Nos quedaba poco tiempo y teníamos que ir a la carrera. Antes de abandonar suelo belga queríamos hacer un recorrido por Brujas, Gante y, si Cronos nos lo permitía, Amberes.
Aquella mañana me había levantado con dolor de cabeza. Los dos cafés del desayuno y la aspirina no habían conseguido aliviarme. Sentía como un clavo en las sienes y lo que más me apetecía era encerrarme en una habitación oscura y tranquila, pero hice de tripas corazón y conseguí sobreponerme.
—Será del chocolate que comimos ayer —supuso María—. Mi madre dice que siempre que lo toma, al día siguiente, se levanta con dolor de cabeza.
—Puede ser —contesté—. En mi casa también existe esa creencia… Mi madre y mis hermanas casi nunca toman chocolate por eso. Tiene su base científica. Pero solo comí unas hojuelas. Yo creo que es por el estrés…, o porque ayer fumé demasiado. Estoy abusando del cigarrillo.
Teresa había tenido sus dudas antes de emprender el viaje. Era la primera vez que se atrevía a desplazarse tan lejos, después del ictus, pero estaba muy contenta de haber tomado la decisión y se sentía bien consigo misma; incluso tenía la impresión de que en los pocos días que llevaban de viaje, su cuerpo le obedecía mejor y su mente estaba más activa. Los ocho largos meses prisionera en su silla de ruedas, se le habían hecho interminables. Le había costado trabajo acostumbrarse a conducirla, pero había aprendido algunos truquillos y se iba desenvolviendo muy bien. Deseaba firmemente volver a caminar y poder mover su brazo derecho. Había aprendido a escribir con la mano izquierda, pero era traumático.
Brujas era su próximo destino. Aunque en el imaginario colectivo la palabra “brujas” se identifica con seres legendarios rodeadas de gatos negros y sapos, que vuelan en escobas, hacen aquelarres y cocinan pócimas mágicas en sus calderos humeantes, la etimología del nombre de la ciudad belga es la palabra bryggia que en noruego antiguo significa puente, en alusión al gran número de estas construcciones sobre los canales, lo que la ha hecho merecedora del título de la Venecia del Norte.
Brujas es una ciudad muy relacionada con la Ruta Jacobea. En 1985 un monje del Monasterio de San Andrés de Zevenkerken creó la Sociedad Flamenca del Camino. Estando tan lejos de casa, era emocionante ver las vieiras en el suelo y en los muros contiguos a las iglesias.
Sopesaron la idea de comprar un go pass, una especie de bono de tren que permite recorrer trayectos sin tener en cuenta la distancia pero, al fin, apostaron por la seguridad y optaron por algo tan poco original como un tour organizado.
El clima les brindó su mejor día y pudieron emborracharse del encanto que ejerce la urbe sobre el visitante. Los edificios a dos aguas con sus fachadas de filigrana irradian y muestran el esplendor de tiempos pasados. El paseo en coche de caballos por las viejas calles adoquinadas es una delicia.
Desde los canales que rodean la ciudad se contemplan románticas estampas de palacios, viejos molinos y las casas típicas mirando al agua.
Es un deleite caminar por el casco viejo y detenerse en cada rincón, o alquilar una bicicleta y pedalear por las calles típicas, cuidándose, eso sí, de una gran serpiente viviente llamada tranvía que, al menor descuido, engulle a los incautos sin el menor remordimiento.
En la Edad Media fue una de las urbes más ricas del Viejo Continente. En la actualidad es la ciudad medieval mejor conservada de Europa, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2000.
No están faltos de razón quienes califican a Brujas como un museo vivo y una ciudad de cuento de hadas. Destacan los edificios de la Plaza Mayor, como el Palacio Municipal, sede del gobierno de Flandes Occidental.
La construcción más emblemática es la iglesia de Nuestra Señora, con su campanario gótico, una torre de más de trescientos escalones y una escultura de Miguel Ángel en el interior, representando a la Virgen y el Niño.
En el césped verde de los parques y nadando en el río retozan los cisnes de plumas blancas, sabiéndose seres privilegiados, gracias a la leyenda. En el siglo XV hubo una revuelta y decapitaron a un alto dignatario cuyo escudo de armas llevaba una de estas aves. Cuando acabó la refriega, con el fin de pagar el crimen, Maximiliano de Austria ordenó que se alimentara a los cisnes. Así se convirtió el animal en la mascota de Brujas.
No tuvieron tiempo de visitar los museos y se comprometieron a volver para pasar varias horas, sobre todo, en el Groninger Museum que acoge obras de Van Eyck, Memling, Petrus Christus, Gérard David y otros primitivos flamencos.
Al final del día pensaron comprar chocolate para sus familias y amigos de España, pero desistieron porque tenían más de un mes por delante y corrían el riesgo de que se derritiera, como el que Clara solía llevar en la guantera del coche que, casi siempre, se doblaba y se pegaba al papel de plata. Así que compraron solo para ir consumiendo unos días.
(De mi novela El Códice de Clara Rosemberg. Se han eliminado los diálogos).