Es todo un experto en meter el dedo en la llaga.
Uno de los periodistas que más dudas tiene al respecto es Salvador Sostres.
A su juicio, la mejor manera sería la de regular el mismo. Entiende que prohibirlo solo despertará un mayor interés por parte de los consumidores, amén de que siempre habrá mujeres dispuestas a comercializar su propio cuerpo:
Acabar con la prostitución no es realista. La puedes prohibir y añadir el morbo de la ilegalidad. Ahora es alegal y todo el mundo sabe que a cambio de información y favores, la legalidad vigente hace la vista gorda y asegura su tolerancia.
Apunta que al final lo único que se va a conseguir es que este tipo de prácticas siga sin salir a la luz y encima empeorando las condiciones de las féminas:
Nadie quiere que su hija acabe así pero no podemos legislar sobre los deseos sino sobre lo que hay. La prohibición de la prostitución no es una manera de proteger a las chicas sino otro narcisismo de la izquierda que sólo busca protegerse electoralmente con medidas ficticias y que de llevarse a cabo empeorarían dramáticamente el trabajo y la vida de las afectadas.
Como con las drogas, un mercado negro de putas estaría controlado por organizaciones criminales sin escrúpulos, que no ofrecerían ninguna garantía ni a los clientes ni a las profesionales. El negocio sería tan cuantioso como hasta ahora, o más; lo prohibido sería otro aliciente para excitar las pasiones bajas, y por descontado la higiene y la seguridad serían rémoras del pasado.
Para el articulista del diario de Vocento la solución pasa por una regulación del sector de la prostitución:
Creo en la hipocresía y en la mentira como base de la sociedad. Creo en mirar hacia otra parte, en el pragmatismo incluso salvaje y en no incendiar. En estos mimbres se sustenta hoy la prostitución en España y yo soy partidario de dejarlo estar. Pero si nos proponemos cambiar algo, y mejorarlo, el único camino es asumir la realidad y legislar sobre ella. La prostitución, al margen de las consideraciones morales de cada cual, forma parte de nuestras vidas. Por distintos motivos, y no estrictamente económicos, ha existido desde el principio de los tiempos un tipo de chica dispuesta a resolver sus problemas prostituyéndose y un tipo de hombre dispuesto a pagar por sexo.
Señala que cualquier medida para abolir la prostitución no es más que disparar fuegos artificiales, todo muy aparatoso, pero con una eficacia más que estéril:
Una puta es siempre una chica triste y un putero, un hombre deprimente. Pero lo incómodo hay que afrontarlo, dimensionarlo y regularlo. Es naif o cínico decir que erradicarás la prostitución. Por lo tanto, proteger a las putas no es echarlas todavía más en manos de las mafias. Seguramente su alegalidad actual tampoco es lo deseable, ni que se aprovechen de ellas algunos policías, aunque por lo menos son cuerpos de seguridad.
Insiste, a modo de colofón, en que se redacte y se aplique una legislación para que las profesionales del sexo sean consideradas trabajadoras a todos los efectos y con sus derechos perfectamente protegidos:
Sólo una legislación valiente, con que la izquierda se enfrente a sus contradicciones y defienda a las prostitutas como a cualquier otro trabajador, protegerá de un modo eficaz y tal vez redentor a unas chicas que si han llegado hasta aquí, más que por pobres, es porque fueron abandonadas; y no puede ser la respuesta de un país compasivo y generoso volverlas a abandonar.