OPINIÓN

Pedro Manuel Hernández López: «¿Halloween o noche de Difuntos?»

Calabazas Halloween

Cada año, por estas fechas, suelen volver a los candeleros informativos televisivos y a las principales plataformas digitales, múltiples imágenes de personas disfrazados de los más variopintos personajes de las películas y cuentos de terror de moda. En estas fechas, previas a cada 2 de noviembre, millones de personas –niños, jóvenes e incluso adultos– intentan olvidarse, cada uno a su manera o según sus posibilidades económicas, de sus problemas cotidianos haciéndose pasar y convirtiéndose en los personajes protagonistas de un fantasmagórico mundo irreal, fantástico, tenebroso y gótico y, que a veces, raya en distópico. En este mundo irreal y de ficción, donde todos intentan presentar un aspecto terrorífico y lúgubre — cuanto más mejor– unas veces, lo hacen bajo el aspecto de un zombi, de una bruja maléfica, de un fantasma, de un troll, de un demonio, de un vampiro, de un licántropo (hombre lobo) o de la novia cadáver; otras, sin embargo –los más mayores– lo harán de Chucky (el muñeco diabólico), de Eskeletor, de Sleepy Hollow (el jinete sin cabeza), de Freddy Krueger, de Frankenstein, de Eso (el payaso asesino de la novela de terror de Stephen King), de Ghostface (de la película Scream), de Jason y su icónica máscara( de la película Viernes 13) o de algún miembro de la familia Adams.

Este año merecen una mención especial y, además, figurar en el ranquink de honor de los disfraces más originales –aunque no sean los más terroríficos y estrambóticos— los que llevan los personajes de “El juego del calamar”, una serie coreana original de la plataforma Netflix. Entre los favoritos están el traje de los “guardias- soldados” sin nombre: un mono rojo de una sola pieza, con un cinturón y con una máscara, que cubre la cabeza entera y sobre la que hay dibujado un triángulo, un circulo o un cuadrado rojo. También está causando gran sensación el traje y la máscara gris del líder del juego o el vestido de la muñeca gigante con coletas que vigila los pasos de los participantes en la primera prueba de la serie del juego.

Volviendo al dilema que nos plantea el título del artículo, quiero hacer constar en actas, que aunque este dilema se viene planteando en España desde hace muchos años, ha sido en la última década cuando está alcanzando una mayor virulencia, aunque de momento la sangre, entre los detractores y partidarios, aún no haya llegado al río. Pero, en un país, donde todo se politiza, no descarto que con el trascurso de unos años más, esto se convierta en una “causa belli” entre los diversos grupos políticos y su debate llegue al Congreso de los Diputados.

En España, la conmemoración de “Todos los fieles difuntos”, es un día feriado y religioso para muchas iglesias cristianas, en memoria y recuerdo de los ya fallecidos y que se conmemora el 2 de noviembre. Su objetivo es orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrenal –y en el caso de los católicos– por quienes se encuentran aún en estado de purificación en el Purgatorio. Los antecedentes de este día se remontan al Libro Segundo de los Macabeos, en el que podemos leer: “Mandó, Juan Macabeo, ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados” (2 Mac. 12, 46); luego, en el siglo VI, los benedictinos acostumbraban a rezar por los difuntos al día siguiente de Pentecostés.

En Alemania, ya en el siglo X, según el cronista medieval Viduquindo de Corvey, ya existía una ceremonia consagrada a la oración de los difuntos el día 1 de noviembre. Posteriormente, en los albores del siglo XI, la conmemoración de los Fieles Difuntos pasó a ser el día 2 de noviembre, día que se popularizó y se extendió por la Cristiandad occidental, hasta ser finalmente aceptada como fecha oficial en la que la Iglesia católica celebraría esta fiesta.

Once siglos después, en estas fechas seguimos con la tradición de asistir al cementerio para rezar por las almas de quienes ya abandonaron este mundo. En la islas Canarias se conoce como el “Día de Finaos o Finados” y en la noche del 1 al 2 de noviembre, se solían reunir amigos y familiares para velar esa noche. Cuentos, leyendas e historias eran narrados, mientras todos degustaban los frutos típicos de la época: castañas nueces, manzanas, moniatos y dulces, a los que acompañaban con sorbitos de anís o ron-miel.

Dentro de las tradiciones del “Día de los Difuntos”, hay que hacer una mención muy, muy especial, al modo de celebrarlo en algunas pedanías de la huerta de Murcia. Tal celebración era conocida, por los lugareños de antaño, como “La orillica del quijal” o el “Halloween a lo murciano” y, consistía en que la víspera de “Tosantos” y el mismo día 1 de noviembre, era costumbre, en el antiguo Partido de San Benito (Patiño, Huerta de Murcia) que los zagales, con un capacico, salieran pidiendo “la orillica del quijal”. Llegaban casa por casa con la machacona y repetitiva cantinela: “La orillica del quijal, si no me la das, te rompo el portal”. Comentan los viejos lugareños y cuentan las leyendas caseras de las abuelas, que los más gamberros solían decir: “La orillica del quijal, si no me la das, me meo en tu portal”…y se meaban en él.

La “orillica del quijal”, no era otra cosa que lo que se criaba “en los quijeros” de los bancales, es decir, frutos extra de la cosecha: cáquiles, níspolas, coronas de girasol, moniatos, panochas de panizo, dátiles, granás, membrillos, higos verdales, mandarinas, las brevas y los huesos de santos, todas esas exquisiteces huertanas eran las que, en tiempos menos boyantes, sabían a gloria bendita. Era aquella una costumbre preciosa, por desgracia, hoy ya perdida. Aunque aquello era el remoto e incierto “precursor” del no menos celebre y tradicional “truco o trato” de los países anglosajones, resulta muy curioso e incluso extraño que, en el siglo XIX y comienzos del XX, se hiciera algo, muy, muy similar, pese a separarnos miles de kilómetros y sin relación aparente alguna.

La palabra “Halloween” o “Hallowe´en” es la contracción del celta “All Hallows´evening”, data aproximadamente del año 1745 y, significa “La víspera del Día de todos los Santos”. Aunque su origen se remonta varios siglos atrás –antes de Cristo– se trata de un evento oriundo de una tradición celta-irlandesa. En ella se realizaban rituales, muy alejados de las fiestas de disfraces, calabazas, juegos y dulces, que hoy todos conocemos.

El día 31 de octubre, los pueblos celtas celebraban, un antes y un después en su calendario, con una fiesta llamada “Samhain”, vocablo que en gaélico significa “el final del verano”; era el final de la época de las cosechas y el cambio de estación. Así, el “Samhain”, a través de sus “druidas”, se convirtió en la festividad pagana más importante de Irlanda, Escocia, Reino Unido y de casi toda Europa. Los celtas creían que en esa noche las fronteras entre el mundo real y el “más allá” se rompían y los difuntos reaparecían para caminar entre los vivos: los espíritus buenos eran invitados, mientras que los malos eran disueltos para que se alejaran lo máximo posible.

Aquí ya aparecen los disfraces, pues solían ponerse máscaras y trajes (actuales disfraces) para intimidar y ahuyentar a los malos espíritus. Otro elemento fundamental lo fue el fuego. Este se convirtió en el centro de los ritos de esa noche y, con el paso de los años, el Samhein se usó para ayudar a los muertos a encontrar su camino… De ahí proviene el dejar encendida una vela en la ventana o las típicas calabazas iluminadas.

Aunque la industria hollywoodense nos ha hecho creer –año tras año y a través de sus múltiples series y películas—que se trata de una fiesta de Estados Unidos, lo cierto es—como hemos relatado –que su nacimiento no tiene nada que ver con América. Fueron los emigrantes irlandeses –que llegaron a las costas de Norte América obligados por la gran hambruna del 1840— quienes llevaron la fiesta de “Halloween” siguiendo la tradición de sus ancestros. Las actividades de ese día fueron, con el pasar de los años, evolucionando y cambiando, como así lo demuestra la actual costumbre de tallar los llamados “Jac-o-latern” (las famosas calabazas) recogidas en la historia de “Jack, el Tacaño”. Halloween empezó a celebrarse masivamente a partir de 1941(el primer desfile de Minnesota) y poco a poco fue creciendo hasta que en la década de los 70 y gracias a la saga Halloween de John Carpenter, esta noche ha ido calando mundialmente en una sociedad, que la guarda y la espera como una de las citas más incuestionable del año.

Ante el dilema de si ¿”Halloween o Noche de Difuntos”?, como español y católico, coincido plenamente con el anónimo autor de este entrañable y bello texto, en que hay que rescatar el auténtico sentido y el valor de este día de entre las insulsas calabazas y falsas telarañas y a la vez proponer un brindis por los que ya no están:

“Por los abuelos, padres, tíos, hermanos, primos…Por los amores y los amigos que se fueron tan de mañana…Ya son polvo de estrellas, pero mantienen sus lares en nuestro corazón… A todos y cada uno de ellos, un cálido recuerdo y tres palabras: ¡gracias, perdón y os quiero…! Por los que ya no están con nosotros…Por los que faltan y dejaron sus ausencias escritas en nuestros recuerdos…Por aquellos que dejaron de ver nuestros ojos y nosotros los suyos…Por aquellos que les falló el corazón y dejaron de escribir notas en la partitura privada de nuestra vida…Por aquellos que prometieron ser felices y murieron luchando por conseguirlo…Por aquellos que no llegaron a serlo y por aquellos que murieron con una sonrisa en la cara tras años y miles de recuerdos vividos”. ¡Acordémonos, de verdad, de ellos, los santos de nuestras vidas… ¡Feliz Día de todos los Santos y de los Difuntos!

Pedro Manuel Hernández López es médico jubilado y periodista

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