OPINIÓN

Israel de la Rosa: «Amor pandémico»

Israel de la Rosa: "Amor pandémico"

La conservación de un amor en pareja, sustentar una relación amorosa y prolongarla en el tiempo es tarea delicada, extenuante y prolija, y también, como demuestran los hechos y la irrefutable experiencia, y a pesar de nuestros primeros y bienintencionados entusiasmos, una labor condenada al estruendoso fracaso. Si a este proceso de conservación del amor, de un amor cristalino y quebradizo por definición, le infligimos el contundente e inesperado mazazo de una pandemia, de ese lábil, vulnerable amor no quedará mañana ni la más amable reminiscencia.

No existe en este ancho mundo —páramo sombrío y errático de emociones, de moradores hipócritas— una fuerza capaz de enfrentar, y derrotarla después, la rutina erosionante de un amor en pareja. No se ha inventado aún la llama tierna, apasionada e inextinguible que soporte, incólume, las afiladas y constantes acometidas de la convivencia cotidiana, que tolere, inmarchitable, la asfixiante prisión de cuatro rugosas paredes en que progresiva y atribuladamente se debilita el cariño.

Cuando esta negra tormenta pase —todavía colea, malherida, testaruda—, cuando este maldito virus aparte sus garras y cese finalmente de zarandear nuestras vidas, o lo que acaso de ellas queda, la luz vibrante y reveladora del sol se filtrará más allá de los turbios cristales y nos mostrará, con crudeza, el desolador paisaje: los amores ya amortajados, los esqueletos polvorientos y desfigurados de unas relaciones sentimentales que sucumbieron prematuramente, el espíritu achacoso y macilento, tan joven, de una pasión que, como todas —pues el verdadero amor no entiende de parapetos, es temerario e irreflexivo—, carecía de la suficiente y gruesa coraza, y que claudicó sin oponer la menor resistencia, dejándose arrastrar por la ventisca.

Ay de nosotros, ay de este amor pandémico que languideció mucho antes de afianzar sus raíces, que tuvo la mala fortuna de florecer en un paraje yermo y vírico, que abrió sus ojos dulces e ingenuos y, espada en alto, trató de combatir con ellos el fuego abrasador de la catástrofe. Ay de nosotros, inermes y patéticos mortales.

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