No tiene la más mínima intención de dejar la holganza que proporciona el poder.
Cada representante de Unidas Podemos en el Gobierno Sánchez, tal y como cuenta este 23 de marzo de 2022 el periodista Raúl del Pozo en el diario El Mundo, está demasiado cómodo disfrutando de los despachos nobles y de los mullidos sillones como para pensar en dejar ese chollo.
Es todo un puro teatro perfectamente interpretado por las Belarra, Montero, Díaz, Garzón y Subirats, hacer ver al personal que no tragan al jefe del Ejecutivo socialcomunista pero sin causar un cisma en la mesa del Consejo de Ministros.
Del Pozo lo define a la perfección con una imagen:
El Gobierno de coalición truena sin que caigan rayos, mientras empieza el festival de huelgas. Llaman discrepancias a las broncas en el Consejo de Ministros donde se enfrentan los cangrejos rojos –Iván Redondo los llama ‘los caoba’– y los podemitas al estilo capuletos y montescos, güelfos y gibelinos.
Los de Podemos han llegado a llamar al PSOE «partido de la guerra», a declarar que Pedro Sánchez ha traicionado al pueblo saharaui y ha roto el pacto de la coalición. Los dos partidos del Gobierno se enfrentan cada semana y pase lo que pase, los de Podemos descartan abandonar el Gobierno.
Cierto es, subraya el articulista de El Mundo, que hay motivos más que poderosos para que los de Unidas Podemos estén de uñas con Pedro Sánchez.
El alto coste del recibo eléctrico o el golpe de timón con respecto a el Sáhara Occidental son cuestiones que están tensionando la relación entre el presidente y su socio de gabinete. Sin embargo, por muy encima de la ideología, está el sueldo a final de mes:
Saben quién es el que manda y que los demás son sirvientes, que es lo que significaba la palabra ministro (viene de minus) en la administración romana. Algunos son desconocidos, ganan entre 70.000 y 100.000 euros, viajan de balde con asesores, secretarios, expertos, escoltas y forman parte del Estado mientras duran. Y aunque el Estado sea el monstruo más frío de todos los monstruos fríos, ellos no pagan la calefacción y no quieren ser los últimos en apagar la luz.
Del Pozo asevera que las grandes broncas que se filtran a los medios de comunicación entre socialistas y podemitas no dejan de ser riñas de redes sociales sin mayores consecuencias:
Y concluye que quienes venían a dar una patada al tablero político y a poner todo patas arriba han terminado por defender exactamente los mismos privilegios que criticaban:
Los que transformaron la indignación en poder no han acabado con la Monarquía, ni con el régimen del 78, ni con las puertas giratorias, ni han abierto un periodo constituyente; y ahora, creen que su deber es proteger al país del Gobierno del que forman parte.