OPINIÓN

Juan Pérez de Mungía: «Genética culpable»

Juan Pérez de Mungía: "Genética culpable"

Cuando se especula con que un robot imite por completo las capacidades humanas suele ignorarse una cuestión fundamental. La introducción de la tecnología no implica la substitución de un proceso por otro análogo sino el cambio del proceso por otro a menudo muy distinto. En eso consiste la abstracción conceptual. Se pueden examinar muchos casos, como por ejemplo, un lavavajillas no refriega los platos ni los aviones vuelan batiendo las alas como las aves sino generando con una turbina la corriente de aire que permite su sustentación. Y eso por no contar como se sostienen los helicópteros generando un vórtice no idéntico al de las moscas cuando baten las alas. En el proceso de imitación, la tecnología no substituye la acción humana, la recrea y la reiventa.

El test de Turing no consiste en diseñar un robot que pueda ser reconocido como tal por un ser humano, sino diseñar un ser humano que puede ser suficientemente parecido a un robot como para que se confunda con él. En biología se llama ruptura del código. Cualquier persona minimamente reflexiva puede darse cuenta que en este mercado de la urgencia, no existe espacio para la metáfora, sino para la literalidad mas simple y estúpida. Y así se observa en la vida ordinaria. El robot substituye al humano, porque el humano a base de humanizar a los no humanos pueden convertirse facilmente en robots. Robot significa exactamente trabajador humano. El proceso de robotización humana es un hecho ya en la propaganda, desde como comer hasta como nutrirse, desde como actuar a como pensar, desde como pensar a como soñar, desde como divertirse hasta como ser feliz, desde como ser feliz hasta como aplicarse el consolador fashion week.

El destino del proceso de burocratización social de Weber se ha consolidado en el burócrata que hace su trabajo con perfección incluso cuando inventaría las joyas que retira a los que van a «ducharse» con el Zyklon B, con cianuro de hidrógeno, en las cámaras de gas. Es Eichmann, epítome de la banalidad del mal, descrito por la mano maestra de Hanna Arendt en 1963. Eichmann declaró que los niños que asesinaba no eran niños, sino judíos. Eichman y la evidencia.

En un caso singular de robot humano la princesa Irene Montero invitada por el Excmo. Sr. Decano D. José María Alonso Puig del Colegio de Abogados de Madrid imparte doctrina como un robot. Carece de sexo y de seso para decir lo que a su interés conviene, es la vindicación del resentimiento por lo que no ha padecido como víctima, y se resarce como beneficiaria. El ínclito D. José María ante el impropio discurso de la princesa alega discrepancia intelectual vindicando la autonomía de la ley, como si los discursos y las leyes fueran materia de opinión, y no de una reflexión canónica sobre los mismos fundamentos del Derecho, allí donde el Derecho trata de confundirse con la Justicia, cuando de hecho se aleja cada día con el totalitarismo sanchista. Del no es no, al sí es sí.

Nacer blanco heterosexual es un delito. Cuando Montero alega que la riqueza está en manos de blancos heterosexuales, el Sr. Alonso no se pregunta por la evidencia, asume la confusión como si fuera evidencia, como si un abogado no discutiera nunca una declaración apelando a la evidencia, no la inquiere sobre si ella es blanca o negra, si es heterosexual, o pertenece al magma LGTBQIA+, si es madre o padre y los hijos los ha parido ella o ello. Deduce de su presencia y maternidad que debe ser así, porque asume de su panfleto ideológico que no se puede ser sensible a la violencia sobre la mujer quien no tiene tales genitales, que no se puede denunciar violación de derechos si se tiene una piel de color distinto del de la víctima. Es la negación misma del derecho.

Cualquiera que la ve tan atractiva como hembra ignora que parió pronto a sus hijos, cumpliendo con su cometido en la transacción. No sabremos ni querremos saber el destino de sus delirios contraintuitivos. La evidencia es la base de la aplicación de la ley. Alonso Puig es humano y se equivoca como ser humano, no puede reprochársele serlo. Si se le puede reprochar en su condición de abogado que esgrima la presunción de inocencia ignorando que la culpabilidad se sostiene sobre la evidencia que es lo que niega la ex-cónyuge del Macho Alfa Pablo Iglesias. Podríamos hacer una enciclopedia sobre los Machos Alfa de la política española. No dice nada verídico como podría ser escandalizando los oídos de la derecha podemita cosmopolita, ni discute siquiera su disposición a ponerse en el lugar de quien dice no ser, la mujer machista o el hombre feminista, el blanco negrero o el negro banquero, y mucho menos le habla de ese instrumento tan conocido de la inocente Cifuentes de hacerse la hembra tonta cuanto a su interés conviene, y menos aún extiende la reflexión a ese punto donde el ama de cama y mesa de la matrona hispánica se cruza con el ascenso social que se obtiene del vaginismo, del mismo pelaje que el veganismo sociopodemita.

El Sr. Alonso ha invitado a Irene Montero en defensa de la libertad, pero hete aquí que hace que prevalezca el discurso totalitario del feminazismo, al que se oponen precisamente las mujeres que quieren seguir siendo personas libres contra el borrado de las mujeres. ¿Puede invitarse a un negador del holocausto?. El discurso ideológico es eso, negación de la evidencia, cualquiera que sea, suplantación de la realidad por el relato, sanchismo podemita en su mas pura expresión, vaciar el contenido legal de ser mujer u hombre, negando la naturaleza, decir lo contrario de lo que es y convertir en culpable al inocente que pasaba por allí, y compensar y proteger la denuncia falsa. La genética es culpable, ¿tambien para Irene Montero? Irene Montero es Eichman con la misma apariencia de mujer, el espíritu de la sumisión al algoritmo genético, como un robot.

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