Cuando veo a una farsante no puedo evitar la revoltura. La repugnancia social que padecemos inermes millones de españoles con el beneplácito de gran parte de nuestras élites.
Mientras hace gala de una cursilería supina «la Pipi calzaslargas comunista», que ha llegado a vicepresidenta del Gobierno de España porque el que había se cambió de familia, exhibe su hippiosidad transformada en una operación provocativa para «sus correligionarias oprimidas» con lazos, trenzas y modelitos «comunistas» que llevan un tiempo y no repite. Los hay de todos los colores azul, rojo, blanco, todo con un aire, no de mono de trabajo, sino de traje chaqueta o pret a porter, a los que solo les falta el caballo de Pipi Lamstrong.
Desde Cospedal no se había visto un descaro tal de armario, en este caso mucho peor por tratarse de una farsante comunista, ante un país que asiste impertérrito a la mayor de sus decadencias.
Mientras llega la dictadura del proletariado de Vogue esta «bolchechica» de bolso y glamour que tiene abandonados a los manteros y mercadillos, rodeada de hidalgüelos atrevidos, descarados e imprudentes de Asamblea que no han trabajado nunca, desconocen a Lenin y a Plejanov como desconocen el funcionamiento del coche que les lleva.
Y mientras les lleva el chofer desde el interior twitean a Galeano para apropiarse de la imagen de una niña afgana, ese país que igualmente ignoran, donde esta chusma no va a defender los derechos de las mujeres.
Dentro del coche de lunas tintadas para que no les vea la chusma, piensan en un botellón como Dios manda y se dejan llevar por el coche oficial con pegatinas de Marx y del Che Guevara en las carpetas, haciendo como que van en un bla-bla car.
