OPINIÓN

Manuel del Rosal: «Sánchez y el mito de Casandra»

Manuel del Rosal: "Sánchez y el mito de Casandra"

Cuando una persona o una colectividad recibe un mensaje, debe tener en cuenta dos cosas: el mensaje y el mensajero, dando más importancia al mensajero.
El mito de Casandra nos avisa de que es más importante la credibilidad que la clarividencia. Puedes ver más lejos que los demás, puedes poseer más clarividencia, pero de nada te servirá si careces de credibilidad.

Según el mito griego Casandra era una joven tan hermosa que el mismo Apolo, dios del Sol, se enamoró de ella pidiéndole su amor. Casandra aceptó a condición de que el dios le concediera un don. Apolo le concedió el don de la profecía mediante el cual podría ver los acontecimientos futuros. Casandra, una vez en poder del don, se negó a cumplir su promesa de entregarse al dios. Apolo, despechado y herido por la afrenta, se le presentó en sueños y le escupió en la boca; de esta forma Casandra conservó el don de la profecía, pero perdió el don de la persuasión y ya nadie creería jamás sus pronósticos. Así, Casandra fue en sí misma una paradoja, tenía un don que le hacía ver el futuro, pero al perder la persuasión y no creerla nadie, ese don de nada le sirvió.

La vida de Casandra terminó de forma trágica: Entregada al rey Agamenón que se había enamorado de ella, le dio dos hijos gemelos. Agamenón decidió volver a Grecia y Casandra, nada más conocer la decisión, tuvo una visión que le hacía ver como en ese viaje se le presentaba la muerte de ella y del rey. Rogó y rogó a Agamenón no realizar el viaje, pero sus dotes de persuasión habían desaparecido desde el momento en que engañó a Apolo. Al llegar a su destino, Clitemnestra esposa legítima de Agamenón, les dio muerte a los dos.

Los dioses, a veces, conceden dones a los que nacen haciéndoles portadores de cualidades que no están al alcance de todos los mortales. Pero no se quedan ahí; durante el desarrollo de sus vidas vigilan muy detenidamente el cómo, el cuándo y el dónde emplean esos dones y actúan en consecuencia. Los dioses pueden conceder dones, pero carecen del poder de erradicar las taras con las que todos nacemos. Y así se pueden conjugar en el mismo individuo las más altas capacidades unidas a las taras morales más perversas. Una de las cualidades que los dioses conceden a algunos es la de la persuasión; la conceden entendiendo que será usada para el bien, no para el mal o para el beneficio único de quien la posee. Los dioses también son ingenuos y lo saben; es por eso por lo que vigilan muy atentamente el uso que de sus dones hacen los agraciados.

Pedro Sánchez acaba de llegar triunfante de Bruselas ofreciéndonos la consecución de un trato especial para España y Portugal en la gestión de la energía eléctrica que se empezaría a ver de inmediato en la factura de la luz de ciudadanos y empresas. Más tarde su ministra de Transición Energética matizó advirtiéndonos de que eso tardaría aún tres o cuatro semanas pues, previamente, el gobierno español y luso debían presentar una propuesta a Bruselas. Nada dijo Sánchez del porcentaje de ahorro en la factura, ni de los mecanismos a emplear para conseguirlo; le bastó con ofrecernos su imagen de triunfador, su verborrea de milonga rioplatense y su sempiterna pose de rey Sol. Los españoles debemos creer a Sánchez por decreto ley y esperar pacientemente a que su victoria en Bruselas se vea plasmada, negro sobre blanco, en la factura futura de gasto energético. Sánchez fía en los dotes de persuasión que le regalaron los dioses el día en que nació para hacer ver a los ciudadanos que la próxima factura energética es menos gravosa que las anteriores, lo que pasa es que la credibilidad de Sánchez, si es que alguna vez la tuvo, está tirada por tierra y pisoteada por sus constantes promesas rotas, sus mentiras, sus medias verdades y su hipocresía. El mensaje que nos ha traído de Bruselas “non é vero, ma é ben trovato” y ya sabemos que, por bueno que sea el mensaje, si el mensajero no es de fiar, carece de credibilidad, de nada valen las florituras del mensaje.

Pedro Sánchez, siempre se ha apoyado en su don de persuasión para engañar miserablemente a los poco avisados, ¿Se está acercando el momento en que los dioses, hartos de que el don de persuasión que le concedieron lo haya usado perversamente le escupan en la boca?

Me dirán que habrá millones de españoles que sigan confiando en Sánchez; es cierto, pero eso entra dentro de esa tara tan extendida que forma parte de la condición humana: creer en quien ya te ha engañado tropecientas veces.

MAROGA

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