OPINIÓN

Victor Entrialgo De Castro: «El otoño del patriarca»

Victor Entrialgo De Castro: "El otoño del patriarca"

No es sólo que los gallináceos merodeen la Moncloa. Y que los aduladores impávidos proclamen a Sanchez corregidor de los terremotos, las pandemias, los eclipses, los años bisiestos y otros errores de Dios  mientras resuelve con la misma simplicidad problemas de estado y asuntos domésticos, quitarme el delito de sedición y ponerme el de desórdenes.

Que los relojes de la torre no den las doce a las doce, si no a las dos, para que la legislatura le parezca más larga mientras él medita en el excusado portátil, tratando de tapar con los dedos en sus oídos el zumbido de la Nación, que empieza a resultar ensordecedor, mientras desayuna un periódico extranjero al revés para ver las ventoleras de la nueva jornada, sobre la que dirá sin inmutarse una vez más lo contrario de lo que dijo ayer, atento siempre al cotorreo de su servidumbre para enfrentarse a los azares de la realidad gobernando como si se supiera predestinado a no morirse jamás.

¿A qué espera la indolente e indigna, si no cobarde Nación, a salir a la calle a defender la democracia y a echar estos covachuelistas de las instituciones? Nos lo están quitando todo! Ya somos Venezuela mientras ponen el Mundial de Catar, Salvame y los jóvenes viendo series de vampiros cuando los vampiros están dentro!

Moncloa no parece hoy una casa presidencial sino un mercado de gallináceos diversos donde ministras deslenguadas, o sus maridos, subastan los fondos europeos, los delitos y las penas. Y los Ministerios, cascarones inútiles con vacas pastando en sus céspedes que no tardando serán invadidas por hordas de pobres mientras una recua de pelotas continúa dando justificaciones peregrinas del despilfarro.

Y en medio de  una noche de malos humores Sanchez propone a Pere Aragonés jugarse la vida a cara o sello: si sale cara te mueres tú, si sello me muero yo, que nos conviene a los dos.

Pero Aragonés le hizo ver que se iban a morir empatados, porque todas las monedas tenían la cara de ambos por ambos lados y les propuso entonces que se jugaran la vida en la mesa de dominó veinte partidas al que ganase más. Y Aragonés, que dice no ser originario de Aragón, hay que ser huevón y renegado, aceptó, a mucha honra y con mucho gusto mi general siempre que me conceda el privilegio de poderle ganar.

Y el patriarca lo aceptó así que no jugaron una partida, jugaron veinte y ganó Aragonés todas pues él presidente sólo ganaba porque estaba prohibido ganarle. Y porque no perdía él, pues jugaba con el dinero de todos nosotros.

Y llegaron a la última partida sin que él ganara una sola, y Aragonés se secó el sudor con la manga de la camisa suspirando: lo siento en el alma pero he de frenar, yo no me quiero morir  presidente. Y por supuesto, no porque la patria lo necesite vivo, como usted dice.

Pero aragonés siguió diciendo que para qué me voy a callar si lo más que puedo hacer es matarme y ya me está matando, más bien aproveche ahora para ver la cara a la verdad mi general, para que sepa que nadie le ha dicho nunca lo que piensa de veras sino lo que saben que usted quiere oír, mientras le hacen reverencias por delante y le hacen pistola por detrás.

Agradezco si acaso la casualidad de que yo soy el hombre que más lástima le tiene en este mundo porque soy el único que me parezco a usted, dijo Aragonés, el único que tiene la honradez de cantarle todo lo que el mundo dice, que «usted no es presidente de nadie».

De nadie más que de aquellos que le dieron el Gobierno, que no fueron los españoles, sino los enemigos de España. Y el artícife de usurpar la soberanía a los primeros para dársela a los segundos no es más que usted, huevón. Y así quedará para la Historia.

Por eso no anda por las calles del país que se supone gobierna, porque sabe que a la hora que lo vean por la calle vestido de mortal le van a caer encima como perros para cobrarle esto, por la danza de Santa María del altar, esto otro por  los asesinos y golpistas que suelta a su conveniencia sin tener en cuenta lo que diga la Nación, ésto por los que asaltan los cementerios y sacan de las tumbas con nocturnidad, mandando a un mamporrero a hacer el ridículo que la Nación es al día siguiente de una noche de vampiros  en el cementerio, que la Nación es más digna en lugar de más ruin, sacando del pozo sin fondo de sus rencores atrasados el sartal de recursos atroces de su régimen de infamia.

Víctor Entrialgo

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