BAJO EL DISFRAZ DE LOS DERECHOS HUMANOS SE HA PERPETRADO EL MAYOR ACOSO DE LA HISTORIA CONTRA EL DERECHO A LA VIDA

Hay mucho que trabajar para crear el nuevo paradigma, el mundo nuevo que queremos, el Paraíso que perdimos

Hay mucho que trabajar para crear el nuevo paradigma, el mundo nuevo que queremos, el Paraíso que perdimos

Reflexiono sobre nuestra actitud egoísta y egocéntrica, esta falta de empatía, de silencio perpetuo, de despreocupación de lo que ocurre fuera de nuestro rinconcito de confort. Solo alzamos la voz cuando algo altera nuestro bienestar particular cotidiano o una situación grave nos vuelve la vida del revés. Entonces conectamos el radar, indagamos y descubrimos que las cosas no son lo que parecen, que existe un gran velo de mentira y encubrimiento sobre temas de vital importancia, y que estamos siendo víctimas de un engaño colectivo magistralmente programado. Tal es la situación actual. Este toque de atención no va dirigido a la masa dormida que acostumbrada a comulgar con ruedas de molino, lo sigue haciendo en esta etapa de psicosis pandémica. Me refiero a los pobres devotos de los hidrogeles, de los guantes y las distancias, adictos al miedo, que insultan y denuncian a quien ose no usar mascarilla y dan su opinión gustosos ante las cámaras con parabienes a las restricciones y toques de queda, que confían y esperan la vacuna como el elixir mágico de salvación, en fin, lo que podríamos llamar covidianos premium. Esta parte de la sociedad, por su momento evolutivo y otros imponderables, ya no tiene remedio. Serán rebaño siempre y no podemos hacer nada por salvarlos, desprogramar sus mentes, tras años o décadas de adoctrinamiento a través de la educación, la cultura, el ocio, la política, las instituciones y los medios de comunicación, especialmente la televisión, la gran máquina de triturar cerebros y crear falsas realidades. Es más, ellos tampoco quieren nuestros consejos. Están hartos de oírnos el machaque de la información alternativa. En el fondo, subyace un gran miedo al conocimiento, a la libertad, a sentirse impelidos a elegir y a decidir. Se sienten más calentitos y seguros estabulados en manada con los grilletes de hierro que volando y corriendo libres campo a través a merced de la lluvia y el viento y, quizá, de los lobos y otros depredadores que nunca faltan. No podemos culpar a quienes no nos siguen. A fin de cuentas, no deja de ser una temeridad. Pero la libertad y la conciencia valen eso y más.

Mi duda es sobre los llamados despiertos recientes, aquellos que por primera vez descubren el mundo de la manipulación y las “cocinas” de los think tanks al servicio del poder de unos pocos. En el último año, a propósito de la pandemia, se han ido creando plataformas, asociaciones y grupos de telegram, de youtube y demás redes, que denuncian el gran ataque que está sufriendo la humanidad, por parte de los “amos del mundo”. Aplaudo su efervescencia, que es como la del adolescente que acaba de descubrir la vida. Y está bien la lucha conjunta. Hay que defenderse de estas élites que no sienten el menor aprecio por el ser humano, para los que somos solo gusanos y parásitos en este planeta que quieren para ellos, pero casi despoblado. Grupos de poder empeñados en frenar la evolución del sapiens, para lo cual han ido ideando estrategias de distracción, de dominio y control para que no escapemos de la ilusión del  rebaño o, utilizando el símil de la caverna, que no veamos la realidad porque descubriríamos la ficción de las sombras en la pared. Está bien hablar de despertar. Muchos se sienten hoy despiertos porque se han dado cuenta de la gran manipulación. Pero no puedo evitar sentir cierta duda al respecto, y hago la siguiente pregunta: ¿Se trata de un despertar real extensible a los diferentes aspectos que afectan a la humanidad, o es solo un despertar en tiempo de pandemia? ¿Seguiremos despiertos y beligerantes si, de la noche a la mañana, todo vuelve a la normalidad? ¿Seguiremos defendiendo a nuestros hermanos? ¿Seguiremos luchando por anular las leyes que estas élites han ido propiciando en las últimas décadas de deshumanización? No sé si lo sabéis, pero han sido atroces. Se han elaborado leyes que atentan contra los seres humanos, física, ética y espiritualmente.

Desde la Segunda Guerra Mundial, más visible en los años sesenta, las élites, amparadas en la ONU, no han dejado de atentar contra los derechos humanos. Un contrasentido por parte de quien crea la Declaración Universal de los Derechos Humanos. No quiero decir que todo haya sido negativo, ni mucho menos. Sin embargo, en honor a la verdad debo decir que bajo el disfraz de los derechos humanos se ha perpetrado el mayor acoso de la historia contra el derecho a la vida. Mucho mayor y más sofisticado que en las ya lejanas etapas de barbarie. Ahora se atenta con la ley en la mano y los eufemismos ad hoc para restarle crudeza y realismo. Quienes conocéis mis ideas sabéis que la defensa de la vida es uno de los pilares que sustentan mi faceta periodística y humana. Sin el derecho a la vida, qué importa el derecho a la vivienda, a la educación, a un salario justo o a no ser discriminado. La mayor discriminación se produce cuando un ser humano decide si un nasciturus continúa su periodo de desarrollo o si se le elimina en una camilla de abortorio. ¡Muy fuerte!

El aborto es la mayor injusticia que puede cometer un ser humano, el peor acto terrorista. No conozco nada que se pueda comparar. Aborto es una palabra tan horrible, por lo que implica, que casi nadie hace uso de ella. Se ha convertido en un vocablo tabú, impronunciable. Como si al no verbalizarla quisiéramos esconder nuestra culpa colectiva por nuestro silencio de años. Por eso han implementado el eufemismo “Interrupción voluntaria del embarazo”. ¡Como si una vez interrumpido se pudiera reanudar! Los bebés en gestación muertos cada año son también una pandemia, pero nadie llora por ellos, ni siquiera se les da sepultura decente. Son los “sin derecho a la vida”.

¿Están los despiertos que luchan contra Soros, Rockefeller, Gates y toda la patulea del NOM dispuestos a continuar en la lucha para revertir los derechos que nos han arrebatado, incluidos los de los nascituri? Si no fuera así, todo este despertar habría sido oportunista y estéril. ¿Sabéis que los que implantaron el control de la natalidad, la eugenesia, la esterilización, el aborto, la ideología de género y las tendencias queer foucaultianas, la eutanasia, el suicidio asistido y demás aberraciones son los mismos que están cambiando el clina, que nos fumigan con aviones, que crean y expanden virus, que nos envenenan con los agroquímicos, que fabrican vacunas y que tienen montado todo este show covidiano?

Antes de terminar, quiero aportar algunos datos extractados de mi libro Déjame nacer, que demuestran la metástasis del Mal en nuestra moderna sociedad: En algunos países, la ley permite que se deje morir a los niños que nacen con malformaciones o síndrome de Down si sus padres no los quieren. Fueron muy sonados los casos ocurridos en un hospital de Oklahoma en los años ochenta denunciados por la cadena CNN. Hoy estos hechos ya no son noticia, porque el infanticidio es legal, de facto.

También fue un escándalo el caso de una niña de Fort Lauderdale, Florida, que nació anencefálica. Lo monstruoso de este caso es que el centro médico tenía la intención de extirparle los órganos, mientras estaba viva, para atender a otros bebés. Los tribunales de justicia actuaron rectamente en esta ocasión, y la niña falleció de muerte natural a consecuencia de la afección que padecía.

En 1986 se propuso en el estado de California una ley para que los recién nacidos anencefálicos fueran considerados como muertos, para poder aprovechar sus órganos, es decir, utilizarlos como “proveedores de piezas de repuesto” para otros niños. La iniciativa fue desestimada.

En Bloomington, en 1982 nació un niño con síndrome de Down. Los padres lo rechazaron y le pidieron al hospital que le dejasen morir. Se estableció una lucha entre los progenitores de la criatura, el hospital y los médicos, partidarios de dejarle morir, frente a las enfermeras que luchaban por salvarle. El proceso, que duró seis días, trascendió a los medios de comunicación y más de diez parejas solicitaron adoptar al bebé. A pesar de ello, se le dejó morir de hambre tras varios días de agonía. Este caso es conocido en la casuística de la Cultura de la Muerte como “Baby Doe”.

Otro de los casos que despertó gran controversia fue el de “Baby Theresa”, una niña disminuida a quien incluso querían extirparle los órganos antes de poner fin a su corta vida.

En todos los países donde se ha perdido el respeto a la vida ocurren estos casos. El doctor C. Everett Koop, excirujano general de EE.UU. aseguró que el infanticidio se practica con frecuencia en este país, y esto no ocurriría si no se hubiera legalizado el aborto.

En Inglaterra, donde el aborto es también legal, este tipo de infanticidio es corriente. Cuando un niño nace con alguna malformación se le coloca en la cuna un letrero que dice “Nothing by mouth”, “No alimentar”. Es patético comprobar el grado de crueldad al que puede llegar una sociedad deshumanizada, hedonista y amoral.

Practicar la eutanasia a los niños con malformaciones físicas o síndrome de Down o dejarles morir de inanición es una vieja propuesta de algunos colectivos. Por los años setenta, grupos de científicos y jueces debatieron sobre la posibilidad de “retrasar legalmente el estatus de persona a varios días después del nacimiento, ya que algunas anormalidades fetales no se detectan hasta después de nacer”. Así, los padres que no hubieran recurrido al aborto podrían deshacerse de los hijos malformados [1].

Por aberrante que esto pueda parecer, no dudamos que esta práctica ominosa llegará, si se cuenta con la complicidad de los medios de comunicación para intoxicar al gran público aludiendo incluso a razones humanitarias. Nótese que estos datos son de los años ochenta. En la actualidad, la situación es mucho más abominable, pero nada de esto se publica, porque atentar contra la vida es legal. El corazón de los seres humanos es casi de piedra.

¿Verdad que tenemos un arduo trabajo por delante? Hay que abolir todas estas leyes. Hay que defender el derecho a la vida de los más vulnerables e inocentes. El útero materno debe ser el lugar más seguro para un bebé, pero lo hemos convertido en un polvorín. Tenemos que cambiar para que todo cambie. ¿Seguiremos despiertos cuando termine la pandemia? Hay mucho que trabajar para crear el nuevo paradigma, el mundo nuevo que queremos, el Paraíso que perdimos. (Datos extractados de mi libro Déjame nacer. El aborto no es un derecho, La Regla de Oro Ediciones, Madrid, 2008)

NOTA:

[1] Helga Kuhse, Peter Singer y otros intelectuales de nuestro tiempo, incluso muchos médicos, tienen esta opinión de la eutanasia infantil: “Dado que nosotros no creemos que los niños recién nacidos posean por sí mismos un derecho intrínseco a la vida, pensamos que una comunidad debería decidir que sus recursos se dediquen con urgencia a otras necesidades, y no al cuidado de niños recién nacidos cuyos padres no son capaces de hacerlo”.

Si algún youtuber desea reproducir este texto o parte de él para la locución de su vídeo, debe pedir autorización y citar la fuente al principio de la narración.

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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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