El papel más dificil en Navidad se lo disputan reñidamente entre el cuñado y el yerno. Bien es verdad que hoy en día hay incluso tutoriales sobre cómo cortar el jamón para que el suegro no sufra y que la niña aleccione al yerno con tiempo para que, sólo te pido, no le lleves la contraria por sistema.
Pero el suegro, que también tiene su aquel, aunque presuma de talante y de moderno, no se da cuenta de que hasta uno mismo, puede resultar pesado sin saberlo. O al menos sin comprobar los efectos que produce en los no iniciados el relato de los hechos históricos o verosímiles diversos.
Este besugo no es fresco dice el suegro a su mujer pero mirando fijamente al yerno. Pues lo he comprado donde siempre, responde la mujer. Se ve en el ojo, interviene el yerno con buena intención y el propósito de quitar hierro, pero resulta ser de mar adentro aunque hace años hizo unos cursos de patrón de yate en Sanjenjo.
Para escamas las del suegro, que sigue intentando explicarse quien pudo ser el que a su hija le echó en su día el mal de ojo para escoger abadejo habiendo no ya digo langostino, pero cuando menos mero fresco.
El papel más dificil en Navidad se lo disputan entre el cuñado y el yerno, porque obsexionados con la igualdad no enseñan a tolerar la contradicción en debates y reuniones donde manda la electricidad por debajo de la piel. ¡Pero si yo no pedía más!, rememora en la cocina el pesaroso lamento del suegro, simplemente que fuese como los demás.
Calla, calla, dice ella, ¿o no te acuerdas los sapos que tuvo que tragar mi padre por cuenta de no tener tú suficiente entrenamiento para encontrar el camino de llegar pronto y sereno?
¿Quien yo?, tendrás queja. No tendré la legión de honor pero nosotros no llevábamos ni piercings ni tatuajes de autolesionarse de esos que hacen que, a mi parescer, cualquier tiempo pasado no sólo fue mejor, sino que daba mil vueltas a todo ésto.
¡Pero si tu yerno no lleva nada de eso, no puede ser más prudente!. Tu hijo es igual! Mira, hoy sin ir más lejos va con los amigos para descongestionar. Cada generación tiene sus combates, que de mayor son batallas. De pronto ¡las uvas!, dice la mujer viendo a la Obregón en televisión y levantándose de la mesa tratando de no hacer de suegra.
El joven que traga las uvas con dificultad, las hubiese preferido sin piel y sin pepita. ¿Tenéis sitio aún para el postre o traigo ya los turrones? dice la mujer mientras el suegro, que si pudiera, en lugar de comer uvas, comería polvorones, escoge una pieza de fruta como señal de protesta no sé si suya o de su estómago.
Por la mañana no se pierden el concierto de Año nuevo. No hay vida sin la música. Este año incluye ballet en el Danubio azul. ¿No os fijáis que las parejas suspendidos en el aire no repiten coreografía?
¡Qué poco subvenciona a las artes este pueblo que deja el gusto sin educar confundiendo el igualitarismo, con la igualdad!. Y los vestidos vaporosos, añade ella todo eso. La música es lo que tiene, que eleva, es aire, no los ves como levitan, la liviandad, lo contrario de la pesadumbre vital.
El salón entero para los bailarines. Viena. La escalera, y por fin la Marcha Radetzky, las palmas, los japoneses, para alegría del yerno y la hija más relajados, mientras los suegros recuerdan algun concierto mejor, pero despues de algunos rodeos coinciden en lo único que no admite discusión. Que el pasado te ha permitido llegar hasta aquí y ser quien eres, pero ya fuese peor o mejor, cualquier tiempo pasado fue anterior.
Víctor Entrialgo