OPINIÓN

Israel de la Rosa: «Los nuevos pobres»

Israel de la Rosa: "Los nuevos pobres"

Resulta sencillo identificar a un pobre hombre, es decir, a un nuevo rico. La vida cruel se ensañó siempre con él, negándole el duro tenazmente, sometiéndolo a nefandas bajezas, privándolo del largo y feliz verano que el resto del mundo, sin excepción, sin merecerlo, disfrutaba en las arenas cálidas y sedosas, entre risas y opulentas mesas de fino mantel y grueso crustáceo. La vida, animal perverso, se mofó de su miseria y premió a los demás. A todos, sin excepción, sin merecerlo. A su vecino incluso, para mayor escarnio.

Hasta hoy. Porque la suerte le ha sonreído y lo ha cubierto de inopinada gloria. El décimo. O la herencia de la vieja, a quien con tan denodado esfuerzo dedicó, cuando tocaba, amables y parcas palabras. Y ahora es tiempo, para el pobre hombre, para el nuevo rico, de desandar con premura el espinoso camino y mostrar a sus semejantes cuánto tiene, cuánto vale. De qué sirve poseer un imperio, carajo, si ante nadie puede exhibirlo. De qué sirve empaparse en literatura —demencial pereza— si puede tomarse el atajo de los dineros para blandir satisfactoriamente el refulgente cetro de la cultura: «Póngame dos estatuas en el jardín, bien gordas, y otra en el descansillo».

Reconocer al hombre pobre, al nuevo hombre pobre que a su paso demoledor construye esta época brumosa y salvaje, por el contrario, es enormemente complicado. El fabricante minucioso y entregado, el solícito vendedor, la desvelada profesora, el camarero paciente y risueño, la apasionada artista, el huraño banquero… Cualquiera puede serlo. No hay patrón matemático en la búsqueda. La persona responsable y sencilla, aun desmadejada por el embate del apuro, de la monstruosa ruina, se resistirá a encenderse en visibles aspavientos. A menudo, craso error, se confunde la dignidad con el valor. Hay muchas buenas personas cobardes. A nadie se ha instruido con anterioridad para lidiar con el abismo. No hay madre cabalmente preparada para enfrentarse a los ojos vidriosos de un niño que no tiene qué comer.

Ardua tarea es trazar el dibujo preciso del nuevo pobre. A menudo, repugnante costumbre, confundimos las lágrimas con el verdadero dolor.

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