OPINIÓN

Pedro Manuel Hernández López: «La “Conjuración” de Sánchez»

Pedro Manuel Hernández López: "La “Conjuración” de Sánchez"

Podríamos empezar este artículo con la primera frase que Marco Tulio Cicerón se dirigió en su discurso – las “Catilinarias”, en el año 63 a.C. en el Templo de Júpiter Stator, donde había convocado al Senado– para acusar a su acérrimo y mortal enemigo Lucio Sergio Catilina de ser la cabeza visible de su traidora conjuración, “militari manu”, contra la Republica de Roma, contra el Senado y contra él mismo, para hacerse con el poder, una vez muerto el dictador Lucio Cornelio Sila. En vez de empezar con la histórica pregunta “Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?” (¿Hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia, Catilina?), me tomo la licencia de iniciarlo con esta otra –que salvando las grandes diferencias históricas y oratorias, intenta parecerse un poco a la ciceroniana–: “Quousque tandem, Pedro Sánchez, te mendacem dicere et nos stultos perges?”

Como supongo que el latín no es su fuerte y, si lo fue en su día, hace ya muchos años que lo han olvidado o les cuesta traducirlo y entenderlo, les diré que esto, en “roman paladino”, se puede traducir por ¿Hasta cuándo, Pedro Sánchez, vas a seguir mintiéndonos y a tratarnos como a tontos? Metafóricamente viene a preguntarnos si realmente Sánchez es tan listo o por el contrario es tan tonto que se cree –cosa que no dudo—que nosotros nos creemos que todo lo que brilla es oro y, de paso, que todo el monte es orégano. Está claro, que ha llegado a esa conclusión gracias a nuestra borreguil y servil colaboración. Ya que hace todo lo que le viene en gana sin que nadie ni nada le ponga freno ni cortapisas a su desenfrenada y megalómana forma de gobernar España. Parece que el espíritu del famoso eslogan –“Laisser faire, laisser passer, le monde va de lui même” usado por primera vez en el siglo XVIII por el fisiócrata Vincent de Gournay– se hubiera apoderado de la voluntad de todos los españoles convirtiéndonos en auténticos y abúlicos autómatas.

Se salta todas las normas legales existentes, miente con más cinismo que habla – ya que incluso llega a mentir cuando miente–, transgredió todos los códigos éticos, los derechos constitucionales y todas las fronteras legales cuando nos confinó durante la pandemia y prometió rebajar la inflación, el precio de la luz, los carburantes y los alimentos básicos y de primera necesidad –promesas que nunca ha llegado a cumplir–, acosa y ningunea cicateramente a la monarquía en la persona de nuestro Rey, intenta hacer saltar por los aires nuestra Carta Magna, le da miedo cesar a esos podemitas e ineptos ministros —con los que nunca pactaría– porque no los nombró él y peligra su apoyo a los presupuestos y por ende a su permanencia en la poltrona monclovita, falsea los datos del SEPE para hacernos creer que el paro ha disminuido, modifica el Código Penal para contentar y amnistiar a malversadores de los ERE, a los corruptos, golpistas y sediciosos del “procès catalán” y a los antiguos asesinos ex-miembros de ETA –actualmente encarcelados y cumpliendo condenas–, decreta leyes vengativas para reavivar la división de las dos Españas, permite que la titular del ministerio de Igual-dá se invente una ley — la “del solo el sí, es si”– que permite que violadores y agresores sexuales puedan reducir sus condenas y salir de la cárcel y les da pie a sus conmilitones para calumniar a los jueces y tildarlos de machistas, e incluso, cuando alguna resolución, emitida por el Parlamento Europeo para todos los países miembros, no le gusta o no se aviene a sus planes, con decir que no es vinculante, asunto cerrado. A este paso, el felón Fernando VII –que derogó la Constitución de 1812 y reinstauró el absolutismo en España—va a ser recordado como uno de los mejores monarcas españoles. ¡Ver para creer y memoria para recordar!

Este es el semblante del presidente Pedro Sánchez que coincide plenamente con el que Cayo Salustio Crispo hizo en su día del traidor, corrupto, ambicioso y megalómano Catilina, con motivo de su conjuración. De él llego a decir, en “De Catilinae coniuratione”, que: (…) “Era un personaje de carácter malo y depravado. Su espíritu era temerario, pérfido, veleidoso y disimulador de lo que le apetecía; mucha su elocuencia pero de saber menguado. Su espíritu insaciable siempre deseaba cosas desmedidas, increíbles, fuera de su alcance y con un deseo irrefrenable de hacerse con el poder…”. De ahí el título de este artículo. Cicerón y Salustio, ambos sin saberlo, estaban describiendo –lo que en Psiquiatría moderna sería conocido en el año 2008– como el “Síndrome de Hubris”, del que Sánchez es el mejor y más genuino representante y adalid.

Sánchez –al igual que Catilina, aprovechándose de la decadencia de la sociedad romana para hacerse con el poder, se conjuró contra la República y el Senado de Roma apoyado por un grupo de “conjurados”, entre los que destacaron nobles, como la bella, culta y perversa Sempronia y, algunos grupos más altos de la “societas romana”, bien de la clase senatorial como de la ecuestre, como el centurión Cayo Manlio, el noble Cayo Cetego y el cónsul Publio Cornelio Léntulo– se ha conjurado, desde su moción de censura, con partidos del amplio espectro político que han vendido su honestidad y libertad por un plato de lentejas en forma de subvenciones millonarias, cargos en el Gobierno y concesiones administrativas impensables, a cambio de su incondicional apoyo para mantenerse y mantener su omnímodo poder monclovita.

La historia se ha vuelto a repetir –ya que salvando las grandes diferencias históricas y personales de los protagonistas, las fechas y el lugar, nos encontramos con el presidente Sánchez en persona en lugar del senador y pretor Catilina– pues aunque, separados temporal y geográficamente por varios siglos de historia, ambos nos parecen muy unidos y cercanos por sus homologables traiciones, ambiciones, actos y venganzas contra los respectivos gobiernos: la tardo-república de Roma y la monarquía parlamentaria de España.
Este discurso –que ha pasado a la historia de la oratoria como el mejor jamás pronunciado en cualquier otro Parlamento del mundo—podría ser pronunciado de nuevo, hoy en España, contra Pedro Sánchez, ya que los delitos por lo que fue acusado Catilina se han mimetizado y concretado, muy aumentados, en la persona del presidente de España. De esta España, que a pesar de ya haber transcurrido desde ese histórico día dos mil ochenta y cinco años, da la impresión que la historia –en uno de sus múltiples, caprichosos y particulares bucles espacio-temporales a los que Nietzsche calificó del “eterno retorno” en “Así habló Zaratrusta”– una vez tras otra, nos ha vuelto a gastar una macabra broma para jugar y reírse de nosotros, ofreciéndonos un “nuevo Catilina” bajo el espectro narcisista y la histriónica personalidad de Pedro Sánchez.
Sánchez, junto con su gobierno y todos los partidos que apoyan su nefasta y caótica política, pasará a la historia como el presidente felón –en felonía y demás licencias políticas ha superado a todos– que abrió el cerrojo de las celdas a golpistas, malversadores, corruptos y violadores. Esos son los ilustres personajes a los que beneficia y protege en perjuicio de todos los españoles para vergüenza hasta de sus propios votantes, cualidad de la que él adolece. Todos ellos son parte de problema, han socavado la democracia, han dinamitado la neutralidad de las instituciones, han destruido la separación de poderes y colaboran activamente con todas sus fuerzas abusando –“larga manu”– del aparato jurídico y legal del Estado para romper y destruir la unidad y la democracia de España.

España tardará muchísimos años en reponerse, pero como ha ocurrido siempre, después de sus gobiernos socialistas, volverá a renacer de sus cenizas como el “Ave Fénix” para volver a ser esa nación que nunca debió dejar de ser lo que fue: una, protegida geográficamente por sus fronteras, por su Constitución y por su idioma; grande, para poder acoger a cualquier partido democrático que defienda los derechos constitucionales de todos los españoles y, libre, para que la separación de poderes permita y nos garantice a todos volver a la democracia, a la equidad, a la libertad de expresión, de reunión y de culto. Por todo esto, aparte de preguntarme, “Quousque tandem, Pedro Sánchez, te mendacem dicere et nos estultos perges?”, me permito recordarle dos cosas: la primera es, que se guarde de “las Idus de marzo”, que traen consigo a un “sagaz galego· de la viila ourensana de Peares, y la segunda, que recuerde, de vez en cuando, aquellos versos que Eduardo Marquina –en su obra estrenada en el Teatro de la Princesa de Madrid, en 1910, “En Flandes se ha puesto el sol”—puso en boca de Don Diego de Acuña, capitán de los Tercios de Flandes, aquellos inmemorables y patrióticos versos refiriéndose a aquellos que quieren destruir España –por considerarla un mero concepto discutible y discutido—y que así nos han llegado:

(…) “Por España, y el que quiera defenderla, honrado muera. Y el que traidor la abandone, no tenga quien le perdone, ni en tierra santa cobijo, ni una cruz en sus despojos, ni las manos de un buen hijo para cerrarle los ojos.”

Pedro Manuel Hernández López, médico jubilado, periodista y ex senador por Murcia

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