tensión entre la estructura y el sujeto, entre lo particular y lo general, entre lo público y privado, entre lo personal y lo político) seguiremos como aquella Tebas, asolados por la peste, en esta versión, democráticamente.

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