“El mago hizo un gesto y desapareció el hambre, hizo otro gesto y desapareció la injusticia, hizo otro gesto y se acabó la guerra. El político hizo un gesto y desapareció el mago” Woody Allen
—El político, el financiero, el mercader, el inversor, el banquero…todos los que, con un solo gesto de solidaridad hacia sus hermanos, acabarían con el hambre en la Tierra.
En Chicago está la bolsa de los alimentos básicos. En ella se deciden los precios de los cereales y otros alimentos indispensables para la humanidad. También en las bolsas de “futuros” de Londres, Frankfurt o Ámsterdam. Es en estos templos de la especulación y el enriquecimiento en los que tan solo impera el profit, donde se pone precio al pan en Somalia, en Níger o en Kenia; precio que va a depender única y exclusivamente de los precios que alcancen en el parqué bursátil. Si las cosechas han sido malas o la sequía ha negado las lluvias a los sitios productores de estos alimentos básicos o una guerra ha esquilmado las tierras del principal país productor de trigo y maíz, no crean que los inversores van a perder, puede que incluso sus beneficios sean más jugosos. Es decir, mientras en Somalia, Etiopía o Níger el hambre se cierne sobre esos pueblos debido a malas cosechas o sequías persistentes o a guerras; en las bolsas de “futuros” y en la de Chicago, probablemente aumenten los precios y con ellos los beneficios.
Se preguntarán como se puede negociar con el hambre. Yo les diré que al igual que con las famosas hipotecas subprime que arruinó a millones de personas, no olviden que la codicia y la voracidad de los inversores no tiene límites y no se detiene ante las penurias que puedan causar, siempre que esas penurias aumenten el porcentaje de los beneficios. La decisión sobre los precios del trigo, el maíz o la harina de soja de uno solo de los especuladores en Chicago, puede llevar a la muerte por hambre a miles de personas en la otra parte del mundo. Y en este siglo XXI en el que el mantra de la solidaridad resuena por los cuatro rincones de la Tierra, unos señores que se mueven inquietos en la bolsa de Chicago, olvidados de todo lo que no sea beneficios y ganancias a más mejor, dictan las leyes del mercado, sacrosantes leyes de la oferta y la demanda que ellos mismos imponen y como resultado de su codicia insaciable, su voracidad y su absoluta falta de escrúpulos, ponen el precio que les da la gana al trigo importándole una mierda este alimento básico y mucho menos los hombres, mujeres y niños a los que condenarán a morir de hambre; ponen el precio que les da la gana a la harían de soja sin el más mínimo sonrojo o a la carne de cerdo o al maíz en un aquelarre de codicia y miseria moral. Al final de cada jornada de bolsa en Chicago, Frankfurt, Ámsterdam o Londres, se reúnen para contabilizar los millones manchados de muertes que les han dejado sus tejemanejes financieros, mientras en las otras partes del mundo se contabilizan las muertes originadas por esos tejemanejes. Pero eso sí, el mantra de la solidaridad sigue resonando en los cuatro rincones de esta Tierra en la que, mientras las personas como los especuladores, inversores, financieros, banqueros, mercaderes y demás odres repletos de codicia mueren de colesterol, los que han sido esquilmados por ellos, mueren de hambre.
Neel Doff en su libro autobiográfico titulado ´Días de hambre y miseria´ nos hace sentir el hambre, nos hace oler el hambre, nos hace saborear el hambre, el mayor crimen legal que comete la humanidad, con estos párrafos. “…Me asomé a la ventana para tomar el aire y sorprendí a mi hermana lamiendo la vitrina de la carnicería tras la que mostraban los jamones y las lenguas de buey”
Vicente Romero ese extraordinario periodista y reportero ha dicho en alguna entrevista que la peor noche de su vida fue la que pasó en un país africano. Toda la noche en blanco oyendo los lloros y gemidos de madres e hijos pasando hambre. Las madres gemían queriendo ofrecer algo de leche materna a sus hijos. pero sus pechos secos, escurridos, inertes, nada podían ofrecer. Sus hijos lloraban de continuo al no poder ingerir alimento alguno. Tras esa noche de pesadilla, cuando Vicente se levantó y salió de su choza, se encontró con un espectáculo horrible: las madres llevaban envueltos en pobres y deshilachados sudarios a sus hijos que toda la noche la habían pasado llorando su hambruna.
En Chicago, en Londres, en Frankfurt, en Ámsterdam, mientras una niña mira el escaparate de la carnicería y madres e hijos mueren de hambre de la noche al día, se celebran las ganancias que el hambre de millones de seres humanos como esa niña y esas madres e hijos padecen y llevan padeciendo.
Decididamente podemos decir que el hambre cotiza al alza en esos templos de la miseria moral en los que los sacerdotes de la codicia rinde culto a su dios.
MAROGA