La consigna de perseguir al infiel para honrar a Alá reverdece en estos tiempos convulsos. Miles de cristianos son perseguidos y asesinados cada año en los países islámicos, pero esto no sale en las noticias. Violan a mujeres, lapidan, mutilan, torturan, colocan bombas, o se inmolan haciendo volar por los aires a seres humanos inocentes y ajenos a su lucha fanática, imponen la sharia allá adonde van, están por encima de nuestras leyes, pero no es políticamente correcto airearlo, porque es incitar al odio, según nuestras leyes occidentales de sumisión. Aquí, campan a sus anchas, con más prebendas que los propios ciudadanos del país y hasta se permiten el lujo de dar lecciones, gracias al apoyo de los que reniegan de nuestras raíces. En este caso sí se podría decir que los “nuestros” padecen una especie de odio irracional y patológico, que les hace justificar cualquier acto delictivo cometido por los “beatos” llegados en cayuco.
Reconocemos que existe una gran confusión entre los términos árabe, islámico, islamista, yihadista o muyahidín, y que un árabe puede ser agnóstico, que un islamista puede ser pacífico, y así cuantas premisas se nos antoje plantear. Pero de algo sí podemos estar seguros, y es que esta gente no es cristiana y, además, desprecia todo lo relacionado con el cristianismo. Sin embargo, nuestros dirigentes les han extendido la alfombra roja para que exhiban sus ramadanes, mientras a los maestros católicos les prohíben rezar y llevar cruces a la vista. Esta gente odia al Occidente brotado de la semilla de Clodoveo, y que ellos consideran terreno a conquistar –se podría decir que conquistado—. Conviene tener presente que España es su al-Andalus, su paraíso perdido al que prometieron volver; promesa que cumplieron sin ninguna dificultad con el beneplácito y ayuda de nuestros políticos.
La islamización de Europa no es algo al azar, que pueda compararse con otro tipo de movimientos migratorios, por conveniencia o necesidad. El Plan Kalergi no es ningún bluf, sino un programa muy bien planificado para aniquilar Europa y desposeerla no solo de su cultura milenaria, sino de su genética. Todo ha sido escrupulosamente ideado para llenar los parques y colegios con el “santoral” musulmán. Omer, Ibrahim, Mohamed, Zakariya, Usman, Yusuf están sustituyendo a los Carlos, José, Carmen, Elvira o Luis. Y, para colmo, las exitosas novelas turcas, con historias de amor y de vida, de ricos y pobres, con guapos y guapas, triunfan en una sociedad como la nuestra, harta de telebasura de entrepierna. Es como una suerte de cierre de venta a través de nuestro corazón y sistema emocional. ¡Quién no sabe en estos momentos quién es Eda Yildiz y Serkan Bolat, los simpáticos protagonistas de Love is in the air!
Todo esto lo conocíamos a través de los papeles. En el Plan Kalergi se especifican todos los detalles del mestizaje, debida y antropológicamente razonados, pero nunca creímos que lo íbamos a ver consumado tan pronto. Analizando el pasado desde la perspectiva de nuestra realidad dual, no podemos dejar de sentir una nostalgia infinita, una pena inmensa. Nos roban la Historia y nos prohíben incluso celebrar las gestas de nuestra grandeza como imperio. Con luces y sombras, sí, como todo lo manifestado en nuestra realidad humana.
Posiblemente la Reconquista tenga algo, o mucho, de mito; probablemente, como apuntan algunos historiadores, la batalla de Covadonga no haya sido tan relevante hasta que los cronistas cristianos posteriores la rodearon de la aureola de la que goza, incluida nuestra Santina. Quizá no fue una apuesta por el cristianismo, como arguyen algunos analistas modernos, sino una cuestión política. Aun así, fue una gesta de siete siglos de la que los españoles nos debemos sentir orgullosos. Es una pena que los estudiantes de hoy no sepan quién fue Alfonso II, ni Alfonso VIII, ni Sancho VII el Fuerte ni nada sobre las Navas de Tolosa o Clavijo. Eso sí, controlan Netflix y la subcultura del transhumanismo.
Lo lamentable es que todo esto ocurra con la aprobación del papa Francisco, que se ha tragado el cuento del multiculturalismo –o le han obligado—, e insiste en que el avance del islam con su sharia a cuestas no es una guerra de religión. En este sentido, Benedicto XVI era mucho más firme y coherente, siempre mirado con lupa por sus enemigos. Recordemos que los islamistas y progres occidentales lo obligaron a rectificar las palabras pronunciadas en su conferencia en la Universidad de Ratisbona –de donde había sido profesor—, aquel 12 de septiembre de 2006 cuando aludió a la cita del emperador bizantino Manuel II Paleólogo, que dice así:
“Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba”.
(Estas palabras forman parte de un diálogo mantenido en 1391 entre el erudito emperador bizantino y un persa culto tratando sobre religión, razón y guerra santa). El Papa tuvo que retractarse y pedir disculpas por la cita. ¡Un desafortunado precedente!
El buenismo del Vaticano es incomprensible para los católicos de bien. Es allanar el camino para hacer de la catedral de San Pedro una gran mezquita. El triunfo total de la Media Luna. No estaría de más recomendarle a Su Santidad leer las abundantes profecías sobre estos tiempos apocalípticos, en los que “los del turbante” juegan un importante papel, y la Iglesia también.
Si algún youtuber desea reproducir este texto o parte de él para la locución de su vídeo, debe pedir autorización y citar la fuente al principio de la narración. Lo mismo si se reproduce el texto en un medio escrito.