Aunque no se trata de una mentira, propiamente dicha, en el más puro sentido goebelliano, muy “suis generis” podría aplicarse al vulgarizado y masificado concepto pijo-progre de “emérito”, repetido mántricamente y aplicado con aviesas intenciones a la persona del Rey. Quienes lo aplican, ignoran indolentemente que las cinco monarquías de los 27 miembros de la Unión Europea y las dos (Reino Unido y Noruega) de fuera de la UE, no cuentan —en sus precedentes históricos ni en sus tradiciones, normas y costumbres— con títulos paralelos al del “emérito» rey español para sus ex monarcas.
Desde todos los medios de comunicación y estamentos sociales, políticos, académicos e incluso eclesiásticos – y en teoría desde los más cultos e intelectuales—surgen exponencialmente catedráticos, congresistas, ministros, obispos, senadores, doctores e incluso ilustres académicos y afamados periodistas que ni se avergüenzan ni se cortan lo más mínimo en aplicar dicho adjetivo al rey. Tanto es así, que el desmesurado abuso del adjetivo “emérito” ha terminado por desplazar al sustantivo “rey” y a ocupar su puesto. Ya no hace falta que digamos (bueno, que digan) el “rey emérito”, pues con solo hacer referencia, en cualquier contexto, al “emérito”, todos sabemos que se refieren única y exclusivamente al rey Juan Carlos I. A todos los que ejercen labores protocolarias, juristas y políticos, a ellos, sí que se les debería exigir el correcto cumplimento de su deber en uso correcto del lenguaje.
Hoy día hablar con propiedad es una norma un tanto problemática y variable en ejercicio y resultados: hay un hablar con propiedad para que te entiendan; otro con una propiedad distinta para que te entiendan aún mejor, o para que no te entiendan en absoluto, o para que no se den cuenta de que te los llevas al huerto –y no precisamente a recolectar berzas–, o todo a la vez. El lenguaje humano es el único con capacidad de prevaricar, fingir, crear, negar y desvirtuar la realidad de lo que se habla y, en estas modalidades nuestro presidente Sánchez y sus socios de cogobierno y de cohabitación son unos auténticos maestros en el arte de la comunicación sesgada. Las izquierdas lo han sido siempre y nos han dado sopas con honda y, como tal hay que reconocérselo, aunque hayan basado esta habilidad en la mentira, en la felonía y en la prevaricación. Hay hablares con propiedad más que discutible y no estaría mal darles recambio, pues por muy convencional que sea la unión entre significante y significado, conviene no pasarse en la elasticidad del signo lingüístico, como es el caso de “emérito” y “honorifico”.
La RAE nos define el adjetivo “emérito”, en su primera acepción: “como lo relativo a una persona, especialmente de un profesor universitario, que se ha jubilado y mantiene sus honores y alguna de sus funciones”. Don Juan Carlos no mantiene ninguna de sus funciones –y mucho menos en el emirato de Abu Dhabi– pero sí sigue ostentando el título de rey con carácter “honorífico”, como señala el Real decreto 470/2014: “Don Juan Carlos de Borbón, padre del Rey Don Felipe VI, continuará vitaliciamente en el uso con carácter “honorífico” del título de Rey, con tratamiento de Majestad y honores análogos a los establecidos para el Heredero de la Corona y resto de la Familia Real” (…).
Al Gobierno en pleno, a la formación morada y a sus socios antimonárquicos y republicanos y, a todos aquellos que siguen a ojos cerrados las mentiras, injurias y calumnias contra la persona del Rey “honorífico” y que no paran de acosarle diciendo –en público y en privado, un día sí y el otro también—que cualquier persona que volviera a España con el historial del rey “emérito” (estos ni aprenden, ni quieren) debería ser detenida de inmediato y llevada ante la Justicia; a estos falsos españoles, solo cabe responderles con la contundencia y dureza que lo ha hecho Carlos Herrera en su programa de la COPE:
“Los que deberíais ser detenidos y llevados ante los tribunales de Justicia sois todos y cada uno de vosotros, si Don Juan Carlos I no se hubiera dejado toda su energía y casi su vida en lograr una transición pacífica de una férrea dictadura a una auténtica democracia. Su grandeza ha sido haber recibido el poder absoluto de un dictador y haberlo puesto al servicio y disposición del pueblo español con la instauración de una Monarquía Parlamentaria” (sic). Y esto sí que es tener “memoria histórica y democrática” y no la amnésica, partidista y cicatera que nos impuso Zapatero y la egabrense Carmen Calvo.
Por si alguien lo duda o no lo tiene claro: El Rey tiene todo el derecho del mundo de volver a España cada vez que quiera y, también, cómo no, a dormir en la Zarzuela, su “casa”–desde que cumplió los 21 años—o donde le plazca, sin tener que pedir permiso a nadie. Ya sabemos y no nos engañáis, que lo que pretendéis, en realidad, atacando e insultando a su persona es minar solapadamente a la Corona para abolir fraudulentamente la Constitución y así poder destruir a España.
Qué razón tenía Ortega y Gasset, cuando en su obra “La rebelión de las masas”, ya vaticinó la llegada y el arribismo de los regímenes totalitarios –fascismo, comunismo y socialismo—al poder. Con ellos al frente, el advenimiento de los arribistas y de las masas superficiales y conformistas garantizaba de pleno la hegemonía económica y sociopolítica del gobierno. Esto también lo sabe nuestro Gobierno y, por eso, fomenta y da pábulo al resurgimiento del “hombre-masa” –su brazo armado—para seguir imponiendo su totalitarismo ideológico y el derecho a la razón de la sin-razón.
Las masas se dedican a tirar por la borda todos los principios del liberalismo, del pensar de forma distinta y de los derechos de las minorías y, al mismo que oprime a la oposición, odia todo lo que no le pertenece, y los millones de votantes de los partidos de la oposición –que yo sepa y muy a su pesar—no les pertenecen.
Pedro Manuel Hernández López, médico jubilado, periodista y ex senador por Murcia.