CUANDO LA DEPRESIÓN ES DEBIDAMENTE TRATADA, DESAPARECE EL DESEO DE MORIR

La eutanasia no es un acto médico, es una cuestión política y un fracaso social

La eutanasia no es un acto médico, es una cuestión política y un fracaso social

Cerca de doscientas personas han recibido la eutanasia “oficialmente” desde la entrada en vigor de la “ley de punto final” hace ahora un año. En el rincón del olvido duermen los miles de mayores que tuvieron el mismo fin en los primeros tiempos de pandemia, por la aplicación del  innecesario y acelerado “triaje de guerra” aplicado en varios hospitales y residencias. Y, aunque el objeto de esta ley es, según se establece en el capítulo I “regular el derecho que corresponde a toda persona que cumpla las condiciones exigidas a solicitar y recibir la ayuda necesaria para morir, el procedimiento que ha de seguirse y las garantías que han de observarse”, no deja de ser un mero formulismo barnizado que oculta el verdadero objetivo y el inicio de la pendiente resbaladiza a la gran autopista de la Cultura de la Muerte.

Leíamos hace unos días sobre el caso de una persona que, tras haber pedido la eutanasia había desistido, una vez tratada su depresión en la Asociación Viktor Frankl de Valencia. Esta es la clave. La depresión clínica es, generalmente, una disfunción bioquímica. Cuando es debidamente tratada y se aplican los cuidados paliativos, si el enfermo está teniendo dolor, desaparece el deseo de morir. Hay muchos estudios y testimonios que lo confirman.

Una persona pide la eutanasia porque se encuentra en una situación psicológica vulnerable, o porque desconoce los principios morales que ello implica, máxime si quienes la rodean ejercen presión sobre ella a favor de la eutanasia o el suicidio asistido. El dolor intenso también puede provocar que el enfermo desee morir. En la actualidad, con el avance en cuidados paliativos, no deberían darse estas situaciones. Ahora bien, en los países que han despenalizado o legalizado la eutanasia hace años, por ejemplo Holanda –la gran abanderada de la muerte a manos de los médicos—, han desaparecido las unidades de cuidados paliativos. Ni se aplican ni se investiga.

Cosa distinta es el sufrimiento. Muchos enfermos piden la eutanasia porque no se sienten queridos; porque consideran que son algo gravoso para sus familiares; porque perciben –y a veces oyen—que estos están esperando el fin de una situación a la que tienen que dedicarle parte de su tiempo. Algunos enfermos sugieren a sus familiares que deberían pedir la eutanasia para comprobar su reacción. En países que no tienen sanidad pública piden morir para no ser una carga económica.

“Ayudar a morir” o “morir dignamente” son los eufemismos que adornan la palabra eutanasia. Pero la eutanasia, sea esta directa o indirecta, activa o pasiva, voluntaria o involuntaria, incluido el suicidio asistido, no es un acto médico ni misericordioso. Ayudar a morir es otra cosa. Es acompañar al enfermo con entrega y amor, facilitándole la preparación para el momento trascendente de la muerte. Las expresiones citadas evocan actitudes filantrópicas, compasivas y generosas para disfrazar la cruda realidad, que es “matar”, y desmarcarse de la eutanasia legalizada y puesta en práctica por la Alemania nazi en 1939.

Las leyes nazis que legalizaron la eutanasia contemplaban la eliminación de “vidas humanas sin valor”. Es una obviedad aclarar que se refiere a viejos, discapacitados y a todos los que no fueran útiles al sistema utilitarista. ¿Cómo llegaron a estos extremos? Alemania fue hábilmente manipulada para admitir y acostumbrarse al horror. De alguna manera, aunque solo sea tangencialmente, fue víctima del “síndrome del estado del bienestar”, que, mal entendido, nos resta empatía y nos hace egoístas e incapaces de hacer renuncias en beneficio de otros. Eso debería servirnos de ejemplo. El estado del bienestar pretende eliminar el dolor y el sufrimiento, no combatiéndolos, sino haciendo desaparecer al sufriente.

El filósofo alemán Robert Spaemann compara la manera de justificar la eutanasia en la Alemania nazi con la de hoy en día, y llega a la siguiente conclusión: “El argumento de los nacionalsocialistas no significaba que esta vida no se hubiera convertido en algo sin valor para la sociedad. Su argumento era el siguiente: ¿Por qué la sociedad debe asumir cargas de personas que precisamente ya carecen de una vida auténticamente humana? Y este es exactamente el argumento de los partidarios de la eutanasia hoy en día”. Así es, aunque no se verbalice y, en un acto de cinismo sumo, se intente vender como un derecho más. Son harto conocidas las opiniones que burócratas, políticos de alto standing e incluso ecologistas, que catalogan a los humanos como meros parásitos del planeta, dando relevancia a otros seres que sí tienen más derecho a la vida. He aquí algunas frases de algunos de los iconos que influyeron en el pensamiento relativista de nuestros días. Lo que aún no se ha cumplido, está a punto:

“Todos nuestros problemas son el resultado de un exceso de reproducción entre la clase obrera. La cosa más misericordiosa que una familia numerosa podría hacer por uno de sus hijos es matarlo”.
Margaret Sanger, fundadora de la International Planned Parenthood, IPPF

“La maternidad debería ser un crimen punible contra la sociedad, a menos que los padres tengan una licencia del gobierno. Todos los padres potenciales deberían ser obligados a utilizar sustancias químicas anticonceptivas y el gobierno debería suministrar antídotos a los ciudadanos elegidos para la maternidad”.
David Brower, primer director ejecutivo del Sierra Club

“Con el fin de estabilizar la población mundial, deberíamos eliminar 350.000 personas cada día. Es algo horrible decirlo así, pero es igual de malo no decirlo”.
Jacques Cousteau

“Tenemos que hablar con más claridad acerca de la sexualidad, de la anticoncepción, del aborto, asuntos de control de la población, debido a la crisis ecológica que experimentamos. Si conseguimos reducir la población en un 90%, ya no habrá suficientes personas para provocar grandes daños ecológicos”.
Mijaíl Gorbachov

“Una población total mundial de entre 250 y 300 millones de personas, con una disminución del 95% desde los niveles actuales, sería lo ideal”.
Ted Turner, fundador de la CNN

“La sociedad sería mucho mejor si las personas no trataran de vivir más allá de 75 años. […] La sociedad y las familias estarían mejor si la naturaleza siguiera su curso con rapidez y prontitud. Es ineficiente desperdiciar recursos médicos en aquellos que no pueden tener una alta calidad de vida”.
Ezekiel Emanuel, exasesor de Salud del presidente Obama y uno de los arquitectos del proyecto de salud pública Obamacare

“Si pudiera reencarnarme, me gustaría volver como un virus mortal, con el fin de contribuir a resolver la superpoblación”.
Príncipe Felipe de Edimburgo, esposo de la reina Isabel II y cofundador del Fondo Mundial para la Naturaleza

Estas frases de personajes tan diversos en lo externo, pero hermanados por su militancia en el lado oscuro, revelan, por un lado el sentir de las élites mucho antes de que Klaus Schwab lo sintetizara en su Agenda 2030; y por otro, el sentimiento de las sociedades actuales, compuestas en su mayoría por una masa ramplona, entretenida en lo trivial, lo lúdico y lo banal. No es de extrañar que ante aberraciones de escalofrío, como eliminar la vida de inocentes, sean bebés en gestación, personas de edad o discapacitados, se muestren indiferentes y no se les mueva una fibra cuando el gobierno de turno anuncia que, en aras de velar por nuestros derechos, nos concede el de la muerte a petición, incluso exprés y a domicilio.

Lejos de ser un acto médico, la eutanasia es la negación de la medicina, porque es función del médico, curar, aliviar el dolor y ayudar a sobrellevar el trance inexorable de la muerte, cuando la recuperación de la salud no es posible. Los médicos eutanásicos, en lugar de prestar esta ayuda tan humana, dan el golpe de gracia, matan al enfermo pretendiendo realizar un acto de compasión. La eutanasia es un acto homicida.

(Datos tomados de mi libro La dignidad de la vida humana, La Regla de Oro ediciones, Madrid, 2012)

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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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