OPINIÓN

Manuel del Rosal: «Los Malqueridos»

Manuel del Rosal: "Los Malqueridos"

Esta sociedad de progreso hasta la náusea acaba de inventar una nueva manera de tener hijos a la que ha bautizado con una palabra feísima: coparentabilidad.

La mujer madre no está de moda; si lo está la mujer libre, dueña de su cuerpo, activa, que no renuncia a nada y que quiere llegar a casa sola y borracha. Pero si alguna mujer decide ser madre, llegado el momento y ya en los primeros meses de vida la madre aparca al niño en una guardería o es entregado a una madre de día o babysistter las que se lo pueden permitir, las que no lo entregan a los abuelos.

Esto en cuanto a la madre. En cuanto a la sociedad, sencillamente el niño molesta. Nada de lo que se cuece en esta sociedad está pensado para el niño. Ni en su hábitat, ni en las calles, ni en los transportes. El niño molesta en el autobús, en el hotel, en el bar, en los comercios; ni que decir en las vacaciones. Pero fíjense que, en cuanto al consumismo, el niño sí que es protagonista y recibe él y sus padres infinidad de ofertas que le van a garantizar diversión para él y libertad para sus padres. ¿Valora esta sociedad las necesidades de los niños, sobre todo la básica y fundamental: la necesidad de amor y cariño? Rotundamente no. El niño no se tiene en cuenta a la hora de los divorcios alegando que ese divorcio es lo mejor para el niño sin haber preguntado qué es lo que él piensa. Tras el divorcio el niño se convierte en una pelota de tenis que viene y va del campo de juego del padre al campo de juego de la madre, cuando no es empleado como arma arrojadiza del uno contra el otro, lo que se ha dado en llamar Alienación Parental y…ahora le llega al pobre niño lo último salido de las preclaras mentes de quienes dicen buscar lo mejor para el niño, sin molestarse en preguntar al niño: la “coparenteabilidad”.

Hasta el nombre lo tiene feo, per más feo es aún el procedimiento para tener un “hijo” en coparentabilidad. Consiste el procedimiento en unir el esperma de uno con el óvulo de la otra para que nazca un niño de dos que no solo no se aman, sino que ni siquiera se miran a la cara y si, llegado un momento se miran, será para no volverse a mirar porque nada de nada hay en común entre ellos. Eso sí juran en arameo que se hacen cargo del niño y se responsabilizan de su crecimiento físico, emocional, mental, educacional etc. Nada, absolutamente nada concerniente al amor que el niño debería recibir de esos padres distanciados el uno del otro, ni mucho menos del amor que deben compartir entre ellos el padre y la madre para, a través de ese amor, amar al niño. Estoy seguro de que, los intelectuales sesudos que, tras estrujarse los sesos, han inventado esta perversión desconocen lo que es el amor entre los padres, lo que este amor percibido por el niño representa para él, lo que es un niño en su inocencia, en su necesidad de ternura, cariño y comprensión. A los que en un brainstorm demencial se les ha ocurrido esta perversión y al hombre y a la mujer que van a aceptar tamaña pantomima paternal, ¿se les ha pasado por el cerebro y el corazón las necesidades de los niños, sus apetencias, su mundo, su necesidad constante de amor, atención y renuncias? Para nada. Todo está diseñado sin tener en cuenta al niño. Todo está pensado para que un hombre y una mujer, sin ni siquiera mirarse a los ojos, engendren un hijo. Todo está preparado para que ese hombre y esa mujer puedan ser padres por aplicación de los avances médicos, no como resultado del amor que ha surgido entre ellos. Viene bien para ese hombre y esa mujer por que ese hijo no rompe su zona de confort; pueden ser padres, pero sin las responsabilidades inherentes a la paternidad y maternidad que ya empiezan desde el minuto uno del embarazo. El niño no entra en los planes, en el diseño de “coparentabilidad” (vaya palabreja) frío y carente de un mínimo de amor. El niño será el resultado del brainstorm de unos tecnócratas, la técnica médica aplicada en un laboratorio y la aceptación de toda esa pantomima paternal del hombre y la mujer que van a aportar, el uno el semen, la otra el óvulo sin ni siquiera mirarse a la cara, puede que sin ni siquiera conocerse. Y uno se pregunta si en esa especie de contrato en alguna de sus líneas aparece el niño o es un convidado de piedra.

¿Qué amor puede recibir ese hijo que lo es por acta notarial?

MAROGA

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