OPINIÓN

Juan Pérez de Mungía: «Psicodelia feminista»

Juan Pérez de Mungía: "Psicodelia feminista"

Durante años la ausencia de rigor científico de Freud no impidió que el psicoanálisis tuviera descendencia, una credibilidad extra en las numerosas sectas que han extendido su vigencia. Si se excluye su descubrimiento de la cocaína, Freud fracasó como científico, pero tuvo éxito en la cultura. Todas las enfermedades mentales, de origen no neurológico, tienen de un modo u otro conexión con las vicisitudes de la sexualidad humana. En las representaciones mentales del sujeto, en el modo que conforma la expresión de su sexualidad se juega la identidad humana. Y se viene ignorando el papel del tacto en la construcción de la identidad sexual. La representación de género es ciertamente una construcción social que gira en torno al sexo biológico, no al revés. No es lo mismo tocar y ser tocado, como hombre o como mujer.

Hoy se visualiza con un estruendo explosivo. Freud introdujo el papel de la representación que ignoró el dogmatismo conductista hasta su reintegración en la teoría informacional del condicionamiento por Gallistel, la razón que fue de su éxito, que también de su fracaso. ¿En que consiste la conducta si se ignoran las representaciones mentales?. El puritanismo prefeminista ignoró la sexualidad humana; el estallido de la sexualidad a partir del freudomarxismo, un tipo de sincretismo religioso mimético y contradictorio, trajo la libertad de expresión. El postfeminismo ha traído el borrado de las mujeres, la suspensión de la libertad de prensa y opinión, el examen racional de la evidencia para traer en su lugar un puritanismo que acaba en el ministerio de la verdad y aboga por la extinción humana, la religión del clima. La diferencia entre lo público y lo privado ha desaparecido por la pornografía del todo puede contarse y todo está permitido; la pornografia ha substituido al sexo y la intimidad ha desaparecido junto con las metáforas.

En un caso de homosexualidad femenima, Freud cuenta de un padre que le consulta por la inquietud que le causa su hija lesbiana que se pasea impúdicamente frente a su ventana. No lamenta tanto que lo sea. Lo que motiva su angustia es la ostentación, la impudicia con que le desacredita. Presume Freud que la razón de su conducta es la envidia de pene aquella que se suple con la maternidad en la ideología lacaniana. La lógica de quien no se ha visto reconocida por su padre, niega al padre paseando su reto frente a su ventana. La homosexualidad cualquiera que sea no justifica el odio al otro. La autoafirmación lesbiana que inventa el deseo del otro bajo una denuncia falsa, no se defiende sino de sí misma bajo la forma de odio al hombre. No conoceremos un hombre homosexual que no haya convertido a su madre en un símbolo sobre el que gira su vida. La madre real pasó a ser imaginaria, a convertirse en símbolo. Y no conoceremos tampoco ninguna lesbiana que adorando a su madre no sienta un odio lascivo hacia su padre. El padre real pasó a ser imaginario, a convertirse en símbolo. El lesbianismo pretende ser redentorismo femenino negando la realidad de la mujer.

La deconstrucción de la mujer, ha pasado por diferentes estados, primero era persona que demandaba derechos, el voto, la igualdad salarial… más tarde objeto sexual dentro del mercado de la carne y, por último, ha pasado a convertirse en cosa, un apéndice del «satisfacer». De una forma más simple podríamos indicar que la realidad fue sustituida por la metáfora para terminar siendo imaginaria. Reduciendo, la razón de la relación por la experiencia fetichista para llegar a ser el delirio psicodélico.

El cristianismo hizo que La virginidad de María en la dogmática cristiana convierte a cada hombre en un padre putativo. No hay expresión mas grave de puritanismo que aquel que hace del padre una prótesis prescindible, una negación del hombre. Si las tetas significan algo más que un desplazamiento metonímico de los genitales femeninos, las tetas devienen prótesis implantables, negación del sexo, y negación de la mujer. Cualquiera puede aparentarlas. La homosexualidad nunca ha sido tema de interés por sí mismo salvo cuando se manifiesta como tribulación o conflicto, y rara vez ha definido la identidad de un sujeto. La política del sexo es la destrucción de la identidad, homofobia revestida de fraude genito-urinario, el fraude trans. El onanismo del mantra de la igualdad ha devenido en la suplantación del código genético. Algunos creyeron que en la escala del mal gusto y del feismo la presentación de una teta virtual podría expresar el éxito de la liberación femenina. ¿Que liberación representa la mujer estéril, la hembra onanista, la farsa hembrista?. ¿Que liberación representa un muñeco de genitales postizos?. La ideología sociopodemita vende como liberación la ausencia de vínculo, la esterilidad creativa de un conflicto infinito tan útil en la humanidad como el que atraviesa la diferencia entre tú y yo, entre hombre y mujer, aparentemente tan distintos y tan iguales. Ya se asoma a la puerta la cultura que preserva la esclavitud feminista y el machismo hembrista de la panoplia musulmana del velo, la cultura del feismo reimplantado después de la extinción progresiva de la monja.

La asimilación al otro es esclavitud, imagen especular de quien me entiende porque soy yo mismo, una fantasía de semejanza y una fantasía de reconocimiento. El comportamiento mimético no produce nunca nada. Los humanos son distintos y así debería suceder entre homosexuales, tan distintos como para reconocer que mantienen diferencias irreivindicables entre quienes son y los otros. El enfermo discurso sociopodemita de la mímesis del todos iguales tiene el germen de su extinción en esa condición autoafirmativa que permite la ostentación lesbiana o la ostentación homosexual, la exposición permanente de quien se aparenta ser sin intimidad ni privacidad. Estos homosexuales miméticos no están en condiciones de aspirar a la inimaginable felicidad de la diferencia, de la heterosexualidad reproductiva. Han venido a traer la expropiación definitiva del cuerpo de la mujer en los vientres de alquiler, que pasa por la expropiación de su individualidad diluyendo su deseo en el sucedáneo que permite que cada ser humano devenga hombre o mujer a voluntad. El único motivo para envidiar una parte del cuerpo humano frente a otra nace de usar a otro como un juguete, sometido a la ley de la obsolescencia programada, la razón del odio del fascismo de género sociopodemita de la que es aprendiz adelantada Irene Montero que ha convertido sus genitales en órgano de poder en la reivindicación sanchista. La agenda 2030.

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