OPINIÓN

Israel de la Rosa: «El bono del cuñado»

Israel de la Rosa: "El bono del cuñado"

Puestos a pedir, el cuñado de uno, hombre apuesto, siempre muy puesto, espada en alto, en toda clase de combates y disciplinas, hoy, que inusualmente no está puesto, pide, por pedir, un bono. El suyo. Asevera contundente sobre el papel la eficacia de la medida juvenil y exige asimismo su propio bono. Su bono, también, de farsante. El cuñado de uno, hombre noble y esmirriado, siempre apresurado, simbolismo en ristre, a prodigar sabiduría, entiende mucho de política y de arrebatados decretos, y, por ende, de pilinguis. No en vano, su empolvada señora fue cortesana de gran pedigrí en la comunidad, y si mutiló su carrera creciente y dejó de medrar en las negras calles fue por convertirse, rosario en mano, al matrimonio.

El cuñado de uno, con intachable y encendido criterio, afirma ser víctima de una sangrante y alevosa discriminación. Si hay pienso para uno, dice, hay pienso para dos. La medida, sobre el papel provechosa, insiste, genera sin embargo gran discordia social, y a continuación se desdice, con violencia, arrebolado: la medida es una grandísima enmienda. Y la lengua se le suelta, como serpentina verde de carnaval: con dieciocho años, la cultura le importa a uno lo que yo te diga. Dinero para que el muchacho vaya al cine, cuando sus padres no pueden afrontar el recibo de la luz. En pelota irá, pues no hay presupuesto en casa ni para pantalones. Los míos —alude el cuñado a sus hijos, que son también del orgulloso pilinguismo, de la patria— no se beneficiarán de esa tramposa medida, mi conciencia se opone.

Y remata el insigne cuñado, encarnado de ira, inclinándose como una torre mal erguida sobre la bestia moribunda, enfilando el estoque: yo profetizo, dice, que los jóvenes harán mercadeo con ese chiste de subsidio, que irán por tebeos y regresarán con un porro entre los dientes, que esta estrategia tan cristalinamente electoral les va a explotar en los santísimos hocicos a los del semblante benévolo y la vocecilla angelical, que van a sufragar los gastos del botellón y la risa se va a escuchar hasta en los tanatorios de guardia, que la única cultura de este país desgarrado es el pillaje, que aquí ser bandolero se premia y ser decente se castiga, que si no rechistas te meten dos veces la sandalia en la boca, y que por qué no puedo irme yo al infierno o a los toros, como hacía Lorca, si así me place, sin escote, a cuenta de las arcas públicas, o es que acaso pinta uno menos que un niñato desgreñado. «A las cinco de la tarde…», recita, afectando profundidad.

Idealismo y juventud bisoña en el pescante, a las riendas del país, murmura el cuñado, perdiendo el hilo, recostándose en una nube de agria nostalgia: es como poner al benjamín de la familia a administrar la casa.

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