NUNCA EN NUESTRA HISTORIA DEMOCRÁTICA LA LIBERTAD ESTUVO TAN RESTRINGIDA

Cuanto más hay que decir, más nos amordazan. La libertad de expresión es solo un recuerdo

Cuanto más hay que decir, más nos amordazan. La libertad de expresión es solo un recuerdo

Se puede hablar del fin de la libertad, y no es una exageración. Ya no podremos denunciar a los que mienten porque ellos han redefinido la mentira y, para colmo, lo respaldan con leyes. Hace unos días afloraban dos noticias sin aparente conexión que, sin embargo, son causa y consecuencia la una de la otra: el anuncio de la cuarta dosis de la vacuna para toda la población, y la creación del organismo para controlar la desinformación. Dos ramas del árbol de la manipulación y la mentira, cuya tupida copa hace casi imposible el paso de la luz.

Se calientan motores para la próxima etapa del camino hacia el caos. Recién estrenado este verano loco, de calimas, altas temperaturas, lluvias que no llegan a tierra, nublados inexplicables que frenan los rayos el sol, todo ello bajo el paraguas de la geoingeniería con la que están enfermando al ser humano y al resto de flora y fauna del planeta, vivimos los últimos momentos de recreo, inmersos en la tranquilidad finita, ignorando o quizá sabiendo que de un momento a otro el timbre interrumpirá nuestros juegos obligándonos a volver a la fila, serios y en silencio.

Ya bombardean con la séptima ola, las hospitalizaciones, el colapso, los contagios y las nuevas variantes, la viruela del mono y el cólera. Hay que reconocer que no están siendo demasiado incisivos, quizá porque estos días los medios han estado muy entretenidos ensalzando a los protagonistas de la guerra. El acoso se incrementará, una vez finalizada la reunión de los políticos del mundo jugando a los soldaditos. Eso sí, se ha promocionado la belleza de Madrid, la gastronomía y la moda. Con léxico baboseante nos han comentado cada outfit de las primeras damas y sus diseñadores. ¡Un tema importante y urgente! Y, curiosamente, todos juntos y revueltos, sin mascarilla, con toqueteo, con besos y abrazos ¡y ningún contagiado! Se ve que los virus temen a los que organizan las guerras.

Pero el quid sigue siendo la vacuna, y la fila espera, grave y tenebrosa, teñida con el color de la presión, el acoso, la incertidumbre y el miedo. Sobre todo, conociendo el gran secreto, pues lo que eran suposiciones o hipótesis de trabajo se han convertido en certezas. Por desgracia, nos lo han enseñado los muertos, auténticos mártires de esta guerra sin nombre, que por falta de información, cabezonería, disonancia cognitiva o simple cobardía, han fallecido a consecuencia de la inoculación, dejándonos pistas escalofriantes. Me pregunto cuándo van a reconocer que los síntomas de la nueva ola son efectos adversos de la vacuna y la consecuencia de lo que respiramos, es decir, el cóctel que aspergen a la atmósfera día y noche.

El anuncio de la cuarta dosis ha venido a robar la paz de la parte despierta de la sociedad. Llega, además, mediante la información de doble vínculo, técnica psicológica de manipulación y control, a través de la confusión y el desconcierto, con el fin de producir inestabilidad, ansiedad y bloqueo mental. Dar una noticia y desmentirla o corregirla posteriormente fue la tónica empleada a lo largo de la campaña. No es casual, por tanto, el discurso de la ministra sobre “vacunas para todos”, y el desmentido posterior de “solo para mayores de ochenta años e inmunodeprimidos”, como se contemplaba en un principio. En cualquier caso, esperemos que siga siendo voluntaria, aunque la reforma de leyes que el gobierno está llevando acabo y otras de nuevo cuño, más la presión de Europa en pinchar a diestro y siniestro para consolidad su negocio millonario y el cumplimiento de los propósitos del NOM, nos hace perder la escasa esperanza.

Establecer la vacunación obligatoria es una tentación de todos los sátrapas del mundo. En España, Sánchez cuenta con el apoyo de Feijóo, que es tan dictador y ambicioso como él, y sirve a los mismos amos. Recordemos que el político gallego modificó la Ley de Salud Pública de Galicia que, en realidad, es una ley cuasi militar que defiende, entre otras lindezas, la expropiación de bienes privados y el aislamiento de supuestos contagiados en lugares destinados a ese fin; es decir, la privación de libertad sin causa y juicio previo, dependiendo de dudosos criterios. No hay que olvidar que durante la pandemia, Galicia fue una de las regiones con más restricciones y ataques a la libertad. Feijóo forma con Sánchez el tándem perfecto para sobrepasar los límites que quizá otros no se atreverían. Eso explicaría su, por otro lado soñado, aterrizaje en Madrid, aprovechando la conjunción favorable y la mala cuadratura de Casado.

Los esfuerzos de los gobiernos para conservar la salud y recuperarla en caso de pandemia –con métodos más que cuestionables, por ineficaces y nocivos—, deberían enfocarse a que los ciudadanos tuvieran sistemas inmunitarios fuertes. Pero ocurre todo lo contrario. En su lugar, no dejan de envenenar con grafeno, glifosato y demás pesticidas cancerígenos, sea a través de las vacunas y otros medicamentos, el agua, la alimentación o las fumigaciones autorizadas “para paliar el efecto invernadero”, una de las grandes falacias de nuestro tiempo; y ¡cómo no!: los campos electromagnéticos, de los que está prohibido hablar, a no ser que sea para bendecirlos.

La censura en forma de chiringuito para controlar la desinformación complementa lo expresado. Es sabido que una de las psicopatologías más destacadas de los políticos es su inclinación a la tiranía y al control. La democracia les importa poco si se trata de mantener estabulado al rebaño con todo tipo de leyes, normativas y prohibiciones. Y si este control viene impuesto desde las altas cúpulas del poder en la sombra –sea Europa o la OMS— es todo un regalazo; “obediencia con torrezno”, según el dicho de  Santa Teresa de Ávila.

Ya asomaron la oreja en 2020, cuando el General Santiago en su parte de guerra diario amenazó con controlar la información alternativa para evitar los bulos sobre la pandemia. El problema de esta gente es de semántica o, más bien, debido a ese síndrome adámico tan contagioso que les hace renombrar lo que ya tiene nombre y utilizar las definiciones a su antojo. ¡Como si no tuviéramos bastante con el programa Elisa, engendro del CNI, en el que están fichados los disidentes anticovidianos, antiglobalistas y críticos con la Agenda 2030 y el NOM, con su transhumanismo perverso! Léase los desobedientes de la sinrazón. En su día dediqué estas palabras a la institución y a quienes la manejan y sacan provecho:

“… lo cierto es que estamos en su punto de mira y somos los protagonistas del programa Elisa del CNI, un bodrio pagado con nuestro dinero, repleto de falacias, mentiras y conceptos erróneos y malintencionados. Tiene algo positivo: nos llaman antiglobalistas y en eso tienen razón, mucho mejor que negacionistas que es un concepto relacionado con el nazismo. Solo somos globalistas en el amor al ser humano y en la defensa del bien y lo justo. El CNI, que parece hacer la vista gorda ante las maletas del Delcygate cargadas de billetes, brillantes y esmeraldas con olor a sangre, procedentes de la narcodictadura bolivariana, ante los terroristas del Boko Haram que entran en calidad de refugiados cargados de armas, ante el narcotráfico del estrecho, las menores prostituidas en los burdeles y el tráfico de niños, ahora se dedica a investigar a los periodistas y ciudadanos libres que se atreven a pensar y a expresarse en libertad. ¡De pena y de vergüenza!

Y ahora llega el inefable Bolaños con su organismo para combatir los bulos. Socialmente suena bien, muy cívico y muy ético, si no fuera que lo que ellos denominan desinformación –bromas aparte, que siempre ha habido graciosos—son noticias verdaderas y opiniones ponderadas de profesionales que, o bien desmienten los bulos oficiales o piden un debate público.

Acaba de entrar en vigor la prórroga del “pase Covid” hasta el 30 de junio de 2023, pero nadie protesta. Los jóvenes tienen el sistema prefrontal deficientemente desarrollado y los adultos están completamente anestesiados, cada uno en su pequeño universo, con su mente atascada de pensamientos ajenos. Ni una reflexión, ni una pregunta, ni siquiera una duda. Comprendo que es desesperante, pero no queda otra que seguir adelante hasta que el número de conscientes propicie la masa crítica y la idea se grave en el inconsciente colectivo. Yo sí creo en la teoría del centésimo mono, tan desacreditada por los que solo creen lo que tocan y solo ven con sus limitados ojos. Existen muchos estudios, incluso con vegetales, que demuestran estas conexiones que parecen mágicas. Rupert Sheldrake denominó a este tipo de comunicación campos mórficos o morfogenéticos. El equipo del científico Pjotr Garjajev descubrió en el ADN –que los oficialistas del Proyecto Genoma denominaron ADN basura, residual, aleatorio o no codificante—cualidades extraordinarias latentes en nosotros. Las investigaciones vanguardistas en epigenética nos remontan al concepto de unidad y nos descubren un mundo maravilloso. Bruce Lipton nos lo cuenta en su libro Biología de la creencia. Sin embargo, la oficialidad, en su afán por desposeernos de nuestra tendencia natural a lo trascendente, obligada además a mantener vivo el espíritu laicista de la Ilustración, tiende a rechazar lo intangible.

¡Atención: no nos dejemos manipular! Han conseguido adormecer o atrofiar nuestra glándula pineal, pero no consentiremos que hagan lo mismo con el VMAT2 presente en el ser humano: el gen de la esperanza y el optimismo, que propicia nuestra condición de seres espirituales y que el biólogo Dean Hamer denominó el gen de Dios.

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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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