OPINIÓN

Israel de la Rosa: «A falta de enemigos»

Israel de la Rosa: "A falta de enemigos"

Las razones por las que un individuo se ensaña en ocasiones con el mobiliario urbano no son tantas, en realidad, como podríamos llegar a deducir. Que un zoquete arree dos animadas coces a la papelera tiene una explicación concreta. Es decir, tiene una de entre tres: o es un necio o se levantó con mal pie o carece de enemigos.

Lo de ser necio encuentra mal apaño. El necio lo mismo prende fuego a un cajero automático —si es que aún queda alguno— que parte tres muelas a un gato. Lo mismo deja un banco cojo que se queda cojo él. El necio es necio, y que Dios se apiade de él y de quienes lo circundan. Lo de amanecer con mal pie es pasajero. Cualquiera tiene un día negro, es cosa de la misma vida. Un mal día es como una almendra amarga; si se muerde, se chincha uno. Lo que ocurre es que estos tipos muerden la almendra amarga y chinchan el escaparate del prójimo. Pero lo de carecer de enemigos, que ya es casi un síndrome, que acaricia hoy la patología, atesora bastante miga.

En una ciudad como Barcelona, en la actualidad, nadie corre tras un señor disfrazado de jirafa. Arrancará benévolas sonrisas, pero la Guardia Urbana no correrá tras él soplando un pito con la porra en alto. En Madrid ya no le dan tres tortas a uno por reunirse a charlar con sus camaradas en una lóbrega esquina. ¿Dónde está el enemigo?, se pregunta desconcertado el del atuendo de jirafa, ¿a quién arrojamos ahora los huevos? Y resuelve: pateemos las flores del jardín, incendiemos el contenedor del barrio —símbolo del repugnante bienestar social—, pues la opresión es insoportable.

A falta de enemigos, el tipo del disfraz de jirafa los pinta. El enemigo represor es el vecino, ese que tuesta el pan de madrugada y silba con desenfado. El enemigo es el interventor del banco, que se pasea alegre y sonrosado con impunidad. El enemigo es el camerunés —el votante camerunés— que vende falsos bolsos de alto vuelo junto a la boca de metro. El enemigo es papá, que no nos presta el coche. Acabemos con ellos, liquidemos a estos tiranos, liberemos este país —esta comunidad, dicen los provocadores— del sometimiento.

Lo extravagante del asunto es que este individuo, el del traje de jirafa, no tiene por costumbre residir bajo un puente, rodeado de húmedos cartones, acuciado por la necesidad. Lo singular del caso es que este individuo, el imbécil mimado del disfraz, se empeña afanosamente en rebelarse y luchar, entre cálidos platos de sopa y deliciosos solomillos, contra un conveniente enemigo fantasma que justifique su ociosa pataleta revolucionaria de sofá.

 

 

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