OPINIÓN

Israel de la Rosa: «Se nos murieron»

Israel de la Rosa: "Se nos murieron"

Más allá del ruido y del impertinente crujido de la madera, en las pulcras bancadas, más allá del insulto y del aspaviento airado, más allá de todo eso, que poco importa, que mucho tiene de espectáculo, de vana ópera bufa, queda hoy el vacío terrible, el domingo sin abuelo. Se nos murieron, mire usted, se nos fueron, de uno en uno, y ni el lazo infalible que antes los retuvo más tiempo entre nosotros, el de los brazos de un niño, ni esa dulce y certera trampa logró apresarlos. Se nos murieron, se nos fueron, de uno en uno.

Discutían sus señorías con elevado porte, con estómagos llenos, en la preciosa y mullida butaca del escaño. Discutían primero, y garabateaban después en la intimidad del coche oficial, con mísera sintaxis, con estómagos llenos, en sus teléfonos de alta gama. Literatura de andar por casa, política de caracteres limitados, personalidad de bolsillo y carisma de viernes negro. Y, mientras tanto, nuestros mayores se morían. Por usted, y por el otro, y por la de dos filas más arriba. Y el Congreso sin barrer.

Se nos murieron, mire usted, y hubo que inventar nuevos pretextos cada día, porque los niños, incluso con su natural ingenuidad, se dieron cuenta de que eran muchas muertes. El abuelo de su amigo también, y la abuela de la vecina, y la tía de papá, que apenas había brincado los sesenta. Fueron demasiados, fueron tragedias insoportables y tempranas, y las mentiras se quedaron cortas, se quedaron pobres, como el país, pero de eso me quejaré otro día.

Nos alcanzó la época cruda de las mañanas frías, y nos estamos abrigando con lo que sobró de un beso, con las migajas de un recuerdo grato, con apretones blandos de mano. Y no da para mucho, no da para más. Se hace cuesta arriba cargar con el miedo, con el susto cotidiano, todavía ahora, del timbre descosiendo la noche, con la noticia inopinada y repentina. Se nos murieron ellos, nuestros mayores, y a nosotros se nos desarmó la vida.

Porque más allá del estruendo y del insolente crujido de la madera, en las primorosas bancadas, más allá del exabrupto y del ademán colérico, más allá de todo eso, que poco tiene de ingenioso, que nada tiene de veraz, queda hoy el horrible silencio del sepulcro, el domingo sin abuelo.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído