ESTAMOS RODEADOS DE ARTILUGIOS CASI IMPOSIBLES, PERO APENAS HEMOS EVOLUCIONADO EN LO MORAL: SEGUIMOS PRACTICANDO EL INFANTICIDIO

Todo estaba escrito y a la vista, pero estábamos entretenidos con el “pan y circo”

Todo estaba escrito y a la vista, pero estábamos entretenidos con el “pan y circo”

Nuestra sociedad está tan acelerada y la rueda de los acontecimientos gira tan deprisa que cuando releo algunos de mis textos de hace tiempo, tengo la sensación de haberlos escrito hace siglos. No porque sean obsoletos o desfasados o mis percepciones u opiniones hayan cambiado y difiera de ellos. Todo lo contrario. Me ocurre al comprobar que lo vaticinado no solo se ha cumplido, sino que se encuentra ya en fases más avanzadas, en una dinámica incluso más involutiva y distópica de lo previsto. No estamos en posesión de la máquina del tiempo de Herbert George Wells ni tenemos una bola de cristal o alguna cualidad profética, pero sí una buena dosis de la perspicacia que los “pensantes” hemos ido desarrollando ante tantos hechos sinsentido, tantas preguntas sin respuesta, tanta manipulación, tanto encubrimiento y tanta mentira disfrazada de axioma. Dice Eurípides en una de sus obras que “el mejor adivino es aquel que mejor deduce”. Deducir es interrelacionar, unir puntos, atar cabos y sacar conclusiones. Deducir es la clave. Y en este gigantesco puzle hemos ido encajando piezas y lo hemos convertirlo en nuestro juego favorito.

Los textos aludidos se refieren al control de la población, una de las grandes fijaciones de los “amos del mundo” respecto a la humanidad, desde siempre, quizá desde el inicio de los tiempos. Para ellos, la humanidad es una granja de esclavos a los que controlan en su provecho, reduciendo su vida a unas cuantas funciones: trabajar, procrear, retozar, comer y dormir, cada vez más estabulados y apartados de la naturaleza. No hay lugar para los divinos ocios, para reflexionar sobre la trascendencia, el alma, la inmortalidad. No hay tiempo para la introspección y el silencio en medio del bullicio en el que hemos convertido la existencia. No sabemos quiénes somos, de dónde venimos ni adónde vamos, pero el ser humano actual ni se lo pregunta. Algo, desde fuera de nosotros, está rompiendo o calcificando nuestra conexión con lo divino, lo cual nos resta seguridad, confianza y esperanza. Nos hace más vulnerables a la incertidumbre y al miedo. Por eso la humanidad es gregaria y fácilmente manipulable. Somos seres errantes en una sociedad víctima del síndrome de orfandad.

El control de la población ha estado presente a lo largo del tiempo a través de varias estrategias que siguen vigentes, algunas comparables a las etapas más primitivas de barbarie. Las grandes guerras, aparte del beneficio económico que suponen para los traficantes de la muerte, léase toda la industria del armamento, tienen como fin reorganizar las naciones, las fronteras, reestructurar las economías y, sobre todo, controlar la población.

En la actualidad, tanto las noticias oficiales como las redes sociales y los “expertos” internacionales no dejan de inocularnos terror en vena con el conflicto de Ucrania, que parece agravarse por momentos. Estados Unidos –siempre armando guerras en campo de batalla ajeno— y la Unión Europea, con el papel bien aprendido asignado por las élites en este teatro macabro de dominio del mundo, se han empeñado en enyerbar la situación con la amenaza de meterles los tanques en el jardín. Hay que reconocer que los mandatarios europeos, aparte de irresponsables marionetas, son un atajo de mafiosos de primer orden. Sin excepción, dado que todos están de acuerdo en arremeter contra Rusia a ver si consiguen realizar el viejo sueño y repartírsela. Es difícil, no obstante, conocer los pormenores: qué es opinión, qué información, y dónde acaba la desinformación. Estamos entre la realidad en tres dimensiones y el metaverso.

Pero lo de Ucrania, con toda la gravedad que supone para nuestro presente y futuro es una cuestión menor. Entiendo que decir esto es un atrevimiento, cuando incluso la OMS aconseja prepararse para un ataque nuclear. Aun así, este conflicto es peccata minuta si lo comparamos con la gran guerra que las élites globalistas mantienen contra la humanidad en su fase final de conquista y fin de ciclo. No solo quieren nuestros cuerpos para atiborrarlos de grafeno y otros tóxicos, sino nuestras dimensiones más sutiles. Ya tienen nuestras mentes y, prácticamente, diseñan nuestras opiniones, que acatamos mansamente para estar en consonancia con el rebaño uniformizado y obediente, es decir, multiculturalista, resiliente, sostenible, y demás mantras de la ingeniería verbal/social. La sociedad covidiana no tiene pensamientos propios ni ideas propias; toman prestados los de los guionistas y el resto de ejecutores de la farsa. Contribuir al despertar de la sociedad y al abandono del rebaño es nuestro objetivo, sobre todo, en esta etapa de control de población a las claras, y de manera intensiva, a través de las inoculaciones, los tóxicos alimentarios, los disruptores endocrinos, el bombardeo de microondas, las fumigaciones nanotecnológicas de la geoingeniería, que los corruptos alguaciles del sistema llamados factcheckers, como maldita.es y resto de “verificadores” que maman del erario público, continúan negando. Y como colofón de este menú siniestro en la mesa de la sociedad transhumanista, el veneno letal teledirigido a la mente y al espíritu que la factoría de la cultura de los ideólogos hollywoodienses proyecta, sin interrupción, a través de las pantallas.

Las grandes guerras periódicas y las llamadas guerras de desgaste no son los únicos métodos para diezmar poblaciones, aunque sí los más visibles y evidentes y los de mayor dolor inmediato y, por consiguiente, generadores de más carga emocional. Pero existen otras maneras capaces de causar tantas muertes como cualquier bomba. Quizá la más cruel sea el hambre, símbolo de la gran vergüenza que lucen las banderas de los países ricos. Sabemos que miles de adultos y niños mueren al día por hambre y enfermedades evitables y curables. Existe la solución a todo esto, pero la pobreza extrema, la enfermedad, la falta de educación, el sufrimiento y la muerte son sumandos muy rentables para quienes diseñan las sociedades de la desigualdad. Pero todos somos cómplices, por nuestra inacción y nuestro silencio, incluso por nuestras lágrimas no derramadas ante tanta injusticia. El segundo método más vergonzoso y cruel para controlar la población es, sin lugar a dudas, el asesinato de bebés en gestación, que pierden su vida a manos de médicos que no hacen uso del juramento hipocrático, cuyo emblema es primum non nocere  (lo primero no dañar), prueba palpable de una sociedad decadente, comparada a las etapas de barbarie del pasado. Los tanques de los abortorios y los cribados prenatales para eliminar a los imperfectos son las modernas laderas del monte Taigeto desde donde se arrojaban los niños espartanos no aptos para la guerra. Estamos rodeados de artilugios casi imposibles, pero apenas hemos cambiado en lo moral. Duele decirlo, pero seguimos practicando infanticidios, prueba de nuestra insensibilidad y de la ignorancia sobre nuestra esencia, más allá de la osamenta visible. Es cierto que la manipulación y la propaganda han sido tan bien articuladas que estas prácticas han entrado en nuestras vidas, cual caballo de Troya, en forma de derechos, como consecuencia del Estado del bienestar.

El control de la natalidad, que incluye el asesinato por ley, ha sido siempre el objetivo estrella, porque se ha vendido como la insignia de la libertad de las mujeres. Triste falacia, pero así salen las cuentas de los millones de nascituri muertos, cada año, en virtud de la “salud reproductiva”, impuesta por la ONU, eufemismo que engloba la eugenesia y el aborto. A esto hay que añadir los miles de personas que fallecen a causa de la eutanasia y el suicidio asistido, y las muertes por iatrogenia. Todo suma.

El tema es tan grave que no es de extrañar que muchas personas de buena voluntad se nieguen a admitir que existe una intencionalidad genocida por parte del estáblisment. En realidad, la sociedad está programada para creer en el papá Estado, pero ya va siendo hora de que despertemos del sueño en el que hemos estados sumidos durante años. Es hora de hacerse adultos, libres, independientes y capaces de decidir, más allá de las consignas y directrices de quienes nos ven solo como una manada teledirigible y hackeable.

A los bienintencionados que aún no han integrado el hecho del control de la población por parte de las élites, les brindaré un texto, publicado en el año 2009, donde daba cuenta de las diferentes estrategias que iban implementando a través de los estados, cuando aún había lugar para la duda o la reversión, frente a la posibilidad de un mañana convulso cuyo presente lo supera con creces. Por eso decía al principio que algunos textos me resultaban anacrónicos. De esto tratará el próximo artículo. Podría titularlo “La muerte disfrazada de caramelo que el Estado nos regala”. ¡Todo por nuestro bien!

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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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