Si te colocan en una jaula pequeña y a base de ataduras te impiden la movilidad, la angustia que sufres es espantosa. Entonces para hacerte sufrir más, empiezan a arrancarte los miembros de tu cuerpo, te dan asquerosos potingues con el fin de conseguir tu muerte, te decapitan y con unas pinzas asesinas extraen partes de tu cuerpo. Horripilante ¿verdad? Claro, a estas alturas de mi descripción, ya estarías muerto y tu sufrimiento habría durado lo que tarden en realizar estos lances.
Te he descrito, ni más ni menos, lo que llaman comúnmente “aborto”, y que yo denomino “asesinato de niños aún no nacidos”. Es indescriptible la tortura soportada por la persona que habita, todavía, dónde debía ser su lugar más seguro: el útero de su querida madre.
Cuando hablamos de delitos, se consideran autores, no solo al ejecutor que lo materializa, también al que lo provoca, al que lo protege o encubre y al que legisla para exculparle de ese crimen. Pero esto aún se agrava más por parte del legislador, cuando lo estimula y provoca con algunas acciones, como la de arrestar y sancionar a quien de forma pacífica intenta evitar estos asesinatos, y también cuando al que teniendo unos valores morales altos y dignidad respetable, si es médico, se niega a cometer estos asesinatos.
Solamente puede existir el derecho a vivir, nunca el derecho a matar, como predican algunos miembros de nuestro gobierno, además de hacernos creer que eso es progreso. Sean anatemas quienes promuevan, legislen a favor o induzcan a estos asesinatos, además engañando o manipulando las mentes del pueblo para hacerles creer que esta matanza es un derecho. La inmoralidad de estas personas es lo peor que nos ha pasado.
Pablo D. Escolar