OPINIÓN

Victor Entrialgo De Castro: «La timidez fascinante»

Victor Entrialgo De Castro: "La timidez fascinante"

Es época de descaro, de atrevimiento, de charlatanes, de lenguateras deslenguadas, de Monteros descaradas, insolentes resabiadas, en tiempos de vendedoras ministeriales de pócimas de una felicidad que no poseen, de desprendimiento de la femineidad y de algunos de sus rasgos cautivadores. Vivimos tiempos de banderías en un gobierno que en realidad están huyendo de sí hacia ninguna parte.

Tiempos en que unas ignorantes osadas exacerban el sentimiento con la disculpa del consentimiento para vivir del cuento, como si alguna vez no hubiera sido así, como si algun adolescente hubiese sabido quien era antes de tiempo, como si no lo hubiera tenido que descubrir por el camino en uno de los momentos más dificiles de cualquier biografía, antes de que desde el Ministerio y su Stassi decidieran descubrir la pólvora e inventar la rueda. La rueda de vivir del cuento.

Anna Freud comparaba la etapa adolescente a un duelo. “El adolescente está empeñado en una lucha emocional de extremada urgencia e inmediatez. Su libido está a punto de desligarse de los padres para catectizar nuevos objetos». Y ahí, precisamente ahí, pretende intervenir el Ministerio.

De éste cuento que agrava, si no crea, los problemas hasta extremos repeluznantes, convirtiendo el Ministerio de igualdá en una fábrica de salvonductos para violadores y pederastas. El Ministerio se ha convertido ya en un peligro público, sin que nadie dimita, sin que el cobarde presidente tenga el valor para cesarlas y el pueblo soberano la dignidad de hacerlas dimitir.

En momentos donde prima lo burdo y la ordinariez, la revolución a fecha fija, la revuelta de las pijas, las luciérnagas cazadoras de machos, la manipulación insidiosa que persigue vivir de la provocación y de apartar una bandera, a ser posible dentro de un chalet, resulta aun más fascinante la timidez de la mujer.

Es algo que no hallarás en las atrevimiento y la insolencia de farruquitas y ministras ayer despelurciadas y hoy prét «a empôrter». Ni que decir tiene en las feministas que hacen alarde y bandera, que han pasado de la subconsciente envidia del pene de Freud al odio al varón. Ni un adarme de sencillez, de inocencia, de ingenuidad, de ausencia de malicia.

Todo eso que las flequillo burro transforman en melena de plancha al vapor al huir a Suiza y la Yoli y las Montero solucionan con sus tenazillas su peluqueras ministeriales y sus monólogos del club de la comedia. Tragicomedia más bien.

Todo eso no tiene nombre. Lo que farruquitas y activistas de chalet jamás tendrán y no sé si alguna vez tuvieron, lo que envidian y persiguen socialmente porque no lo podrán tener individualmente, eso que no está bien visto, ni encontraréis en la manifestación del 8-M donde no hace mucho llevaron a infectarse e incluso a morir a las mujeres irresponsablemente, no ha de buscarse en la rebelión de las masas.

Se encuentra, esporádicamente, muy lejos de allí, lejos del rebaño y está hoy mal vista, pero tiene nombre. Esa timidez fascinante hoy menospreciada, que en determinadas ocasiones envuelve a las mujeres en un aura de belleza y un halo de misterio es el brillo y la blancura deslumbrante del candor.

Víctor Entrialgo

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