Borgen, El Ala Oeste de la Casa Blanca y House of Cards comparten el incluir capítulos en los que el líder del país afronta una crisis internacional. Sin embargo, lo relevante de esos episodios, no es la crisis en cuestión sino cómo el Presidente la afronta rodeado de toda la escenografía de ejercicio del poder en las relaciones internacionales.
Tras ganar sus primeras primarias a la secretaría general del PSOE, Pedro Sánchez apoyado por el aparato mediático de la izquierda, se dedicó a promocionar su perfil de estadista internacional. Visitó a Lula y Bachelet, repitió sin cesar que había trabajado en el Parlamento Europeo y hasta organizó un mitin junto a Manuel Valls y Matteo Renzi todos vestidos de blanco -busquen las fotos en internet, no tienen desperdicio- donde proclamaron una nueva entente que descabalgaría a los conservadores europeos.
La noche de las pizzas en Ferraz acabó con el primer Sánchez y cuando volvió a conquistar la secretaría general su única obsesión era España. Pero llegó la moción de censura y tras cambiar el colchón y pisar la moqueta del Falcon, el Presidente recordó al primer Sánchez que presumía de hablar idiomas y tener en la cabeza la enorme complejidad del orden mundial y sus problemas. Publicó su foto con gafas de sol despachando en el avión y a los pocos días, mientras se reunía con Merkel, otra a la que tituló “las manos del Presidente marcan la determinación del Gobierno”.
Y como en este país somos muy dados al meme, España entera ridiculizó la obsesión de Sánchez por crear una falsa escenografía de poder en las relaciones internacionales. El Presidente ni estaba resolviendo una crisis, ni nada extraordinario más allá de las habituales visitas y desplazamientos a Europa.
La primera gran oportunidad de interpretar su ansiado papel de estadista le vino con motivo de la cumbre de la OTAN el pasado verano. Biden acudiría y Sánchez también. Por eso se puso en marcha toda la maquinaria diplomática del Estado para conseguir que de esa cumbre saliese una fotografía de nuestro presidente discutiendo los asuntos del mundo con el líder del mundo libre.
Por desgracia para su ego y el prestigio de España, todo quedó en un paseíllo de 29 segundos camino del baño en los que el norteamericano sólo giró la cabeza para, con una mirada, indicarle a su asistente que el encuentro había terminado. La decimocuarta potencia económica, la que conquistó América, la cuna del segundo idioma más hablado, avergonzada por su Presidente que, en vez de pedir perdón, prefirió cargarle el muerto a un tal Redondo.
Pero Ucrania estaba destinada a darle una nueva oportunidad. España forma parte de la OTAN y lograr meterse en la ‘war room’ del conflicto debía ser un reto cortito y al pie. Sin embargo, tras publicar unas fotografías al teléfono, con ceño fruncido -pues los retos internacionales son algo que se toma muy en serio- y escribiendo a dos manos, el Presidente desayunó el lunes con un comunicado de la Casa Blanca en el que se anunciaban los siete líderes que se reunirían con Biden. El nuestro nuestro no era uno de ellos. Otro ridículo más.
Rajoy nunca pretendió mostrarse como un líder internacional y sin embargo fue recibido con honores y cena privada dos veces en la Casa Blanca -2014 y 2017-. Obama visitó España -2016- y llamó personalmente al Presidente durante la anterior crisis de Ucrania -2014-.
El problema es que Sánchez, pese a haber visto muchas series de política, no ha entendido que el ejercicio del poder en las relaciones internacionales no se basa en la escenografía, sino en el prestigio.